Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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RAMIRO PINILLA: RECUERDA, OH, RECUERDA
(31-X-2014)

“Recuerda, oh, recuerda

a Ramiro Pinilla”

 

Viernes, 31 de octubre de 2014

Aula de cultura - Biblioteca de Villamonte

Algorta (Getxo)

 

 

 

         (En el salón de actos, durante tres horas, pasan ante un micrófono decenas de personas -incluidos sus familiares- para hablar de Ramiro Pinilla, fallecido ocho días antes, el jueves 23 de octubre. También se proyectan fotos y vídeos en los que él habla. Junto al estrado, un pintor pinta un cuadro de la playa de Arrigunaga y los acantilados, todo en azul.)

(Este es el texto que leo.)

 

 

Procuraré no ponerme sentimentaloide, blandengue, sensiblero. Ramiro lo criticaría, como tantas veces en el taller. Y me señalaría que he escrito tres palabras para una misma idea: que con una palabra basta, lo demás son jugueteos de lenguaje para goce del escritor. También me diría que hay otra palabra mejor que esas tres, que la piense. Incluso añadiría que esa primera frase no instala el cable de acero que da tensión a un texto, así que mejor que la quite y busque otra.

Ramiro es una voz interior. Una voz a la que no obedecer a ciegas sino con la que dialogar en libertad.

Ramiro comenzó su taller en 1978, hace 36 años, con el nombre: Taller de Escritura Asociación de Vecinos “Batasuna”. A los pocos años, esta asociación dejó de organizarlo, pero él ha seguido por su cuenta hasta este lunes 15 de septiembre, tres días antes de su ingreso. Aquella última sesión, celebró su 91 cumpleaños.

         El taller siempre se ha llevado a cabo en Algorta. Comenzó en el Aula de Cultura. Poco después, para tener más libertad, Ramiro lo sacó fuera.

Cito un texto de Ramiro de 1982, de la contraportada de uno de los libros que publicó el taller:

Se fundó este Taller, hace cuatro años, con el propósito de reunir a todos aquellos que sintiesen vocación por la escritura. Desde entonces, este “hogar literario”, humilde y abierto, ha sido escenario de lecturas, discusiones y críticas constructivas, de alegrías para muchos y desilusiones para otros. Pero el Taller ha recibido siempre en su seno a todo aquel que ha acudido con sus versos, con sus narraciones... Y se le ha ayudado a ser el mejor crítico de su propia obra, el más exigente con su texto. Ha aprendido a luchar con el papel en blanco y a crearse un hábito de escritura. Porque LA ÚNICA FÓRMULA PARA APRENDER A ESCRIBIR ES ESCRIBIENDO.

El espíritu abierto del Taller no permite ni los encasillamientos ni los academicismos. La libertad, la relación amistosa, la ilusión y el temor, la crítica... son los primeros puntos de nuestro inexistente programa.

 Se lee, se habla, se escucha, se aprende de los demás, y, a veces, sorprendentemente, de uno mismo.

Ramiro continuó el taller en bares, pasando por la librería Antares, varias casas de escritores… hasta un ángulo iluminado de un almacén semiabandonado (propiedad de la familia de uno de nosotros) en que nos reunimos en la actualidad, en la plaza San Nicolás. En las noches más frías, una pequeña estufa no basta para que algunos se quiten el abrigo. Con esos fríos, Ramiro mantiene calada la boina, sentado en un sillón orejero verde que se traslada cada vez que el taller cambia de paradero.

         Sin ninguna pauta, llevamos batidos, yogures líquidos, cervezas, galletas, patatas fritas (que nunca faltan), regalices y demás. En un rincón reposa un pequeño aspirador que se usa una o dos veces al año, así que la desgastada moqueta da acomodo a los restos de un naufragio. Las palabras escritas que pronunciamos son nuestra tabla de salvación.

         El taller es gratuito, como siempre. No se anuncia. Quien viene, ha dado crédito a los rumores sobre su existencia. No hay que inscribirse. No hay que asegurar ninguna frecuencia de asistencia ni avisar si uno vendrá o no. Tampoco se pide puntualidad. Sabemos que es todos los lunes de ocho a diez de la noche, salvo los días festivos y agosto. Se lee por orden de llegada: es la única norma (además del respeto) pues ni siquiera se exige llevar algo escrito.

         No es un taller formal en que se escriba mediante ejercicios. Cada participante escribe fuera y lo lee en el taller. Ramiro sólo ha recomendado para casa un ejercicio (y es tradición que casi nadie lo ponga en práctica). Escoger de un escritor una o dos páginas que a uno le entusiasmen. Leerlas varias veces y copiarlas a mano para impregnarse de lo que cuenta y de cómo lo cuenta. Después, cerrar el libro y escribirlo con la misma música, más allá de la memorización racional.

         En el taller, cuando a uno le llega el turno, lee. Los demás escuchan; algunos, como Ramiro, con los ojos cerrados. En esos momentos, la estancia se puebla de imágenes cuando el texto no está diciendo sino contando. Después, quienes quieren, lo comentan. Tales comentarios suelen conducir a que el autor revise el texto y lo vuelva a leer otro día. Subrayamos y explicamos tanto los logros como los fallos. A veces debatimos con vehemencia. Ramiro (el único que no lee) suele hablar poco.

El taller barre el camino hacia un estilo propio de cada escritor. Ramiro sugiere a los principiantes que durante unos cuantos años copien el estilo de su escritor preferido, descaradamente, sin avergonzarse. Que suelten así la mano hasta que den consigo mismos y se suelten del modelo. Como los bebés con la mamá hasta que crecen. Porque todo escritor empieza por ser un mamón.

         Hace cinco años, le dije a Ramiro que cuando un día la fuerza se le desbarate, quizá continuemos el taller reunidos en corro, como siempre, pero alrededor de su cama en Walden. Le dije que no sabía qué sucedería con el taller cuando él muriera. Que si desapareciera con él, sería como un ser desvalido que no puede sobrevivir al padre. ¡Que no, que aquí no soy el padre ni el maestro de nadie!, me contestó. Como no soy nada de eso, tenéis todo a favor para continuar el taller sin mí. Pero nada de hacer el taller en mi cama. Pues bien: este lunes 27 de octubre, el taller ha celebrado su primera sesión tras su muerte, y va a continuar.

         Ramiro hace (perdón, hacía) el taller para dar a los escritores lo que él no tuvo: un espacio en que mostrar lo que uno escribe, escuchando el eco que producen las palabras. Una vez nos dijo: Cuando a los quince años, dije que escribía, mi hermano y mis amigos se descojonaron de mí. Mis padres callaron. Pensé que todos me tomaban como un ser extraño.

         A la muerte de Ramiro, he recordado la muerte a los 111 años de Isidro en Seno. Su bisnieta María, que acaba de darle un tataranieto, identifica en los lloros del viejo Isidro la más desolada súplica que jamás oyó. Menguado como un recién nacido, Isidro rememora la imagen de su primera mamada (imagen que ha llevado toda su vida alojada en la médula de sus huesos, imagen que le lee María en el pensamiento). Entonces, María entregó al bisabuelo su pecho de matriarca. Isidro cesó en el lloriqueo y lo recogió con fervor. “Que nadie lo tenga por loco -exclamó arrasada en lágrimas-. Todo lo hizo porque quería morir como si estuviera naciendo.” Se oyó un eructo de placer, que fue apagándose en un silbido cada vez más tenue, hasta que se le salió toda la vida.

         Gracias, Ramiro.

 

 

    (Partes de este texto pertenecen a un artículo más amplio sobre el taller: “El taller de escritura de Ramiro Pinilla: un espacio de libertad”. Publicado en TK - Revista de la Asociación Navarra de Bibliotecarios ASNABI, diciembre de 2009, nº 21, 63-67. Se puede leer en esta sección de mi web: “De libros y escritores”.)

31-X-2014

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica