Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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ENTREVISTA A RAMIRO PINILLA:
(6-IX-2004)

(Se publicó una versión reducida en la revista literaria mallorquina La bolsa de pipas, 53, noviembre-diciembre 2004. Revista dirigida por Román Piña Valls.)

 

         Ramiro Pinilla (Bilbao, 13-IX-1923) vive solo en Andra Mari (Getxo, Vizcaya) en un caserío llamado Walden. Tras ganar el Nadal y ser finalista del Planeta, lleva 30 años escribiendo y publicando en editoriales ignotas, en un olvido casi absoluto. Este octubre sale de su tumba viviente con la publicación en Tusquets del primero de los tres gruesos tomos de la novela Verdes valles, colinas rojas. Ha dedicado 19 años (1984-2002) a su escritura: 3.500 folios en el original. [Rectificación posterior: tardó 22 años (1980-2002), 3.111 folios en el manuscrito original, escrito con bolígrafo BIC.]

         Cuando llego a Walden, llamo al timbre repetidas veces. Nada. Llamo con el móvil, me contesta y abre. “Hay partes de la casa donde no oigo el timbre. Llevo años pensando en cambiarlo.” Le digo: ¡Cómo te aíslas! “Claro, así puedo escribir.”

         ¿Su salud? Camina dos horas todos los días. Hace unas semanas, se olvidó las llaves dentro y entró por la ventana.

         La entrevista transcurre en la habitación donde escribe. Su escritorio está pegado a una ventana que da al jardín.


 


-En marzo de 2002, al terminar Verdes valles, colinas rojas, dijiste: “Es mi último resuello. Ahora, ¿qué va a ser de mí?”. ¿Cómo fue tu experiencia de ese final y qué ha sido de ti?

-Tengo cuatro temas de novelas cortas, de las que estoy escribiendo una: La higuera.

-La saga de los Baskardo en Getxo (que, en parte, discurre en Verdes valles, colinas rojas.) aparece por primera vez con la publicación, en 1975, de ¡Recuerda, oh, recuerda!, escrita en 1974. Narra sus peripecias desde el origen de la vida sobre la Tierra hasta mediados del siglo XX. Otras obras con los Baskardo: Primeras historias de la guerra interminable (1977), La gran guerra de Doña Toda (1978), Andanzas de Txiki Baskardo (1980), Quince años (1990) y Huesos (1997). 29 años escribiendo la historia de los Baskardo. ¿Retornarán a tu obra? ¿Te acompañarán hasta tu último resuello?

-No lo sé. Como siempre escribo sobre el mundo de Getxo, irremediablemente alguna vez saldrán, aunque el tema sea otro. No aparecen en las novelas que he iniciado.

-¿Qué supone ¡Recuerda, oh, recuerda!?

-Es el huevo, la semilla de todo lo que vino después. Es el resumen de los Baskardo y de la esencia de Verdes valles, sobre todo, del concepto de libertad. Identifico la libertad con un rebaño de llamas que invaden Getxo, sembrando el terror con sus indómitas carreras. Terror no sólo a una dentellada o a que les machacaran las puertas, sino que los habitantes de Getxo no entendían el mensaje de libertad que les traían: por eso las odiaban y las temían. Ese rebaño de llamas reaparece en Verdes valles.

-¿Cuál es tu concepto de libertad?

-Cuanto menos gente te rodea, eres más libre. No basta estar libre; hace falta sentirse libre. Quien se siente libre, es libre.

-¿Qué son los Baskardo?

-Son la apoteosis de la libertad. Los individuos intransigentes que, desde el origen del mundo y la aparición del hombre sobre la Tierra, han mantenido la idea de que cuantos menos, mejor. Ellos, que hablan muy poco, dicen: “Nunca estaremos mejor que cuando estábamos pocos”. Aquella tribu crece, se multiplica y empieza a degenerar, a perder libertad. El árbol de los vascos no es el de Gernika. Es un roble que estaba en Getxo hace milenios, bajo cuya copa se podía reunir toda la tribu. Vivían en una sociedad bastante democrática, muy libre. Cuando la tribu se multiplicó, ya no cabía toda bajo el roble. Entonces, un espabilado inventó los intermediarios, los representantes, los políticos: ahí empezó a degenerar todo. El Baskardo, que era el más íntegro, el que no admitía componendas, cuando se da cuenta, comprende que el árbol ya no vale para nada porque han perdido la verdadera libertad del Principio. Arranca el árbol y lo tira por el acantilado. El Baskardo, intransigente, es el único de la tribu que considera que todos los inventos que han venido posteriormente menoscababan la libertad. En contra de los inventos, que siempre vencían, el Baskardo fue quedándose relegado. Hoy en día vive apartado en una covacha. No participa en nada de su comunidad. Le tienen miedo porque él representa la verdadera libertad, y todos los demás lo saben pero no lo quieren reconocer. Es intratable. No figura en ningún libro de censos. Esta última etapa del Baskardo está en Verdes valles.

-¿Qué es para ti Verdes valles, colinas rojas?

-Una obsesión. Pasaban años y no la acababa. Creí que nunca la acabaría, que acabaría conmigo. Pero yo acabé con ella. Y un experimento. Al final, respiras y te das cuenta de que es lo que querías haber escrito.

-¿Qué has querido contar?

-Una representación del paso del hombre sobre la Tierra. No del vasco: del hombre. Le llamo vasco porque estoy aquí. Si hubiera estado en Groenlandia, serían esquimales. No distingo vascos de no vascos. Sólo el vasco como hombre, simplemente. Un novelista tiene que trabajar con el escenario, las costumbres, y aquí son vascos, pero no es determinante. La idea es el Hombre con mayúscula.

-También ¡Recuerda, oh, recuerda! y Andanzas de Txiki Baskardo tienen un tono bíblico. ¿Has escrito una biblia pagana?

-Sí. El Baskardo es pagano. El hombre inventó los dioses porque los necesitaba. El Baskardo ha luchado contra este invento; al final ha sido vencido, como con todos los inventos.

-La vida comienza con los bichitos...

-En Getxo está la playa de Arrigunaga [se pronuncia ‘Arrigúnaga’], a la que yo quiero mucho. Allí hice nacer la vida sobre la Tierra, que salió del mar en forma de 48 bichitos verdes. La gran libertad existió cuando estaban aquellos bichitos solos en la playa. Todo lo que vino después ha sido degeneración.

-Después se hacen humanos. Esa libertad está fuera de lo humano.

-El salto de bichitos a homínidos y, luego, humanos, es un salto hacia atrás, una degeneración. Mi visión de la vida humana es pesimista.

-¿Te gustaría ser un bichito verde?

-¡Sí! Chapoteando en la orilla, extendiendo las patitas sin tropezar con nadie. Es un concepto de libertad muy elemental, pero me gusta.

-Verdes valles se inicia en 1879 y finaliza cien años después. ¿Qué ha cambiado en cien años?

-Ha habido guerras, dictadores, la aparición del nacionalismo vasco con Sabino Arana... Al principio de la novela, llega a Getxo Ella, una muchacha de 19 años con una niña, huyendo de la pobreza y el hambre. Como la heroína de Lo que el viento se llevó, tiene la firme determinación de no pasar hambre nunca y medrar, y se convertirá en una gran potentada. Es un elemento negativo, entre otros, que introdujo el industrialismo.

-A lo largo de tu obra, Faulkner y García Márquez han sido grandes influencias. Con Verdes valles has pretendido no sólo un lenguaje que llamas “invisible”, sino un lenguaje propio. ¿Qué es el lenguaje invisible y cuál es el que has logrado en este libro?

-En este libro se usan varios lenguajes y el punto de vista de varios personajes. Asier Altube y el maestro, don Manuel, cuando dialogan, usan un lenguaje literario, más culto. El lenguaje invisible lo empleo para personajes libres de literatura. Cuando habla un aldeano, es seco, directo, cuenta hechos con el menor número de palabras. El lenguaje invisible no estorba a la narración. Mi propósito es que el lector entre en la peripecia sin darse cuenta de que está leyendo. El conjunto de lenguajes forma mi lenguaje personal. Hoy ninguna de las fuentes de las que bebo, Faulkner y García Márquez, existen como tales. Hoy ya creo que existo yo.

-Verdes valles tiene su centro en Getxo, en el barrio de Andra Mari, que en la novela se llama San Baskardo. ¿Por qué casi toda tu obra transcurre en Getxo? ¿Cuál es este Getxo mítico de tu invención?

-Es el Getxo real, con sus costas, sus playas, sus acantilados, sus construcciones. Algunos nombres, los cambio. Temáticamente, no tiene nada que ver con el Yoknapatawpha de Faulkner ni el Macondo de García Márquez. He mitificado cosas de aquí. Hasta las leyendas me las he inventado.



-En 1960, ganas el Nadal con Las ciegas hormigas. ¿Qué supuso aquel premio para un autor desconocido?

-Una satisfacción. Con el dinero pagué la hipoteca de la casa. Pero me maleó un poco porque perdí el miedo a escribir durante unos años, y no hice nada interesante hasta que recuperé el miedo. Llegué a pensar, sin saber que lo pensaba, que me sería fácil escribir. Tampoco me ayudó a seguir escribiendo pues yo tenía el propósito de seguir escribiendo siempre.

-Tras el Nadal, recibes en tu caserío de Getxo la visita de Delibes. ¿Cómo fue?

-Nada. Ni me acuerdo. Apareció Delibes con un sacerdote que también ganó el Nadal, Martín Descalzo. Vinieron a ver qué tipo indebido de individuo había ganado el Nadal, al que no se le había oído en los círculos,  siendo totalmente desconocido. Sólo fue una labor investigadora. No quedó ni rastro de aquella visita, ni en ellos ni en mí.

-Como si fueras un animal de un zoo.

-Me sentí así un poco.

-En 1971, quedas finalista del planeta con Seno. Gana Gironella (Condenados a vivir). ¿Cómo fue aquella experiencia?

-Mala. Yo era, en principio, el designado por el jurado para el premio. En el último minuto, hubo un viraje y se lo dieron a Gironella, que ya publicaba en Planeta. Creo que esto es corriente en el Planeta. En la cena, en el momento del fallo, todos los periodistas presentes rodearon mi mesa, y tuvieron que llevarse los trastos a otro lado. Quizá vinieron las cámaras porque les gustó mi calva.

-¿Qué comentaron los medios?

-Solamente un medio publicó una carta de un miembro del jurado diciendo que mi novela era mucho mejor y que era una obra de arte. Mi libro salió seis meses después, mientras que el de Gironella lo publicaron inmediatamente. Querían olvidar ese libro, les estorbaba, no querían que hubiera comparaciones. Cuando apareció, ya tuvo muy poca repercusión.

-¿Qué es Seno?

-La consideración de la mujer como centro del mundo. Es un canto al elemento femenino, a la madre, al parto. En mi familia he tenido mujeres de calidad: mi abuela [materna], mi madre.

-A mediados de los setenta, creas con el escritor J.J. Rapha Bilbao la editorial Libropueblo. Vendíais los libros a precio de costo, con una distribución muy escasa a cargo de los autores. Ahí comienza el olvido de público y crítica. ¿Qué pasó? ¿Y por qué has sido olvidado estos últimos treinta años?

-Porque elegí un camino independiente. El resultado fue que quedé totalmente marginado. No me importó, ni tampoco ahora. He hecho este libro, mi última baza, y quiero regresar a la normalidad comercial.



-En los años noventa, se publican tus dos últimos libros, espléndidas novelas cortas, Quince años y Huesos, situadas en la guerra civil y en la posguerra. Aparecen en editoriales pequeñas. Casi nadie se entera. ¿Por qué?

-Era gente amiga. Yo había salido muy escaldado de las malas relaciones con los editores, no solamente con Planeta y Destino. No quería empezar de nuevo la guerra de enviar un original. Para evitar esto, como me gusta mucho la tranquilidad, entregaba la novela a alguien próximo, aun sabiendo que no iba a tener ningún eco. Me gusta mucho la paz y la libertad, y era una forma de mantenerlas.

-Para conservar la libertad, te conviertes en un escritor invisible para el público.

-Algo así. Sobre todo, para los editores.

-¿Por qué escribes en castellano? ¿En qué ha influido en tu ninguneo, el que no escribas en euskera?

-No sé euskera. Me parece legítimo el no saber euskera y escribir en castellano. Es lo que he heredado. No lo he elegido yo. Más ninguneo habría recibido escribiendo en euskera. Pero no es ninguneo ni marginación: se me ha ignorado, yo creo que inocentemente. No me he sentido perseguido. He disfrutado mucho de mi silencio, de mi soledad, de mi paz.

-Se ha visto con los niños que el peor maltrato no es el desprecio ni la amenaza ni el golpe, sino la ignorancia por parte de los padres, ser tratados como si no existieran. Es lo que deja mayores secuelas. Como escritor, es lo que te ha pasado.

-Sí, lo he vivido, pero no lo he sufrido. Yo no olvidaré que he sido olvidado y marginado durante 30 años. He sido olvidado por editoriales, críticos, lectores, escritores. Todo el mundo literario me ha olvidado. Yo tenía libros escritos. No he sufrido porque lo he elegido yo. Ha sido un rechazo muy duro. No debo a nadie el haber escrito Verdes valles, colinas rojas. Son 18 años de trabajo. Me lo debo a mí mismo. Ese esfuerzo solitario seguirá de aquí en adelante. Mi figura como escritor solitario la mantendré. No me estoy expresando bien. Me he metido en un lío con la idea. Quiero decir que no lo olvidaré. Tengo una pequeña deuda pendiente con el mundo literario e intelectual.

-¿Lo vives con rencor?

-No, en absoluto. Sentiría odio si lo hubiera sufrido, pero no lo he sufrido, lo he elegido yo, he estado muy a gusto. Pero ha habido una pequeña injusticia por parte de muchos. Es irremediable. Es un hecho natural que ha ocurrido. ¿Consecuencias? Que yo seguiré siendo el olvidado. Espero no aceptar de la sociedad cosas que me puedan venir ahora. Ha sido un esfuerzo totalmente personal, mío. Ninguna ayuda moral ni económica. Me consideraría traidor a mí mismo si yo ahora cediera este esfuerzo a la sociedad. Con la sociedad no tengo que compartir nada. Es un esfuerzo muy personal y muy agradable, en silencio, soledad y libertad. Pero no ha habido palabras de estímulo. Casi nunca he sido nombrado. Yo no he existido. Esto puede hundir a una persona más débil que yo.

-Casi todos tus libros están descatalogados. ¿Cómo te sientes con eso?

-No me importa. El libro está hecho, tengo un ejemplar o dos de recuerdo, y si está en las librerías o no, me tiene sin cuidado.

-En 1977, se publica el libro de relatos Primeras historias de la guerra interminable, sobre la guerra civil y la primera posguerra. Contiene dos cuentos extraordinarios: “Coro” y “Euskera ez”. Ahora, se está dando una vuelta en diversos narradores por esos tiempos. ¿Cómo situarías tu libro, entonces y en la actualidad?

-Son cuentos actualísimos de aquel tiempo maldito. Pero no lo reeditaría porque algunos de los cuentos son mediocres.

-¿Por qué y para qué escribes?

-Porque lo paso muy bien creando algo que no existe, a pesar del esfuerzo y de los malos ratos cuando la escritura no sale. ¿Para qué? Eso no tiene respuesta. No lo sé. Para ganar dinero, no. ¿Para que quede mi nombre, para la posteridad? Quizá, pero es una cosa tan nebulosa... Puedo tener sin darme cuenta yo ese deseo que es natural.

-¿Escribir para no acudir al psicoanalista?

-Pues a lo mejor. ¡No, no! No tengo problemas de psicoanalista. ¿Se puede decir que que tengo mis, todos mis problemas actua re resueltos por mí mismo o es demasiado? [Sic] [Ríe.] Es simpático y parece un chiste, pero lo creo. Conozco todas las raíces de mis problemas. [Ríe.] Eso es lo que pienso, estaré equivocado pero la verdad es que fijándome en cosas de atrás, digo: ¡Coño!, esto arranca de aquello. Y de ahí que, como tengo resuelto, tengo bastante equilibrio mental.

-¿Qué relación hay entre tu escritura y el inconsciente?

-Mi escritura es muy consciente. Soy auténticamente consciente de todo lo que pongo: son datos reales dentro de mi cabeza. Todo el mundo necesita contarse a sí mismo. De ahí las tertulias. Somos animales comunicadores. El escribir es una forma de comunicar.

-¿Cuánto tiempo llevas con tu taller de escritura?

-20 años.

-¿Para qué?

-Cuando yo era joven, hubiera querido un grupo de personas que escuchara, que leyera y criticara mis escritos. No lo tuve. Quiero que escritores que empiezan tengan eso.

-Ahora estás escribiendo una novela, La higuera. ¿Qué es?

-Empalma con la recuperación de la memoria histórica, los enterramientos... Es una visión de un suceso que no ocurrió pero que pudo haber ocurrido. En Getxo, asesinan a un maestro y a su hijo, y otro hijo... Prefiero no contar más. Es una idea muy concreta, casi cinematográfica. Es una higuera que crece sobre... No quiero decir más, por si alguien me copia.

-Cuando te sientas morir, ¿pedirás una ambulancia para que te tienda en la orilla de la playa de Arrigunaga?

-De ningún modo. Moriré, si estoy lúcido, con tristeza. Diré a los míos que no esparzan mi semilla ni por la playa ni por el mar. Incinerado y fuera. Ni urna. Al vertedero de cenizas. [¿Esparcir su semilla? ‘Semilla’ en vez de ‘ceniza’: el principio y el fin que se dan la mano.]

-Dentro de una semana cumples 81 años. ¿Qué te planteas sobre la muerte?

-Pienso en ella todos los días, pero no me da miedo, me da pena. Me da pena acabar porque yo estoy muy vivo todavía y eso, por la lógica de los números, no durará demasiado. Estoy bien y vivo, y me encuentro feliz en el mundo.

-La pena, ¿no es sólo porque ya no podrías escribir?

-Lo de escribir es un accidente en mi vida. Mi vida ha ido por otro lado. El escribir no ha sido lo principal en mi vida, sino la familia y mis hijos, y la defensa de la libertad. El escribir ha sido una cosa marginal. Perfectamente podía haber dejado de escribir: sería el mismo. No sacralizo la escritura. He gozado con ella, alguna vez me ha salido bien, y nada más. Pongo en la dedicatoria de Verdes valles: “Ahora sé por quién he escrito siempre. Pero lo fundamental en mi vida ha sido otra cosa”. Es una especie de testamento: quiero dejar bien claro que la escritura no ha sido mi vida.

-¿Quién es esa persona?

-Prefiero no decirlo. [En entrevistas posteriores, hará público que es su madre.]


6-IX-2004

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica