El tratamiento psicoanalítico es ambicioso y modesto a la vez.

Modesto porque no apuesta por logros imposibles: la felicidad absoluta, la ausencia de conflictos, la desaparición total de todo síntoma, el cambio de la estructura psíquica, la completud... No pretende lo imposible sino la asunción de los imposibles (haciendo las paces con ellos) y el relanzamiento de las posibilidades que la patología estaba taponando.

Es ambicioso porque se trata de uno de los tratamientos más comprometidos para el sujeto: Va a las raíces inconscientes y al tronco (no se queda en las ramas ni en un mero parcheado). Señala al sujeto el modo en que está implicado en sus síntomas: la propia responsabilidad, dejando de echar balones fuera culpando del sufrimiento a los otros. Reescribe la historia del paciente para que vaya localizando dónde y con quién se enredó, y pueda así desprenderse de tales ataduras. Apropiarse más del presente. Hacer conscientes los propios deseos y los cómos, los porqués y los “paraqués” de las situaciones en que retrocedió y dejó caer los deseos legítimos. Desentrañar la parte del síntoma a la que, en principio, no renuncia porque contiene, además de sufrimiento, un beneficio y una satisfacción inconscientes (¡qué paradoja sorprendente!). Detectar a qué otros entregó la batuta, y volver a tomarla para convertirse en el director de su vida.

En psicoanálisis escuchamos más allá de las palabras. Señalamos las manifestaciones del inconsciente a través de las cuales el paciente podrá ir dejándose sorprender por las verdades tapadas, reprimidas. Los síntomas son escondites de la verdad. El sujeto se engaña sin darse cuenta. Crea así un sufrimiento excesivo que supone un intento fallido de solución a los atolladeros de su vida, a algo que se le hizo intolerable o fascinante o...