“Una mañana, nos regalaron un conejo de Indias. Llegó a casa enjaulado. Al mediodía, le abrí la puerta de la jaula. Volví a casa al anochecer y lo encontré tal como lo había dejado: jaula adentro, pegado a los barrotes, temblando del susto de la libertad.” (Eduardo Galeano, “El libro de los abrazos”)

Los síntomas restringen la libertad sin que el sujeto deje de ser responsable de sus palabras y de sus actos. Los síntomas encierran la verdad del deseo en cárceles de sufrimiento. Una depresión que impide disfrutar, trabajar, comer con apetito... Una fobia al autobús y a otros sitios cerrados: sólo poder acceder a esos lugares con los pinchazos del alambre de espino de los nervios, o evitar esos sitios, ya no entrar más. Una relación de pareja donde reina el conflicto o la dificultad para entablar una relación. Insatisfacciones que se extienden como una creciente mancha de tinta cada vez más densa. Impedimentos sexuales. Etcétera.

Miedo a elegir responsablemente. Miedo a renunciar para ganar algo mejor.

Quien sufre en exceso porta en sí mismo una jaula allí donde vaya. Por paradójico que parezca, pone en acto el refrán de “más vale lo malo conocido, que lo bueno por conocer”. Es miedo a la verdad que, una vez que se va descubriendo, coloca ante la opción de cambiar en consecuencia. Miedo a cambiar, incluso a lo que el sujeto dice que quiere.

Un psicoanálisis (dentro de lo posible) apuesta por el deseo, el amor a la verdad, la libertad, la responsabilidad, la autonomía, el disfrute de lo disfrutable, la aceptación de las desdichas inevitables, la valentía, la asunción de la falta y los límites, el salto en el trampolín de las propias potencialidades, el estar más advertido de los automatismos del sufrimiento, el resquebrajamiento de miedos patológicos y la confraternización con la parte del miedo imposible de erradicar...

Tornar el miedo a la libertad personal en deseo de liberación que incluye miedos que no aprisionan sino que permiten el movimiento.