Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
PONGO UN NIDO A MI HIJO Y LE DOY A.L.A.S PARA VOLAR: AUTORIDAD
(2003)
Los niños nacen muy dependientes y necesitan que los nutras (tanto en afectividad como en alimento) y que les des seguridad. Les construyes un nido: muy estrecho y pegado a su cuerpo al principio; más ancho a medida que crece, dejándoles caminar cada vez más fuera del nido. Un día tu hijo volará: sólo podrá hacerlo si dejas que desarrolle sus alas y le muestras, poco a poco, cómo usarlas antes de que las impulse por sí mismo. Sólo los hijos con alas serán adultos independientes que harán escalas en tu hogar, manteniendo una relación sana, libre y afectuosa contigo. Los hijos ya crecidos, pero que no tienen alas, se quedarán pegoteados a ti o se marcharán caminando renqueantes para no volver (o para regresar en guerra contigo).
Las A.L.A.S. que has de conferirles están constituidas de:
A de Amor, L de Libertad, A de Autoridad, y S de Separación.
Hoy revisaremos la A de Autoridad.
Autoridad es autorizarse
Parece perogrullada, pero no podrás “tener” la autoridad con tu hijo si no “eres” autoridad. Podrás releer este artículo, estudiar libros sobre educación y acudir a decenas de cursos de Escuelas de padres y madres, pero si no te autorizas a ser la autoridad ni soportas las consecuencias, no la tendrás (por tanto, tu hijo no podrá dártela) y los consejos sobre cómo ejercerla, no te servirán. No poder mantener la autoridad con tu hijo (o ejercerla de modo muy precario) refleja un problema personal previo para ejercer la autoridad en las relaciones con los demás en general: no hacerse respetar por un compañero de trabajo, no saber decir que no a una amiga, no poder mantener el orden en clase (si eres profesor), no saber dar órdenes (si eres jefe), no quejarte cuando no te han dado lo convenido, no irte cuando quieres, no poner límite a... Si fuera así, a nada lleva enrabietarte con tu hijo y echarle la culpa del problema. Necesitarás cuestionarte a ti mismo, responsabilizarte de tu dificultad y ponerte a descubrir qué te hace obstáculo para legitimarte la autoridad. Un padre sin autoridad queda desautorizado ante su hijo. Un hijo no desautoriza a su padre: no le puede quitar la autoridad porque no la tenía. Es diferente cuando un hijo se pelea con la autoridad de sus padres, intenta escaquearse, se enfada, se rebela, etc.: hay autoridad y el hijo gira en torno a ella. Si no hay autoridad, el hijo no tiene una referencia y ha de tomar el gobierno, y así es un caos. El padre que ejerce la autoridad es quien pone a su hijo la ley, respetando las diferencias, las singularidades y las excepciones.
Despotismo frente a Anarquía
Los extremos y las posturas inflexibles son inconvenientes.
Un padre “despótico” ejerce la autoridad como una apisonadora. No escucha a su hijo, no dialoga, no negocia, no se adapta a su crecimiento y a sus peculiaridades: ordena y punto. Mantiene (a corto plazo) el orden, pero provoca miedo. Frases típicas: “Se hace lo que yo digo” (sin una conversación previa), “Obedece y calla”. Es un padre (o madre) subido en un pedestal muy alto; cuando el hijo lo tire, sobre todo en la adolescencia, la caída será muy dura. Intentan juzgar y controlar las conductas de su hijo con normas rígidas, absolutas. El hijo tenderá a hacerse dócil, carente de iniciativa, pasivo, con falta de confianza en sí mismo, demasiado obediente; o lo contrario: excesivamente rebelde, peleón, enrabietado, descalificador y desobediente.
Un padre “anárquico” es el que no pone la ley. Parece que en su familia manda su hijo: hay que tenerlo satisfecho a todo trance, de inmediato, y cada vez que el hijo se frustra, hay que hacer algo para que se contente. Los deseos del hijo son lo que impera, con lo cual éste se empantana en un goce sin freno. Tenderá a ser en extremo caprichoso, consentido, con grandes dif¡cultades para tolerar la frustración, para esperar, para acometer esfuerzos (sus tareas escolares, domésticas...) y para autocalmarse y manejar adecuadamente su ira.
Errores en la autoridad
-No poner límites para que el hijo no se moleste.
-No saber decir que no.
-Ceder después de decir que no.
-Levantar un castigo proporcionado a la falta, por insistencia del hijo.
-No dialogar ni negociar o hacerlo excesivamente.
-No promover conductas asertivas, de autoafirmación.
-No empatizar con las emociones.
-No cumplir las promesas.
-Falta de coherencia entre el padre y la madre: uno le prohíbe hacer lo que el otro le dice que haga.
-No escuchar. Reñir antes de escuchar.
-Gritos en espiral ascendente: tener que gritar cada vez más para obtener resultado.
-Gritos humillantes.
-Etiquetas. Por ej.: “Eres un vago”, “Eres egoísta”...
-Usar lenguaje abstracto: “Sé bueno”, “Pórtate bien”, “No seas mal hermano”...
-Exigir resultados sin tener en cuenta el esfuerzo.
-Hacer comparaciones, que son odiosas.
-No hacerse respetar ante el hijo para que el padre y la madre dispongan de espacios para sí mismos.
Autoridad positiva
-Poner límites y soportar el descontento del hijo.
-Dialogar y negociar. Pero habrá algunas situaciones en que, tras previo diálogo y escucha, el padre tendrá que mantener la norma que considere adecuada “porque aunque quiero que seas cada vez más responsable, soy responsable de ti”. No es conveniente dialogar sin fin.
-Contemplar excepciones.
-Tener en cuenta que cada hijo es diferente.
-Normas flexibles y que se vayan adaptando al crecimiento, dando cada vez más autonomía.
-Escuchar.
-Empatizar con las emociones.
-Saber que si el hijo se duele ante una norma que le fastidia, es por su bien. A veces, ser “duro” es un acto de amor.
-Llegar a acuerdos entre el padre y la madre. Así no emitirán mensajes contradictorios a sus hijos.
-Usar un lenguaje claro y concreto: “Esto lo tienes que hacer de esta manera:...”, “Deja ese juguete a tu hermano”...
-Dale tiempo a que aprenda. No exijas demasiado.
-Da ejemplo con tus conductas.
-Deja que tu hijo viva las consecuencias de sus actos.
-Cuando algo hay que hacerlo ahora, no valen los sermones: hay que actuar.
-Valora los esfuerzos y los intentos de tu hijo por mejorar.
-Reconoce tus propios errores. Sé capaz de decir a tu hijo que lo sientes, que te equivocaste, que te pasaste porque estabas muy enfadado y perdirte los estribos, o porque...
-Valora las conductas de autoafirmación de tu hijo.Escrito en 2003. Publicado en la revista Seme-alabak [Hijos e hijas], marzo de 2004, nº 7. Publicación de la Escuela de Padres y Madres de
Getxo, Ayuntamiento de Getxo (Bizkaia), Servicios Sociales. |
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2003
Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica