Víctor Jara (1932-1973) es un cantautor chileno asesinado en los primeros días de la dictadura de Pinochet.
La familia, durante más de cuatro décadas, ha reclamado justicia. Esta semana de mediados de abril de 2015, un juez de Florida ordena que el hombre identificado como su asesino, Pedro Pablo Barrientos, responda ante la Justicia por cargos de tortura y ejecución extrajudicial. Barrientos, exoficial del ejército chileno, vive en Florida desde los años noventa, donde ha trabajado en la compraventa de coches.
El 11 de septiembre de 1973, el general Augusto Pinochet toma el poder dando un golpe de Estado contra el presidente Salvador Allende, elegido en elecciones democráticas. Impone una dictadura. Miles (incluido Víctor Jara) son confinados en el estadio de fútbol “Chile”, en Santiago. Se cometen torturas y asesinatos. Hay desaparecidos que jamás se han encontrado.
A Víctor,
célebre cantor, comprometido con el pueblo, defensor de Allende, lo reconoce un
suboficial apodado el príncipe, que
le dice: “Tú eres ese maldito cantante, ¿no?”. Lo golpea en la cabeza. Lo
derriba. Patea vientre y pecho. Grita: "¡Canta ahora si puedes, hijo de puta!".
Lo trasladan al sótano. Le dan palizas, dejándolo ensangrentado en un suelo de orina y excrementos. Lo torturan cada día: golpes, quemaduras con cigarrillos, ruleta rusa, simulacros de fusilamiento...
El 14, dos días antes de que lo maten, consigue lápiz y papel. No solo le quedan fuerzas para empuñar precariamente el lápiz con las manos malheridas, sino que parece que le va la vida en escribir. En dejar testimonio, sobreviva o muera.
Maltrecho,
quizá el acto de escribir le hace sentirse vivo, resistirse a la muerte.
Palabras que no sabe quién cantará, pero que supongo que espera que serán
cantadas algún día, leídas y recitadas.
Así escribe sus últimos versos, con el título (que no sé si puso él) de Estadio Chile. Entrega el papelito a un compañero, que lo esconde en el calcetín. Otros intentan memorizarlo.
Imagino también que, al dejar el lápiz, en su cabeza pudo escribir al menos cuatro nombres y dibujar cuatro rostros: Amanda, su hija; Joan, su mujer; Amanda, su madre; Manuel, su padre.
Lo asesinan el día 16. Cuarenta y cuatro balazos.
Joan Jara (Joan Turner) escribe en su libro Víctor Jara, un canto truncado (1983): “Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el pecho acribillado y una herida abierta en el abdomen, las manos parecían colgarle de los brazos... pero era Víctor, mi marido, mi amor”.
Perduran las palabras del cantor.
Estadio Chile
Somos cinco mil aquí
en esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Sólo aquí,
diez mil manos que siembran
y hacen andar las fábricas.
Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura.
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Uno muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse
todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra un muro
pero todos con la mirada fija en la muerte.
¡Qué espanto produce el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es un acto de heroísmo.
¿Es este el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y de trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número
que no progresa.
Que lentamente querrá más la muerte.
Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona
llena de dulzura.
¿Y México, Cuba y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos
menos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto, qué mal me sales*
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo
como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos
momentos de infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que veo nunca vi.
Lo que he sentido y lo que siento
harán brotar el momento...
*Debido a que este poema fue sacado del Estadio Chile (actual Estadio Víctor Jara) de forma clandestina, se escribieron varias copias para que las probabilidades de su difusión fueras mayores. Por diferencias en las transcripciones, hay versiones con el verso “Canto, qué mal me sales” y otras con “Canto, qué mal me sabes”.
Con el título Ay canto, qué mal me sales, Violeta Parra canta la última estrofa. Solo voz.
https://www.youtube.com/watch?v=h4pogC9IfzITres años antes de la muerte de Víctor Jara, Horacio Guarany, cantor y escritor argentino nacido en 1925, obtiene un gran éxito con Si se calla el cantor (del disco El potro). Probablemente, Víctor Jara conocía la canción. Pocos años después, en la última dictadura argentina, Guarany tuvo que exiliarse para salvar la vida.
Si se calla el cantor
Si se calla el cantor, calla la vida
porque la vida misma es toda un canto.
Si se calla el cantor, muere de espanto
la esperanza, la luz y la alegría.
Si se calla el cantor, se quedan solos
los humildes gorriones* de los diarios,
los obreros del puerto se persignan;
quién habrá de luchar por su salario.
Qué ha de ser de la vida si el que canta
no levanta su voz en las tribunas
por el que sufre, por el que no hay
ninguna razón que lo condene a andar sin manta*.
Si se calla el cantor, muere la rosa;
de qué sirve la rosa sin el canto.
Debe el canto ser luz sobre los campos
iluminando siempre a los de abajo.
Que no calle el cantor porque el silencio
cobarde apaña* la maldad que oprime.
No saben los cantores de agachadas*,
no callarán jamás de frente al crimen.
Que se levanten todas las banderas
cuando el cantor se plante con su grito,
que mil guitarras desangren en la noche
una inmortal canción al infinito.
Si se calla el cantor... calla la vida.
(*) Gorrión: muchachito que vende diarios al comenzar la mañana.
Manta: poncho o prenda habitual del trabajador y del campesino.
Apañar: reprender, castigar.
Agachada: reverencia, sometimiento, servilismo.
El escritor uruguayo Mario Benedetti (1920-2009), siguiendo la estela de Guarany y Jara, escribe Por qué cantamos (publicada en 1979 en el poemario Cotidianas). Alberto Favero compone la música. Benedetti también tuvo que exiliarse por la dictadura.
Por qué cantamos
(...)
Si los nuestros quedaron sin abrazos,
la patria casi muerta de tristeza
y el corazón del hombre se hizo añicos
antes de que explotara la vergüenza.
Usted preguntará por qué cantamos.
(...)
Cantamos porque el río esta sonando
y cuando suena el río suena el río.
Cantamos porque el cruel no tiene nombre
y en cambio tiene nombre su destino.
Cantamos porque el niño y porque todo
y porque algún futuro y porque el pueblo.
Cantamos porque los sobrevivientes
y nuestros muertos quieren que cantemos.
(...)
Cantamos porque llueve sobre el surco
y somos militantes de la vida
y porque no podemos ni queremos
dejar que la canción se haga ceniza.
Cantamos porque el grito no es bastante
y no es bastante el llanto ni la bronca.
Cantamos porque creemos en la gente
y porque venceremos la derrota.
(...)
Y antes que los tres, escribió Antonio Machado (1875-1939) este poema, que es una de las canciones a su amada Guiomar:
Y te enviaré una canción:
“Se canta lo que se pierde”,
con un papagayo verde
que la diga en tu balcón.