Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
HIJOS: TIEMPO LIBRE Y CRECIMIENTO
(2003)
Cuando vivías dentro de tu madre, todo tu tiempo libre lo compartíais juntos. Ella te daba todo lo que necesitabas: no tenías ni que pedírselo para obtenerlo.
Cuando naciste, caíste del paraíso terrenal. Tu madre ya no te concedía todo su tiempo (tu padre, tampoco), y a veces no intuía lo que querías, así que tenías que pedirlo: protestar, llorar... Pero salvo cuando dormías, siempre estabas con alguien.
Fue fundamental para ti el tiempo de sus vidas que te concedieron tus padres... y también los momentos en que no te dieron su tiempo. Así, a medida que pasaban los dos primeros años, aunque no dejaran de vigilarte, te iban dejando a ratos solo con tu tiempo: a veces, para que terminaras de dormirte, para que jugaras con tus bolas de colores que sonaban al golpearlas con tus manos, para que te divirtieras con tus muñecos... Gran favor te hicieron, porque resulta esencial en la vida ser capaz de pasar tiempo a solas.
Pocos años después, tus padres seguían jugando contigo. Al principio, a tu padre le costaba más, pero fue aprendiendo a rescatar a su propio niño interior y acabó disfrutando tirándose contigo por el suelo y dibujando monigotes y contándote cuentos... Disfrutabas plenamente, para ti sólo existía el aquí y ahora, y eso se lo enseñaste a tus padres: la capacidad para estar presentes sin preocuparse por algo sucedido antes ni por algo que vendrá después.
En ocasiones, uno de ellos o los dos, estaban cansados o deseaban hacer otra cosa. En esas situaciones, a veces elegían dejar su agotamiento y esos deseos a un lado, y te hacían caso; pero otras veces, ¡ay!, te decían que no, que en otro momento. Así, aunque entonces te fastidiara y te enojaras con ellos, te enseñaron a decir no, te mostraron que uno tiene derecho a sus propios deseos y que tú, aunque fueras lo más importante, no lo eras todo para ellos. De esta manera ibas creciendo, aceptando también que tus padres no lo son todo para ti.
También te enseñaron tus padres que el tiempo libre tiene un límite: Basta, ahora hay que regresar a casa o cenar o dormir o hacer la tarea... Aunque te rebotaras y te quejaras, aprendías a atender a tus obligaciones.
Y cada vez necesitabas pasar más tiempo con tus hermanos y amigos, lo cual dejaba a tus padres más tiempo libre para sí mismos. Tus padres te ayudaron a relacionarte con otros niños: además del colegio, te llevaban a los columpios y te animaban a jugar con otros niños, organizaban tus cumpleaños, te llevaban de excursión con otros padres con hijos...
También te enriqueció la complicidad que hallaste en tus abuelos...
Llegó el momento de las extraescolares: te metieron a una academia de inglés, lo cual disminuyó tu tiempo libre, pero te vino muy bien. Para otras actividades, te dejaron elegir porque eran de ocio. Había muchas para escoger: pintura, manualidades, judo, fútbol, tenis, baile, natación, música... Tuvisteis problemas, porque al mes y pico te hartaste de la música, pero tus padres seguían obligándote. ¡Pero te habían dicho que era algo voluntario! A tu madre le hacía mucha ilusión que siguieras, así que le costaba enfrentarse a su propia frustración si lo dejabas. Al fin, te dejó cambiarte a judo, que era lo que tu querías y lo que ella, no. Estabas explorando tus preferencias. De hecho, al cabo de un año dejaste el judo y comenzaste pintura, donde sí duraste varios años, y tan a gusto.
Tus padres también te ofrecieron mundos de imaginación y fantasía: Te contaban cuentos, te ponían películas de dibujos, te llevaban al cine, a cuentacuentos, a los títeres, al circo, a espectáculos de calle en las fiestas... Te regalaban tebeos, libros infantiles para que leyeras...
Te enseñaron a jugar al ajedrez y a las damas, a la oca y al parchís, al monopoly y al tute... Y te regalaron un libro de juegos que fuiste poniendo en práctica con tus amigos.
Cuando te internaste en la adolescencia, marcaste con una tiza una inmensa área de tiempo libre que deseabas pasar con tus amigos. Y para tus padres, trazaste un minúsculo espacio. Eso, por una parte, los dejó más libres, pero por otra, les dolió y te echaron de menos. Les preocupó el temor de que ahumaras tu tiempo con porros y que lo ahogaras en alcohol. Las discusiones y los silencios se ampliaron, y tus padres se convirtieron en sedientos por saber de ti y por disfrutar de los momentos agradables que aún les regalabas
Además, tus ansias por salir y por juerguearte, tus inquietudes por tanto que descubrir, provocaron que disminuyeras tu tiempo y tu motivación por el estudio. Ahí hubo batalla con tus padres. Tu necesidad de tiempo libre interminable era muy poderosa. Intentaron ayudarte a ponerte límites, a autorreforzarte tras cumplir tus tareas: unas veces, resultó, otras, no, pero fuiste saliendo adelante.
Formaste una pareja y te planteaste ser padre, ser madre, lo cual es poner patas arriba el tiempo tuyo y de tu pareja. Ser madre o padre es un acto necesariamente egoísta: lo eres por tu deseo de serlo, por una falta que sientes y que, en parte, quieres cubrir con un hijo. A la vez, es un desprendido acto de renuncia: a tiempo con tu pareja, a tiempo para tus propias cosas...
Los problemas surgen cuando un padre o una madre se instala en los extremos: el de estar disponible siempre o el de no estar presente afectivamente con los hijos. ¡Cuántas madres –que son las que milagrosamente rascan su tiempo libre para acudir a escuelas de padres y madres, mientras que los padres se hacen presentes por su ausencia, en general- se quejan de tener tan escaso tiempo propio debido a los hijos! Aquí hay dificultad para (sin desatender en lo esencial a los hijos) poner límites a los hijos, decirles que no, no consentir ser interrumpidas en todo momento que el hijo quiera, no ser materialmente absorbidas por los hijos, no hacer una paulatina separación. Una madre (o un padre) que se agobia por volcarse en exceso con sus hijos, recibirá el tiro por la culata: no podrá estar a gusto con sus hijos, se sentirá demasiadas veces enojado y desasosegado... Además, con esta postura, no estará propiciando la necesaria creciente autonomía de los hijos, según su edad.
Un padre y una madre hacen donación grandísima de su tiempo cuando nace su hijo. Después, progresivamente, han de ir reconquistándolo para sí mismos, por su propio bien y el de sus hijos.
Así que, tras ocuparte en leer este artículo, haz algo que te apetezca, sea o no con tu hijo.Publicado en la revista Seme-alabak [Hijos e hijas], junio de 2003, nº 5. Publicación de la Escuela de Padres y Madres de
Getxo, Ayuntamiento de Getxo (Bizkaia), Servicios Sociales. |
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Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica