Hans Christian Andersen, en sus memorias, El cuento de mi vida, recuerda cuán pobres eran sus padres. Un día dibujó un palacio a una amiguita de su escuela: “y le aseguré que a mí en realidad me habían cambiado por otro al nacer, que venía de una familia de alcurnia”.
En el artículo La novela familiar del neurótico (1909), asevera Freud que en la temprana infancia todos los niños y las niñas albergan la fantasía, a menudo consciente, de que son adoptados. A medida que el niño descubre que sus padres no le dan todo lo que desea, que le ponen límites, que no le entregan todo su amor (pues la madre entrega parte de su amor al padre, y viceversa), se decepciona y se siente menospreciado. Va atisbando que él no lo es todo para sus padres, y más adelante habrá de admitir que sus padres no lo son todo para él. Su sentimiento de ser despreciado por no recibir la totalidad del deseo y del amor de sus padres, le genera hostilidad. Entonces brota el afán (sano y normal, mientras sea transitorio) de liberarse de esos padres y sustituirlos por otros mejores que le otorguen todo lo que quiere. Fantasea con otros padres que son ideales. Según Freud, estos nuevos padres “están provistos de atributos derivados exclusivamente de recuerdos reales de los verdaderos y humildes padres, de modo que en realidad el niño no elimina al padre, sino que lo exalta. Más aún: todo ese esfuerzo por reemplazar al padre real por uno superior es sólo la expresión de la añoranza que el niño siente por aquel feliz tiempo pasado, cuando su padre le parecía el más noble y fuerte de los hombres, y su madre, la más amorosa y bella mujer. Del padre que ahora conoce se aparta hacia aquel en quien creyó durante los primeros años de infancia. Su fantasía no es, en el fondo, sino la expresión de su pesar por haber perdido esos días tan felices. Así, en estas fantasías vuelve a recuperar su plena vigencia la sobrevaloración que caracteriza los primeros años de la infancia”.
Más que pretender otros padres, el niño se resiste a su segunda caída del paraíso terrenal. La primera aconteció con la expulsión del útero en donde estaba colmado y donde no necesitaba pedir nada. La segunda es el pasaje por la “castración” (es decir, no lo tengo todo, me falta, y eso me lleva a desear; y el otro tampoco lo tiene todo, le falta, y no me desea exclusivamente a mí) y el complejo de Edipo. Al fantasear que nació de otros padres, se aferra al estado preedípico de fusión con los padres, de ser todo para ellos, y ellos todo para él.
Los niños realmente adoptados pueden encumbrar en su fantasía a los padres originarios por las mismas razones. Con la obvia diferencia de que se interrogan sobre sus padres biológicos: ¿cómo fueron?, ¿por qué me tuvieron?, ¿me abandonaron?, ¿por qué?, ¿les fui arrebatado?, ¿por qué?, ¿me quisieron?, ¿cómo hubiera sido mi vida con ellos?, ¿qué es de sus vidas?, ¿quiero conocerlos?, ¿cómo sería conocerlos?...
En el libro Soy adoptado: La vivencia de la adopción a lo largo de la vida, de David Brodzinsky y otros, se afirma que la solución de la fantasía de la novela familiar puede ser más complicada en los niños adoptados. La solución pasa por asumir la ambivalencia amor-odio hacia los padres, por aceptarlos como seres en falta y por soltar la pretensión de ser colmados por ellos. Tanto en relación a los padres adoptantes como a los biológicos.
Algunos adolescentes, cuando echan un pulso a sus padres adoptivos, pueden idealizar a los biológicos: ellos sí les comprenderían y serían más permisivos. Dice una chica de catorce años: “La relación de sangre haría que todo fuera distinto. Sólo tendrían que estar conmigo y sabrían lo que yo necesito, y no como mis padres adoptivos”. Es como un pensamiento mágico.
En el libro se dice que los adoptados dirigen la ira según cómo interpretan su abandono:
1.-“Los niños que piensan que fueron abandonados o rechazados suelen sentirse furiosos contra sus padres naturales.”
Una niña de diez años dice: “Los odio por lo que hicieron. Yo no les importaba lo suficiente como para quedarse conmigo. Así que me dieron”.
Y un niño de siete: “Les pegaría o los ahogaría si pudiera. Son asquerosos. No me quisieron y a mí no me importa que me den asco”.
Aquí se ha dado la vuelta a la novela familiar, poniendo lo despreciable en los otros padres, que en este caso existen, pero que son imaginados.
2.-“Los niños que piensan que fueron robados o comprados suelen sentir ira contra sus padres adoptivos.”
Dice una niña de nueve años: “No es justo que pudieran comprarme sólo porque tenían más dinero. Los niños tendrían que estar con sus verdaderos padres. Yo no soy un juguete o algo que alguien decide comprar”.
En este caso, la fantasía adquiere un plus de virulencia.
3.-“Los niños que creen que fueron dados en adopción porque les pasaba algo a ellos suelen estar furiosos consigo mismos.”
Dice una niña de ocho años: “Puede que llorara o no comiera bien, o algo así. Siempre pienso que hice algo mal, que fue culpa mía”.
El odio vuelto contra uno mismo.