Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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RAMIRO PINILLA SE NOS HA MUERTO
(24-X-2014)

Ayer murió nuestro Ramiro, tan querido. Se ha ido con las botas puestas. Hasta su ingreso de mediados de septiembre por una pancreatitis repentina, continuaba con los paseos diarios de dos horas, con la compra del pan y la prensa, con la escritura de una página o dos al día (deja una novela inconclusa: Los inmaduros), con su vida independiente y con su defensa de la libertad. Y con lo que decía que era lo más importante: la relación con sus seres queridos.

PINILLA GARCIA,RAMIRO

Esquela, El Correo, 24-X-2014

Procuraré no ponerme sentimentaloide, blandengue, sensiblero. Ramiro lo criticaría, como tantas veces en el taller de escritura. También me señalaría que he escrito tres palabras para una misma idea: con una palabra basta, lo demás son jugueteos de lenguaje para goce del escritor. Incluso añadiría que hay otra palabra mejor que esas tres, que la piense.

El lunes 15 de septiembre, dos días después de cumplir 91 años y tres días antes del ingreso, celebró su cumpleaños en el taller. Se convertiría en su última sesión. 36 años ininterrumpidos de taller, desde 1978. Todos los lunes de ocho a diez de la noche (salvo julio y agosto) en Algorta (Getxo). Sin publicidad: sólo hacía falta creer en la leyenda de su existencia, transmitida de boca a oreja.

Creó el taller por generosidad, sin cobrar, para que los escritores tuvieran un lugar de escucha y palabras que él no tuvo. También para que no recibiéramos lo que a él le dieron cuando, a los quince años, se atrevió a decir que escribía. “Mi hermano y mis amigos se descojonaron de mí. Mis padres callaron. Pensé que todos me tomaban como un ser extraño.” El taller como “hogar literario”, decía.

Hace cinco años, ante la broma (o no tan broma) de continuar el taller alrededor de su cama cuando se le desbarataran las fuerzas, nos dijo: “Aquí no soy el padre ni el maestro de nadie. Como no soy nada de eso, tenéis todo a favor para continuar el taller sin mí. Pero nada de hacer el taller en mi cama.”

Hace diez años, cuando le pregunté si cuando se sintiera morir, pediría una ambulancia para que lo condujera a la playa de Arrigunaga y lo tendieran en la orilla, contestó: “De ningún modo. Moriré, si estoy lúcido, con tristeza. Diré a los míos que no esparzan mi semilla ni por la playa ni por el mar. Incinerado y fuera…”. Qué hermoso lapsus, del que no se dio cuenta. ¿Esparcir su semilla? ‘Semilla’ en vez de ‘ceniza’: ¿el principio y el fin que se dan la mano?

Decía que, ya en la vejez, pensaba en la muerte todos los días, pero que no le daba miedo sino pena. “Me da pena acabar porque yo estoy muy vivo todavía y eso, por la lógica de los números, no durará demasiado. Estoy bien y vivo, y me encuentro feliz en el mundo.” “Y la pena de dejar aquí mucho dolor.”

         En la última novela publicada, a principios de octubre, Cadáveres en la playa, escribió que la playa de Arrigunaga (donde empezó todo con la llegada de 48 bichitos verdes del mar, que originaron la vida sobre la Tierra) se iba vaciando de arena. Ese vaciado dejaría al aire cadáveres asesinados en la Guerra Civil.

         Ahora la playa se nos llena de Ramiro, precisamente por su ausencia. Cuando alguien que importa se va, acuden en avalancha los recuerdos, y durante un tiempo lo tenemos más presente que cuando vivía.

Esa playa de la infancia, de toda su vida. Una playa que atesora las historias que inventó, tantas veces asomado a los acantilados.

Una playa que habla de la historia que cada uno de nosotros vivió con él.

Gracias, Ramiro.

http://imagenes.publico.es/resources/archivos/2014/10/23/1414080091722pinilla-galc4.jpg




Ramiro Pinilla, sus últimos años en imágenes
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Publicado en:
Diario de Noticias - Navarra, Obituarios, 25-X-2014
Deia - Bizkaia, 25-X-2014
24-X-2014

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica