Conferencia leída en Pamplona el 14 de diciembre de 2013, en el ciclo “Psicoanálisis: tratamiento eficaz”, organizado por Espacio Psicoanalítico (Pamplona).
Los nombres de los pacientes mencionados y algunas de sus circunstancias están cambiados para mantener el anonimato y la confidencialidad.
“En el hoy estoy mucho mejor, me tomo las cosas con más tranquilidad. Ya no tengo a mi padre dando vueltas en la cabeza. En el hoy pongo límites a mi madre…”
Acabo de leerles, entre comillas, las palabras de un analizante. Sin embargo, quizá haya surgido el malentendido de que hablaba de mí. ¿No sería preciso leer para que se manifiesten las comillas, las comas, los puntos, las letras…? Y es que el analista hace de su escucha una lectura de lo que dice el paciente.
Este paciente, tras varios años de análisis, había alcanzado una considerable mejoría sintomática, de la que daba cuenta. Ese progreso del que habla es el enunciado, lo dicho, esto es, la palabra en su dimensión consciente, lo que quiere expresar: que en el hoy (expresión que repite), es decir, en el presente, se encuentra mejor.
Ahora bien, el analista atiende a la enunciación, al decir, esto es, a la palabra en su dimensión inconsciente, a lo que el analizante desea expresar. Este paciente, en lo que ha querido decir conscientemente, ¿qué desea inconscientemente?
Así, el sujeto está dividido entre lo consciente y lo inconsciente, lo cual aparece en el lenguaje. Ya dijo Lacan que el inconsciente está estructurado como un lenguaje. Un lenguaje con cadena de significantes, con significados, letras, metáforas, metonimias, sintaxis, signos de puntuación, etc.
Podemos considerar la escucha del psicoanalista como una lectura de lo inconsciente que aparece en el hablar del paciente. Inconsciente que se manifiesta entre líneas, no en lo obvio de lo dicho. Y podemos considerar que lo que habla el paciente es un texto, una escritura con manifestaciones de lo inconsciente. De este modo, el analizante en su hablar escribe un texto, es un escritor, mientras que el analista es un lector de lo inconsciente de ese texto.
Dedicaremos esta conferencia, sobre todo, a los deslices de la lengua que se producen en el texto hablado del paciente.
Volvamos al paciente del inicio.
Interrumpo su retahíla de mejorías “en el hoy” y le pregunto:
-¿Eloy?
Les voy a deletrear mi pregunta; con el paciente no lo hice: E mayúscula, ele, o, i griega.
-Sí, ahora estoy mucho mejor -contesta.
-¿Y Eloy? -pregunto.
-Quiero decir en el hoy, en la actualidad -dice.
-¿Quién es Eloy? -insisto.
Silencio.
-¿Eloy? -pregunta.
Más silencio, que él rompe en tono enérgico:
-¡Eloy! ¡Sí, Eloy! -dice entre signos de exclamación.
Es una cuestión de letras (lo real de la letra) y de homofonía (dos significantes escritos distinto, que suenan igual, con diferente significado: el hoy, dos palabras, la segunda con hache, y Eloy, una palabra, sin hache, nombre propio) a través de lo cual se manifiesta lo inconsciente en el texto del analizante leído por el analista entre líneas.
Continúa el paciente:
-Algunas de las últimas sesiones, cuando salía, me acordaba de Eloy. Pensaba comentarlo en la siguiente sesión, pero cuando volvía me olvidaba hasta salir otra vez de la sesión. A Eloy lo conocí cuando yo era un niño y…
Sigue hablando de lo que le pasó con Eloy, de lo que eso ha representado para él.
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Si estuvieran leyendo este escrito que estoy pronunciando, se habrían percatado de que acabo de hacer un punto y aparte. Si se han dado cuenta, es como si hubieran leído. En el tratamiento psicoanalítico, las pausas, los puntos y aparte, las interrupciones en medio de una oración, las comas en lugares extraños, también son escritura dada a leer al analista: ¿qué hay ahí de lo inconsciente? Después de mi último punto y aparte, este párrafo no ha empezado en la siguiente línea, ya que dejé más espacio en blanco: indica que empiezo un apartado nuevo. Ahora hago punto y aparte, y continúo con otro párrafo inmediatamente: en la siguiente línea.
Para facilitar la emergencia de lo inconsciente, Freud sistematizó la regla fundamental del psicoanálisis: la asociación libre. Puede formularse así: “Hable de cualquier cosa que se le ocurra, le parezca lo que le parezca”.
La asociación libre consiste en que el analizante exprese sus ocurrencias, pensamientos, imágenes, recuerdos, emociones, etc., tal y como se le presentan, sin seleccionarlos, aunque le parezcan insignificantes, incoherentes, hermosos, terribles... Ahora bien, no es posible la eliminación absoluta de la censura consciente, y también está presente la censura inconsciente.
La asociación libre posibilita la aparición de manifestaciones de lo inconsciente (lapsus, juegos con los significantes, homofonías, palabras inesperadas, sinsentidos...). Facilita la sorpresa (sorpresa a veces señalada por el analista pues al analizante le ha pasado inadvertida).
La escritura está en el origen del método de la asociación libre. Freud, inconscientemente, lo tomó de los consejos de un escritor, Ludwig Börne, a los escritores principiantes. Les aconsejaba la escritura libre de ideas en un ensayo breve (cuatro páginas y media) redactado en 1823 y titulado: El arte de convertirse en escritor original en tres días. En realidad, Freud hizo un olvido, y le pareció que se le había ocurrido a él. Sin embargo, lo había leído a los 14 años, y era el único libro que conservaba de sus tiempos de muchacho. Pasan muchos años hasta que le mencionan ese ensayo y recuerda que lo había leído. Börne concluye así: “Y aquí viene la prometida recomendación. Tomen algunas hojas de papel y escriban tres días sucesivos, sin falsedad ni hipocresía, todo lo que se les pase por la mente. Consignen lo que piensan sobre ustedes mismos, sobre su mujer, sobre la guerra turca, sobre Goethe, sobre el proceso criminal de Fonk, sobre el Juicio Final, sobre sus jefes; y pasados los tres días, se quedarán atónitos ante los nuevos e inauditos pensamientos que han tenido. ¡He ahí el arte de convertirse en escritor original en tres días!”.
Ante la asociación libre del analizante, el analista en contrapartida se coloca en atención flotante. Es una expresión de Freud que se refiere a prestar atención a lo que dice el paciente sin privilegiar ninguno de los elementos particulares del discurso del paciente. No trata de comprender (que es del campo de lo imaginario, de las buenas intenciones, del discurso corriente) sino de llegar a entender algo del deseo inconsciente que está en juego en el decir del analizante. Más que un modo es un estado, una posición. El analista escucha prescindiendo de sus prejuicios conscientes, escucha desde su propio inconsciente, desde su deseo de saber del deseo del analizante. Escucha hasta que lee la emergencia de lo inconsciente en el paciente.
Y para que haya análisis, hará falta la transferencia, por la cual el sujeto le supone al analista un saber sobre él y sus padecimientos.
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Vayamos ahora a manifestaciones de lo inconsciente en la escritura hablada del paciente, como lapsus linguae, similitudes de sonidos (homófonos, homógrafos y parónimos). Ya vimos la homofonía en el caso del inicio: el hoy (de hoy en día) y Eloy (nombre propio), que suenan igual pero con diferentes escritura y significado.
Otro tipo de similitud del sonido son los parónimos: no suenan igual pero casi, hay al menos una letra de diferencia o una tilde, y tienen diferente significado. Por ejemplo: sexo y seso; aptitud y actitud; me sentí libre y me sentí liebre, pene (órgano) y pené (del verbo penar), coito y coíto.
Veamos una ilustración de parónimo, de cómo lo real de la letra, hablado por una paciente como una escritura, se presta a que la escucha del analista sea una lectura de lo inconsciente. Es una mujer cuya lengua materna es el catalán. Como no sé catalán, el análisis discurre en castellano, que ella habla con fluidez.
En la estantería de diccionarios de idiomas, está el de catalán-español, que a veces ha requerido consultas.
Cuando a ella no se le ocurre la palabra en castellano, o cuando sí se le ocurre pero piensa también el vocablo en catalán, le pido la expresión en catalán.
La paciente acudió con síntomas anoréxicos. Tras varios meses de entrevistas preliminares, en las que se presenta como una neurosis de histeria, me cuenta un sueño de angustia, una pesadilla. Dice:
-Me hundo en el mar. Siento que me ahogo pero sin ahogarme, hundiéndome en el mar.
En entrevistas anteriores, ella me dio a conocer una palabra en catalán que va a aparecer en mi pregunta:
-¿Te hundes en la mare?
Mare significa madre en catalán y es como ella llama a su madre. Me lo había dicho en alguna sesión anterior. Entre mar y mare hay una sola letra de diferencia.
La paciente responde:
-Mare es mi madre. ¿Hundirme en mi madre hasta ahogarme?
A partir de aquí, asoció diversas cuestiones sobre ella y su madre desde la infancia. Habló de escenas en que sobresalía una falta de reconocimiento (por parte de su madre) de los deseos de ella (de la paciente). Y una función paterna débil en el establecimiento de la ley que prohíba el goce incestuoso de fusión entre madre e hija.
Hay síntomas derivados de que el sujeto se aliena (se enajena, se funde) como objeto de goce complementario a un Otro gozante. Admito que habría podido intentar decirlo de una manera más complicada, pero ni me da la gana ni sé si lo conseguiría. Antonio Machado creó a Juan de Mairena, profesor de poética y retórica. Un día, Mairena pide a un alumno que escriba en la pizarra esta oración: “Los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa”. El alumno la escribe con letra clara, sin faltas ortográficas, sin torcerse. El profesor le dice: “Vaya usted poniendo eso en lenguaje poético”. El chico mira al maestro arrugando la nariz, vuelve la cabeza para releer la frase, baja la mirada a los pies y susurra atemorizado: “Lo que pasa en la calle”. Y Mairena sentencia: “No está mal”. Pues eso, que quizá sea más sencillo traducir la primera oración de este párrafo así: hay síntomas debidos a ser poseído como un objeto por Otro, como si fuera una porción de ese Otro. Ya, pero ¿qué significa esto?
Un ejemplo: Una madre que se presenta como no castrada -es decir, completa, sin falta- y que no da lugar a la separación, que toma al hijo como una parte de sí misma y que lo considera todo para ella, lo cual no pone límite a la pretensión del hijo de ser todo para esa madre. Es una madre cuyo deseo se agota por completo en el hijo: no hay deseo por fuera del hijo, no puede mirar lo que no sea su hijo. La función paterna es la encargada de introducir la ley como una cuña entre madre e hijo para separarlos y prohibir el goce de fusión en que están sumidos, pero hay casos en que tal función está desfallecida o no opera. Cuando el sujeto se encuentra con que el Otro está castrado (es decir, incompleto, en falta) y que él mismo también lo está, y que su misión no es completar al Otro, si lo asume, puede abrirse a un sano malestar. Y entonces puede relanzar su propio deseo y vivir las dichas y desdichas de la vida.
Una posición materna que permitiera la separación, la diferencia de los deseos de cada sujeto, y que no se encerrara en el goce incestuoso, sería como si la madre dijera al hijo: “Primero, tras nacer, tómame y te tomo. Luego, a medida que creces, dejo de tomarte como todo para mí, pues tengo otros deseos aparte de ti: por tu padre, por mi trabajo, por mis aficiones, por tus hermanos, etc. Y después, déjame y dejo que me dejes, que es una forma de que me tomes desde tu propio deseo. Tú no eres mi apéndice y yo no estoy completa contigo ni con nadie. Haz tu vida sin repetir en ti el destino de mi vida. Te he transmitido la vida con mis síntomas, con mi deseo y con mis faltas para que tú la vivas con tus síntomas, con tu deseo y con tus faltas. Tus satisfacciones y tus elecciones unas veces me satisfarán y otras me decepcionarán porque no es lo que esperaba. Pero no me decepciona que me decepciones si has tomado la senda de tu deseo”.
Cuanto más se aleje una madre de esa posición, cuanto más persiga apresar a su criatura (y esto puede ser inconsciente), más complicado lo tendrá el hijo para separarse y para relacionarse consigo mismo y con los demás.
Abandonar a la madre no significa romper con la relación (aunque para algunos sí), sino apartarse de lo que ella desea que el hijo sea. Forjarse un destino propio, dar con el deseo propio, más allá de la madre. Es un proceso laborioso. Como dijo la psicoanalista Anna Freud (hija de Sigmund y Martha Bernays): “El papel de la madre consiste en estar ahí para ser abandonada”. Enseguida les mostraré una viñeta clínica de una madre y un hijo.
Los pacientes acuden buscando una salida a sus problemas, síntomas, malestares, inhibiciones, angustias..., aunque, por otra parte, albergan una resistencia inconsciente a encontrarla. En un psicoanálisis se posibilita la adquisición de un saber y de una lucidez sobre las verdades propias que no sabían que sabían. Entonces dispondrán de mayor libertad para tomar elecciones en su vida más acordes con lo que desean y quieren, aceptando sin enfermar lo que no pueden y lo que siempre les faltará. Como dijo Montaigne en el siglo XVI: “Lo más grande de este mundo es saber estar con uno mismo”. A lo que añadimos: Y saber más de lo inconciente: los síntomas, los modos de goce y los deseos. Y entonces estar mejor con uno mismo y con los demás.
Esa resistencia inherente al tratamiento no se dulcifica con la mera fuerza de la voluntad, ni con consejos, ni con autoafirmaciones positivas, ni con limitarse a los psicofármacos. El paciente, atrapado en lo que obtiene en su posición de goce sufriente, quiere y no desea encontrar una solución, quiere y no desea saber más, se resiste inconscientemente a renunciar a la celda que le proporciona la enfermedad. Se hace esclavizar por sus propios síntomas, y pretende, a la vez que teme, liberarse. En el análisis, en transferencia con el analista, se trata de desenmascarar, a su tiempo, estas paradojas, destapando poco a poco parte de lo reprimido que condiciona las maneras de sufrir y de satisfacerse, rastreando las corrientes con las que uno se arrastra a persistir en los síntomas, dando voz a lo acallado, posibilitando el asombro del analizante por las manifestaciones del inconsciente (lapsus, olvidos, actos fallidos, sueños, síntomas, repeticiones...) a las que podrá ir dando crédito, distinguiendo los deseos propios de los ajenos.
Otro tipo de lectura entre líneas del analista (en la clínica del significante) es la de homógrafos: palabras que se escriben igual pero con significados diferentes. Por ej.: vino (bebida) y vino (del verbo venir); toc (de tocar la puerta) y TOC (Trastorno Obsesivo Compulsivo). El analista apunta al significado no tenido en cuenta por el paciente. Un ejemplo:
Una paciente, que tiene un hijo de cinco años, tres meses después de iniciar el tratamiento, dice:
-Mi hijo y yo estamos pegados.
La interrumpo para preguntarle por el significante pegados, en el que hay un mismo sonido para, al menos, tres significaciones:
1| estrechamente unidos,
2| pegoteados con pegamento o cola de pegar,
3| golpeados.
-Que estamos muy unidos -contesta.
Tras varias asociaciones, dice algo nuevo:
-Duerme conmigo. Es una gozada.
Los analistas no solemos dar indicaciones a seguir, pero es relevante hacer excepciones, como en psicosis y en algunos casos como este que les traigo. El goce incestuoso implicado va tan en detrimento del niño, que el analista hace una indicación para poner la ley de la función paterna (de la que antes les hable):
-A tu hijo tienes que sacarlo de ahí.
-¿Sí? Bueno, tiene su habitación preparada, pero está muy bien conmigo.
Le digo que, además, el niño está ocupando el lugar vacante de una posible pareja de ella, lo cual no le corresponde y no es sin efectos. Corresponde que ese lugar quede sin ocupar y que el niño vaya a su propia habitación en su propia cama. Aquí el analista se juega que la paciente haga un análisis o interrumpa a favor del mantenimiento del goce y de la resistencia a la cura. O empieza a interrumpir el goce incestuoso o interrumpe el tratamiento.
A la semana siguiente, la paciente habla de cómo ha instalado a su hijo en el cuarto que ya tenía preparado para él hace tiempo, habla de los efectos en ella y en su hijo... Y ella prosigue el tratamiento.
A partir de este caso, reparemos en las lecturas del verbo saber. Esta paciente decía al principio que sabía por qué seguía durmiendo con su hijo, que se puede resumir en que ambos estaban así mejor, más cómodos, más tranquilos y más unidos. En este saber consciente está incluido un saber inconsciente del goce implicado, es decir, un no saber sabido. Y este saber inconsciente asoma cuando ella, tras mi indicación y lo hablado sobre el asunto, dice que ya no sabe por qué seguía durmiendo con su hijo, y varias entrevistas después ya va alcanzando partes de un nuevo saber. Por eso, por paradójico que resulte, cuando un paciente se ufana de su saber consciente, racional, de sentido común y corriente, es que desea saber menos que quien afirma que no sabe. Admitir no saber o poner en cuestión el saber corriente, ya es un buen punto de partida. Después, veremos.
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Otro ejemplo, esta vez de lapsus linguae. En la neurosis obsesiva, hay un rechazo inicial a tomar las manifestaciones de lo inconsciente, pues supondría admitir la división subjetiva y constatar lo inconsciente y lo inesperado. Así, ante un lapsus linguae que el analista le señala, el sujeto obsesivo (cuando aún no se ha abierto a considerar lo inconsciente) dice que es una tontería, que es casualidad, que es un error, que no dijo eso, que sí lo dijo pero que no le vale porque lo que iba a decir era otra cosa.
A veces el lapsus insiste: son los relapsus. Un sujeto obsesivo, en sus primeras entrevistas, hablando de su mujer, dice “mi madre”. Se lo señalo y responde que le habré escuchado mal. Un minuto después, comete el mismo lapsus: esta vez se da cuenta, rectifica y dice que es casualidad. Este mismo lapsus aparecerá de nuevo en la misma entrevista y en días posteriores. Él había dicho que en su juventud pensaba esto: “Mi madre era para mí todo: mi madre, mi amiga, mi confidente, mi pareja”. Es un hombre que ha puesto lo maternal en una esposa y el deseo sexual en una amante, y que pretende (con un goce atormentadísimo y agotador) no perder a ninguna de las dos ni perder su goce.
El obsesivo, a veces, guarda el lapsus dentro de la boca: hace una pausa (por mínima que sea), lo piensa, se da cuenta del lapsus que va a pronunciar, lo corrige y habla sin que salga. Sin embargo, en ocasiones, no logra evitar que se le caiga una porción. Por ejemplo: Un sujeto que ya en la primera entrevista me reveló un secreto que no había dicho jamás a nadie por las consecuencias terribles que suponía que traería. Ese deseo central en su vida, reconocido desde la adolescencia, hace unos 30 años, no lo había llevado a cabo ni siquiera en la clandestinidad. Por un lado, su deseo le parece legítimo y hace mucho que llevarlo a cabo no está perseguido por la ley, y por otro lado, alberga prejuicios contra él, no se lo legitima. Recientemente, habla de lo que imagina si su padre se enterara, y dice:
-Si se lo dijera a mi padre, sería un al…, un alivio.
Le interrumpo:
-¿Un al…?
-Un alivio -contesta.
-¿Y el ‘al’… que dijiste antes?
Sonríe y dice:
-Iba a decir aluvión.
-¿Qué se te ocurre con aluvión?
-Una riada que todo lo arrasa.
Aquí se puede abrir un trabajo con ambos significantes: alivio y aluvión, que no son mutuamente excluyentes sino que se dan a la vez. En lo inconsciente no hay contradicciones.
Le pregunto:
-¿Qué arrasa el aluvión?
Contesta sonriendo:
-Puede ser un alubión con b: una alubia muy grande.
Aquí corto la sesión para propiciar el sinsentido y para no promover que se parapete en la producción de sentido común y corriente. ¿Es el alubión con b una maniobra dilatoria para escaparse de abrir el significante aluvión con uve en relación al significante alivio? Además, ¿un alivio y aluvión para quién? ¿O qué hay en alubión con b, que dice a modo de broma, ya que las bromas, como los chistes, camuflan algo de una verdad inconsciente? Sólo a posteriori, en una entrevista ulterior, cuando vuelva a hablar de esto y de sus posibles efectos, podremos saber más.
Hay lapsus que producen risa. Hay lapsus divertidos, y es que en ocasiones hay diversión en las sesiones. Etimológicamente, divertido significa apartarse del propósito, dar un giro en dirección opuesta, alejarse. Es decir, dar un giro de lo consciente a lo inconsciente inesperado. Cuenta el analista Juan Pundik que una paciente recién casada fue un fin de semana de acampada en la sierra con unos amigos. Justo ese fin de semana, su marido se quedó en casa a estudiar unas oposiciones. El domingo por la noche, ella regresa y su marido le pregunta qué tal. Ella responde: “Muy bien. ¡Hemos follado un montón!”. Y horrorizada, se corrige: “No. No. ¡Hemos montado un follón!”. Sus fantasías inconscientes se manifiestan en el lapsus a través de ese intercambio de significantes.
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Otra forma de lectura del analista consiste en señalar una metáfora que enmascara una verdad por el procedimiento de mostrarla. Así, un paciente (que en su apariencia no presenta sobrepeso) en su primera entrevista, da cuenta de una serie de liposucciones en muslos, glúteos y tripa. El cirujano plástico le ha dicho que hasta dentro de cinco meses no le va a operar más y que acuda a un psicólogo. El paciente dice que está angustiado. Que tiene que resolver lo que le pasa antes de la nueva liposucción prevista para dentro de cinco meses, y que esa vez sí que va a ser la última. Y dice:
-Esto de mi cuerpo es la madre del mal.
-¿La madre del mal? ¿La madre? -le pregunto.
-Sí. Es lo peor de lo que me pasa.
No insisto en el significante madre. Es la primera entrevista y trae un síntoma de algo que no ha podido simbolizar, metaforizar, así que ha ido a lo real del cuerpo, a la carne que le cortan una y otra vez en las operaciones.
Madre del mal tiene estructura de metáfora. La metáfora actúa por sustitución de otro término: los dos quedan condensados en uno. ¿A qué sustituye madre en esa afirmación. Él dice que es una forma de hablar y que aquí madre se refiere a lo peor, a lo más grande de su sufrimiento. Sí, pero en este caso él no puede simbolizar asociando con el significante madre, la madre, ¿su madre, qué y cómo ha sido y es con su madre? No en vano, trae un síntoma en lo real del organismo, parece que de algo que no ha simbolizado con palabras.
Queda para una segunda cita a la semana siguiente. La víspera, Arturo (me invento el nombre para preservar la confidencialidad y mantener el anonimato) anula la cita. No lo hace hablando, sino con letras escritas mediante un mensaje al móvil: un SMS que transcribo literalmente:
-Hola que soy arturo el chico que tenia que ir el jueves, pero no boia ir. He estado pensando y e visto que me supone mucho dinero me es imposible pero si no si que habria ido agusto donde usted, porque estoi muy mal. Por eso iré a un psicologo de la seguridad social aunque ya se que no sera lo mismo, no lo se. Un saludo arturo [no hay punto final]
Ya me había dicho que se había gastado mucho dinero en las operaciones, que no entran por la Seguridad Social. No precisó: miles de euros. Tiene trabajo. Proyecta seguir gastando dinero en la nueva operación por lo privado. Pero no está dispuesto a un tratamiento psicológico por lo privado, no consiente en invertir en lo psicológico, así que irá a la Seguridad Social aun admitiendo que sabe que no será lo mismo y que habría ido a gusto donde mí. Aparece otra vez lo real, en el dinero, sin abrir a asociaciones imaginarias y simbólicas este significante. Parece que, en este momento, no está dispuesto a saber más de su padecimiento. Entonces, ¿para qué vino? Esto abre también un cuestionamiento de lo sucedido en aquella primera entrevista.
Otra operación lingüística en la cadena de significantes, además de la metáfora (que sustituye), es la metonimia, que se desplaza de un significante a otro en una serie. Por ejemplo: violín, violinista, viola, violoncello, cuerda, orquesta, etc.
La metonimia favorece las asociaciones, salvo cuando el sujeto porta un síntoma de hipermetonimia. ¡Vaya con la palabrita! Ante una serie así, pasando de un significante y de un asunto a otro sin paradas, el analista puntúa. Así pues, el analista no sólo escucha y lee, sino que también puntúa. Lo hace practicando pausas, cortes, y parando para interrogar.
Una hipermetonimia es la de la queja histérica, que es un goce de queja incesante, una queja tras otra, instalándose el sujeto en la insatisfacción. Esto lo ilustra este chiste: En un tren, a principios del siglo pasado, un viajero repite una y otra vez: “Dios mío, qué sed tengo… Dios mío, qué sed tengo… Dios mío, qué sed tengo…”. A la vez, se mueve continuamente molestando a otro viajero sentado al lado. Éste, harto de tanta queja y de tanto movimiento, se levanta, entra al lavabo, vuelve con un vaso de agua y se lo ofrece. Tras bebérselo entero, sigue revolviéndose en el asiento y empieza a repetir: “Dios mío, qué sed tenía… Dios mío, qué sed tenía… Dios mío, qué sed tenía…”. Además, constatamos que la satisfacción de la necesidad de la sed no satisface la demanda, entonces, ¿qué desea?
El analista, advertido de este goce histérico de la queja, podrá interrumpir su retahíla para promover un recorte en el goce, para evitar que el paciente acuda a sesión para fortalecer el goce implicado en sus síntomas
Otra hipermetonimia es la del neurótico obsesivo en su intento de no abrir lo inconsciente, de no dividirse, de gozar del sentido y de los razonamientos sin dar paso a los sinsentidos, a las sorpresas, a lo imprevisto en su decir. Se infla de pensamiento: es el goce de pensar y repensar y darle vueltas. Es un repetirse en lo que dice, es un regodeo del pensamiento. Es un blablabla defensivo.
En el caso de psicóticos, el analista no sólo puntúa su discurso haciéndole detenerse en significantes que dice y ofreciéndole otros, sino que también le ayuda a historizar. Historizar es establecer, en su historia de vida, momentos de antes y después, etapas, sucesos y experiencias separados los unos de los otros. También, reescribir su historia de modo que se vaya dando cuenta de cuando fue tomado por Otro como objeto de goce. Se trata de abrir la posibilitad de hacerse sujeto con sus propios deseos diferenciados.
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Como vimos, el analizante es un escritor, mientras que el analista es un lector de lo inconsciente a través de la escritura hablada que el analizante desarrolla sesión a sesión. Cuando, además de leer, puntúa el texto hablado del paciente, el analista es (salvando las diferencias) como los “componedores” o correctores del legajo de letras del Quijote.
Cervantes, como era costumbre en la época, no usaba coma, ni punto y coma, ni dos puntos, ni rayas de inicio de diálogos y monólogos, ni signos de interrogación y exclamación, ni comillas... Tampoco usaba apenas puntos y aparte: iba casi todo seguido. En aquel tiempo, escribían encomendando la puntuación a la imprenta. Así, la escritura seguida, desordenada, sufriente y “gozante” de los pacientes ha de ser puntuada y escandida (cortada) por los analistas.
Tomo estos datos del capítulo “¡Qué bien/mal puntuaba Cervantes!”, del libro del filólogo José Antonio Millán: Perdón imposible. El título alude a los efectos de mover una coma. Del griego, ‘comma’: corte, trozo; la coma es el menor corte, la pausa más pequeña. ‘Punto’: del latín, ‘punctum’: relacionado con pinchar, pungir, punzar; tiene la forma del agujero que deja el pinchazo de una aguja.
Se cuenta que a un rey se le dio a firmar una sentencia que decía así: “Perdón imposible, que cumpla su condena”. El monarca, en un arrebato de magnanimidad, movió la coma antes de firmar: “Perdón, imposible que cumpla su condena”.
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Para terminar, en lugar de más ejemplos de escritura hablada en los pacientes, les traigo a dos escritores.
Escribió Clarice Lispector: “Al escribir, me doy las sorpresas más inesperadas. Es en el momento de escribir cuando muchas veces soy consciente de cosas, de las cuales, siendo inconsciente, antes yo no sabía que sabía”. Esto mismo podemos decir de un analizante hablando en sesión, que se topa por sorpresa con lo inconsciente. Para eso, se trata de que consienta a la asociación libre, a aflojar el control de lo que dice, para lo cual hay más disposición en la neurosis histérica que en la obsesiva. Lispector lo expresa así: “Lo que salva entonces es escribir distraídamente”. Trasladado al análisis, sería hablar distraídamente, con descuido en lo que se dice; de este modo, aparece lo imprevisto en el decir y se dice más de lo que se quiere decir.
Y concluiré con unos lapsus de Gabriel García Márquez.
El 26 de marzo de 2007, recién cumplidos 80 años, pronuncia su último discurso hasta hoy. 12 minutos y medio de lectura. Se encuadra en un acto de homenaje en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, en Cartagena de Indias (Colombia).
Chaqueta, camisa, pantalón y zapatos blancos. Corbata de colores verdes, azules y amarillos. Gafas grandes de montura metálica. Está sentado al lado de Mercedes Barcha Pardo, su mujer, en un lateral del estrado. Lo llaman y se levanta con unos folios grapados por una esquina. El público en pie aplaude desde las gradas del gran anfiteatro. Coloca las hojas en el atril y aplaude al público con sonrisa larga. No dirá una sola palabra sin leer.
Cito: “(…) No sé a qué horas sucedió todo. Sólo sé que desde que tenía 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme temprano todos los días, sentarme frente a un teclado, para llenar una página en blanco o una pantalla vacía del computador, con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie, que le haga más feliz la vida a un lector inexistente.”
Les he leído la versión escrita. Sin embargo, si accedemos al vídeo, comprobamos que comete tres lapsus de lectura. Les voy a leer lo que él pronunció, con los tres lapsus en cursiva.
Si escuchan más de tres lapsus, los sobrantes serán lapsus cometidos por mí al leer, lo cual podría darme un nuevo saber de mi inconsciente. Así que ardo en la ilusión de hacer al menos un lapsus propio, aunque si lo forzara dejaría de ser un lapsus, ya que ha de ser ajeno a la voluntad consciente.
Quien perciba más de tres lapsus en el caso de que yo no haya pronunciado más que los tres de García Márquez, habrá incurrido en un lapsus de escucha que le puede abrir a un nuevo saber propio.
¿Y si escuchan menos de tres lapsus, incluso ninguno, cuando yo les afirmo que hay tres? Entonces será que he cometido el lapsus de leer sus lapsus corrigiéndolos inconscientemente, lo cual podría indicar mi deseo de no mostrarles los lapsus del escritor, por mucho que esté diciendo que quiero decírselos.
En fin, allá voy, a ver qué sale:
“(…) No sé a qué horas sucedió todo. Sólo sé que desde que tenía 17 meses… 17 años y hasta la mañana de hoy, no he hecho cosa distinta que levantarme temprano todos los días, sentarme frente a un teclado, para llamar… para llenar una página de… en blanco o una pantalla vacía del computador, con la única misión de escribir una historia aún no contada por nadie, que le haga más feliz la vida a un lector inexistente.”
En ocasiones, queda inconsciente la comisión del lapsus. Si el analista lo señala, hay pacientes que admiten haberlo dicho aunque no se dieran cuenta; después, lo tomarán o no como una manifestación de una verdad inconsciente, y asociarán o no. Y hay otros pacientes que niegan haberlo dicho (esto sucede más en las neurosis obsesivas que en las neurosis histéricas) y lo achacan a un error de escucha del analista. En otras ocasiones, como en esta de García Márquez, el paciente es consciente del lapsus y lo corrige; el segundo paso es darle o no crédito como manifestación de lo inconsciente.
Traigo los lapsus de este escritor como ejemplo, pero sólo en el dispositivo de la consulta psicoanalítica habría oportunidad de abrir y constatar el saber inconsciente que albergan. De todas formas, me permitiré, a modo de juego hipotético, comentarlos a modo de preguntas.
Primer lapsus: En vez de decir “17 años”, dice “17 meses”. ¿Como si hubiera estado escribiendo desde una edad en que aún no sabía escribir ni leer? ¿Escribiendo qué o viviendo qué? ¿Qué asociaría con el número 17 o con la edad de 17 meses?
Segundo lapsus: En lugar de decir “para llenar una página” dice “para llamar una página”. ¿Qué es llamar una página? ¿Cuál es la llamada para la escritura? ¿Qué se le ocurriría con la palabra llamar? ¿Hay una demanda o hay un deseo en llamar? ¿No empieza o no llena una página si antes no llama…?
Tercer lapsus: En vez de decir “llenar una página en blanco” dice “llenar una página de blanco”. ¿Es lo contrario de lo que iba a decir? ¿Escribir es llenar una página de blanco? ¿Una escritura de espacios en blanco, de lo que no se puede decir?
Vemos que no sirven las especulaciones. Por eso, en un tratamiento psicoanalítico, el analista suspende el juicio e interroga las manifestaciones de lo inconsciente y las asociaciones de los analizantes.
Hasta aquí. Ahora podemos pasar al coloquio.
NOTAS
-Sigmund Freud: Para la prehistoria de la técnica psicoanalítica (1920), en Escritos breves (1920-22). Lo escribió refiriéndose a sí mismo en tercera persona. Trata de los orígenes de la asociación libre en la escritura y del ensayo de Ludwig Börne, El arte de convertirse en escritor original en tres días.
-Juan Pundik, ¿Qué es el psicoanálisis? Guía para profanos, principiantes y estudiantes. Madrid: Filium, 2005. www.filium.or
-José Antonio Millán, Perdón imposible. Guía para una puntuación más rica y consciente. Barcelona: RBA, 2005.
-Gabriel García Márquez: Discurso en el IV Congreso Internacional de la Lengua Española, Cartagena de Indias (Colombia), 26-III-2007. Al pronunciarlo, no mencionó un título, pero en el libro Yo no vengo a decir un discurso, recopilación publicada en 2010 (Barcelona: Mondadori), lo titula: Un alma abierta para ser llenada con mensajes en castellano.
Versión escrita:
http://congresosdelalengua.es/cartagena/
homenaje/garcia_marquez_gabriel.htm
Versión hablada:
www.youtube.com/watch?v=VaC
9yIgFQ38
-Clarice Lispector: Una explicación que no explica: Sobre la escritura. Cita “Al escribir…”.
http://www.google.es/url?sa=t&rct=j&q=&esrc
=s&source=web&cd=2&ved=0CDMQFjAB&url
=http%3A2F%2Fiberoamericanaliteratura.files.
wordpress.com%2F2012%2F04%2Fclarice-
lispector.docx&ei=v3sDU5yVJIuY1AWvsYGw
AQ&usg=AFQjCNEv_dLiQed3NJ26ov9K9xNG
Oqku5g&sig2=-Hz4Szi9MFXXMT1pYcW0kQ&
bvm=bv.61535280,d.bGE
-Clarice Lispector: Agua viva (1973). Madrid: Siruela, 2004, 23-24. Cita “Lo que salva…”.
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