HIJOS DEL CORAZÓN (REGUILÓN Y ANGULO)
Fragmentos de Hijos del corazón (Guía útil para padres adoptivos), Madrid, Ediciones Temas de Hoy, 2001, espléndido libro divulgativo de José Antonio Reguilón (psicólogo, psicoanalista y especialista en adopción y acogimiento familiar) y Javier Angulo (periodista y padre adoptivo):
Para adoptar un hijo hay, ante todo, que querer ser padre y/o madre. Para echar una mano, ayudar, ser solidarios, hay instituciones y ONGs capaces de encauzar nuestra ayuda hacia niños que lo necesitan.
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Escribe Fernando Savater: “Lo que cuenta no es el derecho de cualquiera a adoptar un niño sino el derecho del niño a no ser adoptado por cualquiera”.
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Todos somos adoptados, o todos deberíamos haber sido adoptados. Nacemos, sí, pero no por eso somos hijos de nuestros padres. Tenemos hijos, sí, pero no por eso los aceptamos siempre como tales. Es necesario un paso más: la inclusión del niño en el afecto, en el lenguaje, en la historia familiar. Es necesario un salto cualitativo: dejar de considerar al niño un objeto de deseo para pasar a considerarle un sujeto de deseo.
Este salto cualitativo, que en realidad es un proceso de madurez, no es fácil ni está garantizado de antemano. (...)
La adopción [tanto en padres biológicos como adoptivos] empieza con la inscripción del niño. Esto elimina una creencia mítica: la de que hay padres malos que abandonan a sus hijos y padres buenos que adoptan y salvan niños necesitados. Más bien hay padres que adoptan porque desean tener un hijo y padres que abandonan porque no desean o no pueden hacerse cargo de un hijo.
El adoptado entonces es un hijo, no diremos ya igual que el hijo biológico, sino igual que “el hijo”. Se es hijo así o no se es hijo sino objeto. Hijo incluido en la constelación de deseos de unos padres a los que obligará a transitar por algunas cuestiones que tal vez creían cerradas y que el hijo reabre, a veces de forma dolorosa: la esterilidad, el origen, la genética, la herencia, la sangre. (...)
El padre, hecho padre por el hijo, lo será a partir de la relación que establece no sólo con el hijo, sino con la madre. (...)
La adopción de padres e hijos es mutua. (...) Al igual que la adopción del niño por los padres está supeditada a la posibilidad de que estos le otorguen un lugar en el deseo que antes ocupó un hijo imaginario, así la adopción de los padres por el niño está supeditada a su capacidad de otorgarles el lugar de padres que los padres biológicos han dejado señalado, marcado. En ambos casos, debe elaborarse y producirse antes una renuncia, una aceptación de una pérdida, una despedida de unos padres que fueron pero que no son y de un hijo que pudo ser pero que no fue. (...)
La capacidad del niño para adoptar a sus padres está determinada por la superación del problema de abandono. (...) El abandono es una forma de maltrato que puede incluir: el abandono físico, el afectivo, el maltrato físico y psicológico y la agresión sexual. El resultado en el niño abandonado es un sentimiento de engaño respecto del amor que le dieron. (...)
La pérdida brutal de los padres constituye para el niño la peor de las tragedias. (...)
El abatimiento tiene que ver con lo inexplicable (...), y el pequeño se encuentra de pronto abandonado o maltratado. El golpe le llegó al niño antes de que pudiera saber de qué se trataba. El “trauma” siempre va por delante de la capacidad para darse cuenta. Ésta llega después y tiene que explicarse lo que ya pasó. En estas explicaciones es cuando el niño tiene que encontrar comprensión, cariño, y no siempre es así; a veces se encuentra de nuevo con intolerancia, con exigencia, porque los padres quieren que cumpla sus expectativas (que se integre rápido y que vaya bien en el colegio) y a éstas no están dispuestos a renunciar.
Alguien tiene que acoger, comprender y sostener ese abatimiento, ese no saber del niño. Eso es la verdadera adopción. Adoptar esta particularidad, esta esencia que al niño le pesa, le abate, le oprime, le incapacita. Los padres tienen aquí la oportunidad de mostrar el amor: estar ahí para el niño que no puede con lo que le pasa. (...) Si los padres están ahí, si él se siente comprendido, podrá confiar, comprobará que no le van a defraudar de nuevo, que no va a haber una repetición de su abandono. Esto nos lleva a ver (...) cómo aceptan los padres la diferencia entre lo que esperaban que el niño les diera y lo que les da.
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La espera no tiene por qué ser negativa. (...) Nos referimos a una espera activa, pendientes de lo que sucede con el proceso de adopción y pendientes y atentos a lo que nos sucede a nosotros mismos.
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Se adopta un niño y su historia. (...) Esa historia le pertenece y no puede ser negada. Lo que se diga al niño (...) siempre tiene que ser algo de la verdad. (...) El niño, aunque pensemos lo contrario, no olvida su historia. Un niño adoptado comentó en una entrevista de psicoterapia, respecto a su historia: “Es algo que no me acuerdo, pero no lo puedo olvidar”. (...) El comentario repetido, a veces hasta el cansancio, de una parte de su historia, es un modo de elaborar una y otra vez un hecho que por no poder ser comprendido necesita ser dicho y escuchado en muchas ocasiones.
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El niño planteará cambios en nuestra vida, y no sólo es él quien se tiene que adaptar o “ajustar” e integrar.
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El niño que llega es nuevo y diferente al soñado. Es así para todos los padres sin distinción. Para que este niño nuevo ocupe su sitio físico y en el corazón, es necesario reflexionar y elaborar una despedida con el otro niño que pudo haber sido y que no llegó o no nació.
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Hay que diferenciar lo que es querer de lo que es desear. En el querer podemos pensar en un acto de voluntad, consciente, por el que los padres dan al niño afecto. En el deseo podemos pensar más bien en el lugar simbólico que los padres otorgan al hijo en su linaje y en su relación y entramado familiar.
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Observamos en muchos niños que han sido abandonados de bebés, un sentimiento de culpa (en forma de tristeza y apatía, o rebeldía e hiperactividad, en otros casos) ligado a ese momento por no ser para la madre aquello que es necesario ser en un primer momento de la vida: lo más valioso que ella tiene.
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El niño adoptado puede tardar en dar su cariño. Pondrá pruebas y tendremos que aprender a conocer su ritmo interno. Del mismo modo, será importante valorar los progresos que realice en la casa y en la escuela. (...)
Son niños que tardan tiempo en estar tranquilos, en estar confiados en la familia, en darse. Se muestran pendientes, en estado de alerta, porque temen entregarse del todo a los padres por el miedo a ser abandonados de nuevo.
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En muchos casos, el conocimiento del origen es doloroso, es difícil, pero es necesario para situarse en la vida, en el ordenamiento de las ideas y los deseos del niño. (...)
Lo que resulta insoportable para cualquier niño, más que el abandono es el rechazo. (...)
Todos los niños necesitan dotarse de un origen en el que algo del deseo de vida esté presente. En primer lugar, el deseo de la madre de dar a luz un hijo y el hecho de entregarlo para que alguien lo cuide es dotar al niño de un deseo de vivir. Esto es fundamental, es lo que constituye el primer narcisismo.
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Dice una madre adoptiva que siempre transmitió a sus hijos que sus padres no les habían podido llevar adelante y, por tanto, hicieron un acto de generosidad importantísimo renunciando a ellos para que estuvieran bien.
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La verdad puede doler, pero el misterio asusta. (...)
Hablar de la adopción entre los padres y el niño es el producto de un encuentro de deseos mutuos. Surge y no se prepara. (...)
Al hablar al niño de su condición de adoptado habría que contraponerle al par adoptado-abandonado el de adoptado-elegido. (...)
El decírselo o hablar de la adopción no se realiza de una sola vez; después de una confidencia vendrán preguntas, aclaraciones, y habrá que tener mucha paciencia y comprensión. El hijo puede volver una y otra vez a preguntar con intervalos de tiempo o puede también ignorar lo escuchado o hablado. Será en la relación, en el vínculo entre los padres y el hijo donde podamos situar las cosas que pueden pasar.
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La adopción de un niño de otra raza debe conllevar la adopción de algunos aspectos de su país de origen. (...) El conocimiento y la aceptación de costumbres y características del país de origen facilitará el diálogo sobre algunas cosas que el niño pregunte o quiera conocer. (...) El país de origen es uno y su país es otro.
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Dice una madre adoptiva: “El día que mi hijo me dijo ‘te odio’, pensé: ‘Bueno, ya soy su madre’. Ya no había miedo. Ya me podía decir ‘te odio, te detesto, eres horrible, vete a la mierda’. A partir de ese día, pensé, él ya no tendría ningún miedo de que yo le dejara”.
Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica