Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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PÉRDIDAS Y DUELOS - II
(2002)

Me referiré aquí al duelo por la pérdida (abandono, separación o muerte) de una persona amada. Lo crucial es qué perdemos con quien hemos perdido.

Lo que duele no es sólo separarse, sino más bien aferrarse más intensamente que nunca a lo que representa quien perdimos. Así, el dolor no se debe tanto a la ausencia del ser amado, sino a tenerlo demasiado presente, más presente que nunca, amándolo más intensamente ahora que lo sabemos irremediablemente perdido. El dolor, más que dolor de pérdida, es dolor por estrechamiento de los lazos con lo que representa el ausente. Duele la presencia (u omnipresencia) viviente del ausente en mí.

El duelo sano es un trabajo a realizar: no perdemos a alguien cuando muere o se va, sino que lo perdemos solamente después de un prolongado y necesario periodo de elaboración. El duelo patológico acaece cuando no hacemos esa elaboración, cuando no dejamos ir a quien desapareció y a lo que desapareció con él, cuando nos anquilosamos agarrados a lo perdido, cuando fijamos la vista psíquica en lo que se fue y no podemos apartar la vista hacia otros seres, lugares, actividades, ilusiones... En el duelo patológico uno acaba perdiéndose y desvaneciéndose de sí mismo en lo que ha perdido, queda identificado y fundido a lo perdido; en el duelo sano uno puede empezar así, pero acaba reconquistándose a sí mismo y a otros otros.

En el inicio del duelo uno está firmemente apoyado en el ausente: uno está en el que no está. La elaboración del duelo consiste en avanzar paulatinamente hacia el apoyo en quien está: uno mismo. Hacer el duelo no es olvidar a quien se fue, sino traer primero el recuerdo minucioso del ausente y de las vivencias presentes, es decir, recorrer la herida abierta. Esto posibilita ir soltando la manera torturante de recordar y de asir lo ido, para progresar hacia la cicatrización de la herida: entonces, recordar no atormenta, y lo ido ha sido desasido.

Con quien he perdido, pierdo la imagen de mí que me permitía amar. Me falta aquel a quien yo daba lo que me falta. Me falta quien me daba lo que le faltaba. Me falta. Me falto. Somos seres en falta desde que nacemos, por eso amamos, deseamos y hacemos. Y cuando me falta la persona amada, acontece un tiempo con principio y final en que la falta parece invadir nuestro ser conmoviendo sus cimientos e inmovilizándolo. Es diferente vivir en falta (es la tarea de vida de todos, durante toda la vida), que vivir engullido únicamente por la falta del ausente.

(Libro empleado: J.D. Nasio: “El libro del dolor y del amor”, editorial Gedisa.)
2002

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica