Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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LA PATITA FEA (AURORA PAZOS)

En un precioso paraje, muy cerca de una laguna llena de juncos, vivía una colonia de patos y otras aves. Allí había una pareja de patos. La mamá pata tenía una nidada de 5 huevos que empollaba con ternura todos los días. Un día observó sorprendida que en su nido había aparecido un nuevo huevo, grandísimo. “¿Qué ha sucedido aquí? ¿De dónde ha salido este huevo?”, se preguntaba. Con la ayuda de papá pato, investigó, y descubrieron que muchas aves habían tenido que emigrar porque empezaba el frío. Si se quedaban, no sobrevivirían al invierno. Seguramente, una de las mamás había tenido que dejar su huevo. ¡No se lo podía llevar volando: se rompería!

Mamá pata y papá pato pensaron que no podrían cuidar con todo el mimo necesario este nuevo huevo, porque ya tenían cinco. Entonces se acordaron de su vecina Cleopata, a quien los huevos siempre le salían mal: o se le rompían o alguien se los pisaba o los huevos parecían de broma, vacíos... Se quedaba tan triste que lloraba hasta hacer un charco de lágrimas. Además, sabían que Cleopata era muy generosa, le gustaba cantar y jugar, y sabía ayudar a quienes se lo pedían.

Cleopata se puso muy contenta cuando nuestros amigos le ofrecieron cuidar aquel huevo y ser su mamá. ¡Cuando se abriese, tendría alguien a quien querer y mimar! ¡Le enseñaría a andar, a correr, a nadar y a bucear! ¡Cuánto podrían jugar! ¡Y le llevaría por toda la laguna!

Cleopata, que era muy dispuesta y pizpireta, se encaramó encima de aquel gran huevo que valía por dos, lo cuidó, le dio calor, lo acunó con sus patas y lo acarició con sus alas. Sólo se separaba de él para comer. Mientras, imaginaba que su hijito no sería como ella, porque aquel huevo no era como los de las demás patas, y se preguntaba: “¿quien será?, ¿le gustará que yo sea su mamá?, ¿qué le parecerá vivir en esta laguna?”.

Pensando, pensando, un día el huevo de Cleopata empezó a abrirse. Poco a poco asomó una avecilla toda mojada y desplumada. Al ver que su mamá no era como ella, se dijo: “¡Qué mamá tan rara de color amarillo! ¡Pero si casi soy tan grande como ella¡”. A Cleopata, su hijita también le pareció un poco rara: “¡Qué cuello tan largo! ¡Qué alitas tan grandes y blancas!”. La llamó Paticia.

Pati, que así la llamaban cariñosamente, fue creciendo con los cuidados amorosos de su mamá, que la miraba asombrada. Las otras mamás patas decían: “¡Cuánto va a crecer esta patita si ya es más alta que nosotras!”. Como era tan grande, cuando su mamá le enseñaba a nadar, salpicaba a todos con sus grandes alas. Los otros patitos protestaban porque era más patosa de lo normal, pero enseguida se callaban porque Paticia nadaba más rápido que nadie.

A Pati le gustaba mucho su mamá y era feliz viviendo en la laguna, aunque se ponía un poco triste cuando algún patito malévolo la llamaba fea y requetepatosa. Se miraba en la laguna y pensaba: “sí que soy fea, con este supercuello que parece un sacacorchos y estas alas gigantes como sábanas". Su mamá se dio cuenta de su tristeza y le dijo: “No eres fea, eres distinta de los otros patitos. Aprovecha tus diferencias y valora lo que tienes: tu cuello es largo y elegante, gracias a él puedes ver más alto y más lejos; tus grandes alas son blancas y largas como las de un ángel, gracias a ellas, dentro de muy poco, volarás hasta las nubes; tus patas son fuertes, gracias a ellas nadas muy rápido, tal que una reina que arrastra su estela blanca como un manto de armiño. Eres la patita más guapa de toda la laguna”. Al escuchar esto, Paticia pensó que su mamá era muy lista y muy sabia, y que a lo mejor aquellos patitos no sabían aún todo eso.

Cleopata comprendió que Pati no era un pato. ¡Era como aquellos preciosos cisnes que, a veces, nadaban en la laguna! Entonces, le contó a su hija su descubrimiento. Y le dijo que muy pronto, en primavera, volverían de lugares lejanos a la laguna otros cisnes tan hermosos como ella. Pati se puso a llorar y balbuceó: “¿Tendré que marcharme con ellos cuando venga el frío? ¿Ya no serás más mi mamá?”. “Yo seré tu mamá siempre y nadie podrá llevarte de mi lado jamás. Te cuidaré y te querré toda la vida, incluso si algún día quieres irte volando a buscar otros lugares más cálidos para vivir. Siempre estaré aquí para ti, esperando a que llegue la primavera y vuelvas para jugar, nadar juntas y contarme todas tus aventuras en esos lugares lejanos.”

Pati dejó de llorar. Ya nunca más tuvo miedo de que su mamá dejase que se la llevaran, ni le importó que algún patito despistado la llamara fea y requetepatosa, porque sabía que su mamá la quería muchísimo. No era bella como un pato, ¡era bella como aquellos cisnes que ya cubrían el cielo con sus blancas alas!

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica