-No me entiendes, Juan.
-Ni tú a mí, Ana.
-Cinco años juntos... Yo pensé que cambiarías.
-¿Para eso te casaste conmigo?
-Ya en los primeros meses, había cosas de ti que me chirriaban. ¡Ya cambiarías! ¡Qué ingenua he sido!
-¿Qué cosas?
-Me deslumbraste con todo lo que sabías, con tu conversación y con las risas que hacía contigo. Pero a veces me tratabas como si fuera tonta y no valiera.
-Eso no es verdad.
-¿Lo ves? Para ti, digo tonterías.
-Sacas las cosas de quicio.
-¿Qué soy yo para ti?
-Pues desde que nació Pedro, ya va para los tres años, soy un cero a la izquierda.
-No es verdad.
-Me tienes abandonado, como si hubieras enviudado desde que eres madre.
-Eres injusto. El niño me necesita.
-Y yo a ti.
-Y yo a ti.
-Todas tus energías son para nuestro hijo. Ya no tienes fuerzas para escucharme ni para hablarme, sólo para discutir. Ya no tienes ganas para acercarte a mí en la cama, sólo para decirme que no. Es como si viviera solo.
-¡Si me trataras mejor...! Necesito tu apoyo. Que me valores. No haces más que criticarme.
-Eso es verdad. Te tengo mucha rabia.
-Y yo a ti.
-¿Qué podemos hacer?