Hay un goce en los propios síntomas sufrientes. El que lo haya es uno de los motivos de la resistencia inconsciente a la curación. Proceso de cura que supondría la renuncia o disminución del goce, y el encauzamiento de algunas modalidades de goce en deseos fructíferos.
Un ejemplo del goce incluido en el sufrimiento y del impulso a conservar tal goce, lo encontramos en un poema-canción de Manuel Machado, La pena. Pertenece al ‘cante jondo’ del flamenco. Es una ‘seguirilla gitana’ o ‘seguirilla del sentimiento’. Las segurillas son la quintaesencia de la hondura del sentir: poca letra y mucho ‘quejío’ (tanto que pueden incurrir en el goce de la queja). Tan profundo es este cante popular, que hay cantaores y guitarristas que lo interpretan a impulsos del sentimiento, sin tener en cuenta la métrica musical. La letra habla también de que el síntoma tiene origen inconsciente. Dice así:
Mi pena es muy mala,
porque es una pena que yo no quisiera
que se me quitara.
Vino como vienen,
sin saber de dónde,
el agua a los mares, las flores a mayo,
los vientos al bosque.
Vino, y se ha quedado
en mi corazón,
como el amargo en la corteza verde
del verde limón.
Como las raíces
de la enredadera,
se va alimentando la pena en mi pecho
con sangre de mis venas.
Yo no sé por dónde,
ni por dónde no,
se me ha liao esta soguita al cuerpo
sin saberlo yo.