“Estamos condenados a tropezar con aquello de lo que huimos”, dice el escritor Juan José Millás. Uno escapa de sí mismo para no enfermar, pero cuanto más se aleja, más enferma y peor se siente. La salud y la curación se hallan en la paulatina exploración de los nudos con que desde dentro sufrimos: No de otro modo podremos después desanudar los desatables y hacer las paces con los no soltables. Y si cortamos el nudo sin saber cómo se produjo, nos aparecerá de nuevo más robusto hasta que no podamos rasgarlo.

Tales conflictos internos nos marcan en el exterior: dificultades en las relaciones sociales, familiares y de pareja, en el trabajo, en síntomas depresivos o de fobias o de ansiedad o...

“Dad palabras al dolor. El dolor que no habla va estremeciéndose en el corazón hasta que lo despedaza”, escribió William Shakespeare en “Macbeth”. Para atravesar los padecimientos hace falta abrirse paso hacia esos nudos y esos dolores: poner palabras y expresiones a lo que sé de mí, preguntarme por lo que ignoro y no entiendo de mí, dejarme tener coraje y paciencia para recorrer un trabajo de cura, permanecer atento cuando asoma lo que sé de mí pero no sabía que sabía porque estaba encerrado en mi saber inconsciente.

Dice el escritor Luis Landero: “Sabemos muchas cosas sin saber que las sabemos.” La senda de la curación estriba en ir tomando responsabilidad de uno mismo, de aquello que por no querer saber nos hace enfermar. Cuando uno se responsabiliza también de lo que no sabe acerca de su sufrir, se ubica en el proceso de búsqueda que lo llevará a tratarse mejor a sí mismo y a llevar una vida más positiva.