Quiero contarte el primer recuerdo de mi vida. Fue en Sanfermines, supongo que con mi vestidito blanco y con faja y pañuelo rojos.

         Voy a hombros de papá. Veo gigantes. Andan con lentitud y, de repente, dan vueltas, frenéticos. Quiero echar a correr pero mis pies se bambolean en el aire.

         Los gigantes se paran uno tras otro en la calle estrecha y multitudinaria. Cesa la música y se atenúa el alboroto. Huele a pañales mojados.

         Papá me baja, me da la mano y se abre paso hasta una giganta: la Reina europea. Es una muñeca infinita que está viva. ¡Cuidado!

         -Te voy a enseñar cómo funciona -dice papá.

Me tira de la mano. Me echo hacia atrás pero me dejo llevar.

Al llegar ante la parte trasera de la falda inabarcable, la abre. La Reina está hueca, como si se la hubieran comido los ratones.

-¿Entras? -me dice con una sonrisa.

No puedo dar un paso adelante ni atrás.

Me empuja con suavidad y entro. La falda se cierra tras de mí. Está oscuro. Tiemblo. Hace frío y calor. Deseo quedarme allí dentro para siempre a la vez que quiero escapar como un cohete: el cielo y el infierno en uno.