Vimos en el artículo anterior diversas maneras de agredir y conductas con que se ponen en juego el enfado, la ira, la rabia... ¿Qué haces cuando te enojas? ¿Cuál es tu modo de expresarlo o de tragarlo... o de agredirte a ti mismo?

También te dará pistas preguntarte: ¿qué conductas del otro me enfadan? ¿De quién? ¿Y qué conductas y experiencias tuyas te ponen rabioso contra ti? Porque debajo de estas emociones y reacciones se esconden heridas internas y se agazapan dolores.

Debajo de eso que te enfada, ¿qué te duele?, ¿en qué llaga te han metido los dedos? Si no te doliera, no te enfadarías. ¿Y con quién puedes sentir más dolor que con quienes más amas? De aquí que la ira está enlazada a los seres queridos, aunque la desplacemos contra otros con quienes es menos comprometida sentirla o expresarla... o contra ti mismo.

Por ejemplo, en una pareja, por un conflicto, Andrés se niega a hablar con Ana. El silencio de Andrés enoja profundamente a Ana. El dolor que subyace en Ana es que se siente incomprendida y abandonada, lo cual está en conexión con experiencias de la infancia. Darse cuenta de su dolor coloca a Ana en el sendero de saber algo más de su situación y hacer algo positivo.

Y debajo del dolor hay algo más profundo: algo que falta. Con respecto a eso que me enfada y que me duele, ¿qué me falta? Si atisbo algo de lo que me falta puedo acrecentar el saber sobre lo que me conflictúa, puedo hacer una petición, puedo expresárselo al otro, puedo responsibilizarme de mi emoción y mi reacción sin culpar al otro ni a mí, puedo asumir lo que me falta y procurar, al menos en parte, tomar conciencia de lo que me gustaría dar o recibir del otro.