Conferencia
21 de abril de 2012
Pamplona
Buenos días:¿Qué hacemos aquí reunidos a la antigua usanza en un acto offline, un acto de presencia física? ¿Por qué no están ustedes online, conectados al ordenador (ya sea de mesa, portátil o netbook), a la tableta, al smartphone (teléfono inteligente) o a otro adminículo (gadget) infotecnodigital mientras atienden (o desatienden o medio-atienden o malentienden) a una conferencia grabada por webcam, exploran en Internet, comparten experiencias en redes sociales, se entretienen con aplicaciones, interactúan en realidades virtuales...?
Consolémonos con la idea de que este acto, por mucho que se pueda colgar en Internet, es insustituible por el hecho de que hemos venido aquí. El estar aquí compromete a cada uno de manera singular ante las palabras que resonarán en esta sala. Palabras, carraspeos y sonidos que saldrán de bocas presentes. Además, contaremos con un coloquio sin mediación de pantallas, dando la cara, unos hablando y otros escuchando. Dar la cara parece ya una expresión trasnochada que hoy se actualiza en este acto casi milagroso.
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No vengo a demonizar Internet, tampoco a endiosarlo. Internet es una magnífica herramienta cuando está al servicio del sujeto. Con Internet aparecen síntomas cuando el sujeto está a su servicio o cuando hace una adicción.
El endiosamiento de Internet está ilustrado alegóricamente en una novela satírica de Manuel Talens titulada La cinta de Moebius (2007). Dios encarga al Arcángel Gabriel (que ya estaba informatizando los archivos del Cielo) que dirija la creación del Servidor Divino en Internet, suerte de motor cibernético capaz de dirigir el día a día celestial mediante datos binarios. Se diseñará el mayor ordenador del universo, con disco duro de infinitos gigabytes virtuales, memoria RAM igual de infinita, procesador a la velocidad de la luz elevada al cubo y un sofisticadísimo motor de búsqueda, todo ello integrado en el dominio del Servidor Divino: www.yosoyelquesoy.com.
Desde que el Servidor Divino se instala, quienes deseen comunicarse con Dios Padre Todopoderoso, pueden enviarle un mensaje personal a la Bitácora de Dios del Departamento Celestial de Relaciones con los Seres Mortales, en la siguiente dirección electrónica: dios@yosoyelquesoy.com.
Como logotipo de Dios, que aparece en la pantalla sobre el fondo azul de la eternidad, se escoge la cinta del matemático Moebius, que no tiene principio ni fin, como el Creador.
El webmaster (creador de la web) del Servidor Divino dice en un email a Gabriel Arcángel que el software YOSOYELQUESOY contiene una base incalculable de datos binarios con todas las características del Creador, pasadas y futuras, y está programado para hacer cálculos logarítmicos infinitos, basados en posibilidades asimismo infinitas de respuesta por parte de Dios, lo cual permite que haga las veces de Dios. De hecho, en la práctica, [el software] YOSOYELQUESOY es Dios. Por eso, con el cambio todo siguió igual en el universo y nadie se ha percatado de que hoy en día el control de las decisiones ya no lo ejerce el Ser Supremo, sino su doble cibernético. (…) Sin embargo, admito que la máquina nos ha sobrepasado, de la misma manera que el monstruo Frankenstein de Mary Shelley sobrepasó a su creador. Me estoy refiriendo, en particular, a esta peregrina afición por la escritura que le ha surgido a Dios en su nueva existencia binaria. (…) En mis funciones como webmaster no entra el revisar todos los archivos que el nuevo Dios autosuficiente que yo creé genera de continuo en el disco duro. Su automatismo es perfecto.
Pocos años después, Dios vuelve a tomar su posición en el universo suprimiendo al sosias cibernético.
Esta sátira, llevada a las relaciones humanas, sugiere los extremos a que se puede llegar al tomar Internet (junto a las nuevas tecnologías) como el gran supersustituto. El peligro, para algunos sujetos, de que las relaciones virtuales, más que un añadido, tomen mayor relevancia que los encuentros con presencia física.
Internet no es infinito, pero como si lo fuera. ¿Sirve para todo? Si sabemos buscar, ¿contiene todo el saber y todas las posibilidades de relación? Sólo en apariencia.
Los hikikomori (que significa “excluidos sociales”) son jóvenes japoneses que se aíslan y deciden no volver a salir de su habitación (o lo hacen en solitario), convirtiendo su vivienda casi en su único mundo, un mundo conectado a Internet para casi todo. Una adicción a lo virtual, una huida agorafóbica del mundo físico, un goce autístico (por mucho que se relacionen con otros a través de las redes sociales, chats, páginas de cibersexo y demás).
No quiero dar la impresión de considerar Internet como algo negativo. Sí centraré esta charla en diversos aspectos problemáticos y sintomáticos en relación a ciertos usos. Sin embargo, Internet ofrece grandes ventajas (mientras se mantengan a raya los excesos) como el acceso a la información y al conocimiento, los foros de intercambio y debate de múltiples asuntos, las redes sociales, el correo electrónico, la transmisión de archivos tanto de texto como audiovisuales, la comunicación entre sujetos de diferentes lugares del mundo, la facilitación de muchos trámites, los proyectos de investigación, el entretenimiento, la compra-venta de objetos y servicios, etc. Y recordemos que Internet nació en 1969 como un progreso en el saber universitario: ese año se produjo la primera conexión de ordenadores entre cuatro universidades de Estados Unidos. En los años 90 comienza a popularizarse y a desarrollarse.
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No me parece que Internet sea causa de síntomas sino que hay sujetos que usan algunos de sus servicios para desarrollar sus modalidades de ‘goce’. El goce (que está presente en los síntomas) es un término psicoanalítico. El goce es esa mezcla turbia entre insatisfacción consciente mortificante y satisfacción inconsciente inútil. Así, beber unas pocas cervezas es un placer, emborracharse y alcoholizarse son un goce. Jugar en Internet unos pocos solitarios de cartas es un disfrute, mientras que pasarse jugando toda la noche es un goce. El placer es distensión, moderación, templanza, lo cual mantiene al sujeto a una distancia prudencial del goce. Goce que busca el aumento de la tensión, el forzamiento, la excesiva intensidad, la barbaridad. Un goce que está confinado a la repetición. Veremos después otros ejemplos.
También hay un goce en los propios síntomas sufrientes. El que lo haya es uno de los motivos de la resistencia inconsciente a la curación. Proceso de cura que supondría la renuncia o disminución del goce, y el encauzamiento de algunas modalidades de goce en deseos fructíferos. Un ejemplo del goce incluido en el sufrimiento y del impulso a conservar tal goce, lo encontramos en un poema-canción de Manuel Machado, La pena. Pertenece al ‘cante jondo’ del flamenco. Es una ‘seguirilla gitana’ o ‘seguirilla del sentimiento’. Las segurillas son la quintaesencia de la hondura del sentir: poca letra y mucho ‘quejío’ (tanto que pueden incurrir en el goce de la queja). Tan profundo es este cante popular, que hay cantaores y guitarristas que lo interpretan a impulsos del sentimiento, sin tener en cuenta la métrica musical. Yo estaría dispuesto a cantarles ahora mismo, ‘a capella’, y así donarles la hondura inacabable de mis lágrimas negras. A riesgo de ‘gozar’ como un descosido, renuncio al espectáculo y elijo una lectura apacible. La letra habla también de que el síntoma tiene origen inconsciente. Dice así:
Mi pena es muy mala,
porque es una pena que yo no quisiera
que se me quitara.
Vino como vienen,
sin saber de dónde,
el agua a los mares, las flores a mayo,
los vientos al bosque.
Vino, y se ha quedado
en mi corazón,
como el amargo en la corteza verde
del verde limón.
Como las raíces
de la enredadera,
se va alimentando la pena en mi pecho
con sangre de mis venas.
Yo no sé por dónde,
ni por dónde no,
se me ha liao esta soguita al cuerpo
sin saberlo yo.
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Ahora situemos Internet en los tiempos que estamos viviendo.
Vivimos un tiempo de TIC-TAC-TOC.
TIC es el acrónimo de Tecnologías de la Información y la Comunicación. Aquí tenemos la revolución del entorno socio-info-tecno-digital con la Red Universal Digital. Esta Red incluye Internet pero va más allá, refiriéndose asimismo a los móviles, los smartphones (es decir, teléfonos inteligentes tipo blackberry o iPhone, con conexión a Internet), las tabletas (tipo iPad), las diferentes modalidades de ordenadores, etc. Nuevas formas de hacer lazo o de aislarse, y de acceder a la información.
Estamos en un tiempo de convivencia de tres tipos de poblaciones:
1.-Los analfabetos digitales. En su mayoría, es la generación de los mayores.
2.-Los inmigrantes digitales: las generaciones que han visto la llegada de los medios infotecnodigitales, y que los aprenden y utilizan.
3.-Los nativos digitales: la generación que está naciendo hoy en día, criados en el nuevo entorno.
Un tic también es (según el DSM-IV-Revisado) una vocalización o un movimiento motor súbito, rápido, recurrente. Ampliando este significado, encontramos ‘tics sociales’, es decir, una promoción de actuaciones repetidas y rápidas sin pensar, por ejemplo, el auge de recetas para ser feliz, para encontrar pareja, para educar a los hijos, para eliminar la ansiedad, para controlar las emociones, para salir de la depresión, etc. También se está convirtiendo en un ‘tic’ la creciente medicalización de la vida cotidiana. Y si tomamos la faceta de la rapidez e instantaneidad del tic, esto lleva el empuje actual a lograr ipsofacto lo pretendido.
TAC significa Tomografía Axial Computarizada, más conocido como escáner en medicina. Este instrumento y otros tienen una aplicación en la investigación del cerebro y demás estructuras del sistema nervioso en las neurociencias. Hay un uso reduccionista de la neurociencia que atribuye al cerebro las causas de los trastornos mentales y que busca soluciones neurológicas.
Tic-tac es la onomatopeya del paso del tiempo en un reloj. Es el tiempo cronológico. Diferente es el tiempo lógico de cada sujeto para encontrarse con su deseo en las diversas facetas de su vida: de crecimiento, de estudio, de trabajo, de pareja o no, de hijos o no, etc. Hay un malestar que es producto de la presión familiar y social al cumplimiento de objetivos en el tiempo cronológico que se supone que han de ser logrados.
La pulsión busca la satisfacción inmediata y total. El deseo (que no se puede satisfacer por completo pues en él anida la falta) es el que puede establecer un tiempo de espera. Por ejemplo, en las relaciones sexuales con desconocidos o conocidos virtuales, en la respuesta a un SMS...
En estos tiempos de TIC-TAC-TOC, el TOC es el Trastorno Obsesivo Compulsivo del DSM. ¿Qué es el empuje actual al y del DSM? Una sociedad que establece como Amo del saber psicodiagnóstico (para orientar los tratamientos psicológicos y farmacológicos) el DSM (siglas del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), de la Asociación Psiquiátrica Americana. Es un listado que describe síntomas enlatados y generales, sin tener en cuenta el uno por uno, ni el sujeto del inconsciente, ni las causas subjetivas, ni la propia implicación del sujeto en su sufrimiento, ni las diferentes estructuras clínicas (neurosis histérica y obsesiva, psicosis y perversión) que subyacen a un mismo síntoma y que determinan distintas direcciones de la cura.
Pacientes que llegan a consulta y dicen: Tengo un TOC o Soy un TOC. Es el etiquetaje masivo con su farmacopea correspondiente. Y se da una demanda de ser curados pasivamente.
Hay una tendencia social y de una parte de la psiquiatría a irresponsabilizar al sujeto, cuando es justo cuando se hace responsable de su subjetividad y de sus síntomas cuando se abre la vía de la curación.
Sujetos que no quieren responsabilizarse. Recibo un email de un paciente (aunque me podía haber llamado). Me escribe que quiere una sesión de hipnosis. Ya que deja el número de teléfono, no contesto al email sino que lo llamo para pasar a la palabra hablada. Le pregunto que para qué. Me dice que es para su novia pues él quiere que con esa sesión yo logre que ella cambie en algunos aspectos que él me dirá. Le digo que eso no, pero que si quiere puedo recibirle y escuchar qué le ocurre con su novia, o que si ella quiere llamarme porque quiere ayuda, que lo haga. No he recibido la llamada de ninguno de los dos.
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Vivimos un tiempo de declive de la ley, de la autoridad, de la función paterna. El imperativo superyoico exclama: ¡Goza! Al debilitarse la mediación de lo simbólico paterno como representante de la ley reguladora, el goce campa a sus expensas. Goce de las drogodependencias, de las anorexias. Goce de las adicciones en Internet: navegar por la red sin freno, hipercomunicación incesante (móviles, redes sociales, etc.), videojuegos, realidades virtuales... Son patologías relacionadas con una falta de separación del goce materno al diluirse la mediación de la función paterna. Es un intento de que la satisfacción no pase por el encuentro con el Otro, con la falta, con la castración.
En la evitación de este encuentro, tratando de permanecer en el goce autístico y autoerótico del Uno sin el Otro, enmarcamos el cibersexo.
La pornografía y las relaciones cibersexuales proliferan en Internet. Cuando es sólo mediante imágenes, la pretensión es de un goce absoluto que prescinde de la palabra, que es lo simbólico. Para no perder goce, no hay que hablar. Sólo por el hecho de hablar, hay una pérdida de goce. Pérdida que se intenta recuperar mediante la repetición de síntomas. Pero como tampoco así se puede recuperar lo perdido ni se puede obtener el goce absoluto ni lo encontrado se ajusta a lo esperado, también en ese mismo intento de recuperación hay un efecto de pérdida. Esta es la condena sintomática a la repetición. Repetir hasta lo más penoso en la búsqueda de ese goce absoluto que sería (según el psicoanalista Roland Chemama) una adecuación perfecta del ser consigo mismo, y que así no implicaría ni la pérdida ni la necesidad de colmarla. (...) Sería un gozar-se, un gozar de sí mismo. Este goce tapona el deseo e intenta cerrar la falta en un vano intento de hallar una experiencia absoluta de completud. Representa un inconsciente intento inútil de recuperar el paraíso perdido del primer tiempo de la vida (que en realidad nunca existió): la muda fusión total con la Madre.
En la película El último tango en París (1972), los personajes de Marlon Brando y Maria Schneider pretenden no hablar. Pero como algo sí hablan, quieren no saber nada el uno del otro, ni decirse los nombres. Mantienen relaciones sexuales físicas intentando que no haya entre ellos nada más que eso. No quieren saber de la castración ni de la diferencia ni del deseo ni del amor.
He recibido en consulta a varios hombres que acuden espoleados por sus mujeres pues los han pillado ante la pantalla del ordenador consumiendo pornografía y haciendo sexo virtual. Sólo la posibilidad de la pérdida del amor de sus mujeres los trae a sesión.
En el sexo virtual o cibersexo y en la pornografía, ya ni siquiera se accede al encuentro con lo real del cuerpo del otro. El sujeto queda confinado a un goce vuelto sobre sí mismo, masturbatorio.
Un escritor de Pamplona, Roberto Valencia, publicó en 2010 un libro de cuentos titulado Sonría a cámara, dedicado a este asunto. No es una obra pornográfica sino una muestra literaria que mueve a la reflexión. Unos personajes (sobre todo, hombres) son solitarios que buscan pornografía en Internet, y otros (sobre todo, mujeres) son filmados durante relaciones sexuales para exhibirlas en Internet. El sexo profesional y amateur exhibido a la distancia de un clic.
En el cuento “Cosas que no hacen demasiada falta” habla de utilizar los acercamientos eróticos para obturar el desgarrón de angustia. Pero así la angustia retorna.
En el cuento “El mismo accidente (casi)”, graban a una mujer casada en un apartamento con un amigo. Seis horas y media de filmación íntima, con sus correspondientes intervalos para el descanso y el avituallamiento. El responsable de la filmación clandestina cuelga el vídeo en Internet. La narración se centra en un pornonauta que ve una y otra vez las imágenes. Lo que le distingue de otros, es que él no pasa de modo acelerado las escenas en que no hay relación sexual: lo ve todo, sin pausas. Su excitación sexual sube y baja varias veces a lo largo de las seis horas y media. Es una auténtica inmersión en la intimidad de dos personas anónimas. (...) Qué haría él sin el sexo virtual. Con qué ocuparía sus tardes y sus noches de aislamiento. (...) A pesar de que se ha convertido en un experto audiovisual del morbo y del saqueo emocional de seres anónimos, echa en falta muchas cosas. Es un ser que intenta mantenerse a salvo de la diferencia, de las demandas que pueda hacerle una posible pareja. Al precio del aislamiento, del no encuentro con el amor, de la obturación del deseo.
En el cuento “Mañana será otro día”, un hombre y una mujer (que son pareja) miran en la pantalla del ordenador a otras parejas que exhiben su intimidad doméstica, incluidas las relaciones sexuales. Él le dice a ella: “Si ellos pueden, nosotros también”. Así que instalan cámaras para grabarse durante horas y verterlo en Internet: comiendo, duchándose, manteniendo muchas y variadas relaciones sexuales, emulando a los que ven en Internet... Ella le quiere y considera que esta actividad podría alargar indefinidamente su pasión, el entendimiento que se profesan. (...) Él rastrea en la red para ultimar el calendario completo de sus fantasías, aunque nunca ha acabado por completarlo. Grabándose día tras día durante cuatro meses (con antifaces para no ser reconocidos), se esfuerzan en cumplir con lo previsto, horas y horas soportando el durísimo y hasta estrafalario listado de posiciones [sexuales] que la mayoría de las veces no proporciona las cataratas de placer prometidas en la red. Así que cuando terminan, se produce una caída, una decepción. (...) Es la frustración por saberse inferiores y no poder asumirlo. A los dos les vence el agotamiento, la suciedad. (...) Pero lo que influye en su ánimo es la convicción de que la realidad les está escamoteando algo sumamente valioso, un secreto o algo por el estilo del que sí disfrutan esos otros seres humanos que son como ellos a pesar de aparecer en pantalla. (...) Ella se da por rendida y le dice: “Siempre dices que si ellos pueden, nosotros también. Pero que ellos puedan solo quiere decir que ellos pueden. No que nosotros también podamos. Nosotros no podemos, por lo visto, y esto nos está sumiendo en el caos”. (...) Él no quiere desistir, pretende seguir repitiendo goce sobre goce. Ella le pasa la mano por la frente y le pide abandonar. (...) Mira a su compañero y le dice (...): “Vamos a dejarlo. Yo te quiero y sé que esto, en algún momento, ha significado mucho para ti pero ahora se ha convertido en una carga”. Él sólo puede mirar las ojeras y la boca un poco desencajada de ella y, aunque esta decisión le pesará en los próximos días de rutina laboral, en que tendrá que mirar al futuro sin avistar una sola luz en el horizonte, sabe que ahora la sensatez aconseja aceptar la retirada. (Como decía Lacan: el amor hace que el goce condescienda al deseo.) Ella se levanta, se pone una camiseta de él y se arropa con la sábana, sin importarle ni su fetidez ni su aspecto degradado, esa delgadez extrema que exhibe desde hace semanas. Él, entonces, lo entiende. Apaga la luz, se cubre también con la sábana y abraza a su mujer. Y dice él antes de obligarse a sí mismo a cerrar los ojos: “Si todo eso es tan real que lo podemos ver en la pantalla y casi hasta tocar, ¿por qué nosotros no podemos? ¿Verdaderamente alguien puede?” Bajarse de la omnipotencia imaginaria de ese supuesto goce sexual absoluto, les abre a la posibilidad de hacer una relación en la que atravesar las dichas y desdichas de la vida, los placeres y los dolores.
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Encontramos otra vertiente de la exhibición en los programas de televisión como Gran Hermano y otros en que las personas acuden a hablar de su vida íntima, de sus conflictos familiares, de su relación de pareja, etc. Es una desinhibición patológica acompañada del goce mirón de los espectadores. Esto, tanto con imágenes como por escrito, prolifera en la Red. Goces íntimos que se exponen a un público mundial con la premisa del derecho al goce. Un pretendido derecho a todo tipo de goces salvo la pederastia y la violación (por la falta de consentimiento). Internet es un inmenso aglutinador de goce, una vía de realización de los fantasmas (en un extremo perverso, el ‘caníbal de Rotemburgo’, que encontró en Internet a otro hombre que se prestó a ser troceado y comido en una complementariedad de goces que hacen ‘paso al acto’).
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También se extienden por la Red los enamoramientos virtuales.
Los hay que progresan, se conocen físicamente y hacen pareja.
Los hay que provocan la ruptura de una pareja previa.
Los hay que se mantienen durante años sólo en lo virtual: hipercomunicados y aislados al mismo tiempo, e idealizados.
Escribió Franz Kafka a Milena en una carta (la relación epistolar duró de 1920 a 1922): Escribir cartas significa desnudarse ante los fantasmas que lo esperan ávidamente. Los besos por escrito no llegan a su destino, se los beben por el camino los fantasmas.
Las relaciones virtuales de hoy en día, aunque en mucho menor número, con menos facilidades y menos inmediatez, ya se daban antes a través del correo epistolar (pluma, bolígrafo o lápiz, papel, sobre, y sellos untados en la lengua). Con variantes, sigue siendo lo mismo. Como ilustración, les presento un pequeño experimento. Tomo una canción de 1975 y la modifico un poco. Se trata de Un ramito de violetas, de Cecilia:
Era feliz en su matrimonio
Aunque su marido era el mismo demonio.
Tenía el hombre un poco de mal genio
Y ella se quejaba de que nunca fue tierno.
Desde hace ya más de tres años
Chatea en Messenger con un extraño.
Mensajes instantáneos llenos de poesía
Que le han devuelto la alegría.
Quién la chateaba dime quién era.
Quién la mandaba adjuntos de amaneceres por primavera.
Quién cada nueve de noviembre
Como siempre oculto tras el nickname
La mandaba el dibujo escaneado
De un ramito de violetas.
A veces sueña y se imagina
Cómo será aquel que tanto la ciberestima.
Sería un hombre más bien de beso calmo
Sonrisa abierta y ternura en las manos.
No sabe quién sufre en silencio
Quién puede ser su amor secreto.
Y vive así de chat en chat
Con la ilusión de ser virtualquerida.
Y cada tarde al volver su esposo
Cansado del trabajo la mira de reojo.
No dice nada porque lo sabe todo.
Sabe que es feliz así de cualquier modo.
Porque él es quien le escribe chats, SMSs, emails y whatsApps.
Él, su amante infotecnodigital, su amor secreto.
Y ella que no sabe nada
Mira a su marido y luego calla.
Hoy es nueve de noviembre.
Él la cita al fin en un entorno físico de cuerpos tangibles
En una cafetería sin WIFI esquina Gran Vía con calle Mayor.
Él llevará un ramito de violetas olorosas
Para que ella reconozca a su amante secreto
Del que sólo sabe de sus palabras
Tan electrizantes por sólo tecleadas.
Quién la chateaba dime quién era.
Quién la mandaba adjuntos de amaneceres por primavera.
Quién cada nueve de noviembre
Como siempre oculto tras el nickname
La mandaba el dibujo escaneado
De un ramito de violetas.
Él (enterrado en el anonimato) le da palabras y gestos de amor sólo cuando ella no está. Cuando está lo real de los cuerpos y sus diferencias, cuando lo real de la voz se pronuncia sin intermediación tecnológica, cuando ella susurra la demanda de ternura (o la exige implacable), él no soporta este encuentro y se defiende retrocediendo o atacando.
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Volviendo a la situación actual, podemos constatar la vigencia de un texto que Freud escribió en el verano de 1929, pocas semanas antes del crack de 1929 en La Bolsa de Nueva York. Lo tituló El malestar en la cultura. Es un malestar social que no cesa aunque cambie en algunas formas y síntomas. Freud escribió del antagonismo entre las exigencias pulsionales de cada sujeto y las restricciones y leyes con que la cultura intenta regularlas. Por ejemplo, la tendencia agresiva (que es una disposición pulsional innata, a decir de Freud) se ha de enfrentar a las normas civilizadoras. Estas tendencias agresivas han encontrado un campo vasto en Internet.
De nuevo, son variantes de lo que ya existía. Como el ciberbullying o cibermatoneo: acoso escolar a través de la Red. Adolescentes que se esconden en el anonimato y amenazan, insultan, cuelgan imágenes ofensivas, usurpan el perfil del acosado en Facebook para dañarlo, difaman, airean asuntos privados del acosado, etc. Hay ciberacosadores que mantienen un buen trato en clase y en la cuadrilla, pero que pueden fantasear con agresiones y las ponen en marcha a través de Internet. Sin dar la cara. Y el acosado, ¿cómo puede defenderse sin saber quién lo acosa?
La psicoanalista Juana Mª de Julián, en una charla sobre ciberbullying para padres y madres en 2011, habla de un ciberacosador que es de los primeros de clase, con buena conducta, que no se mete en líos. Envía amenazas de muerte por email. Cuando es descubierto, expresa en las entrevistas que “nunca haría nada malo”. También dice que le gusta ser un chico bueno. Pensó que sería divertido representar sus fantasías en Internet. Cuando se le preguntó por qué lo hizo, dijo sencillamente: “Porque puedo”. (...) Online es el chico duro y violento que ha fantaseado ser.
Además del ciberbullying, Internet facilita mucho un uso anónimo que desata la violencia de la palabra. Se llama trolls a quienes, tapados en el anonimato, entran en foros, periódicos, redes sociales, blogs, páginas web, wikipedia y otras wikis... para atacar, insultar, amenazar, mentir, provocar, colgar material ofensivo... Se está procurando cada vez más regular tales intromisiones.
El verbo inglés troll designa una modalidad de pesca que se basa en el arrastre del aparejo. Se suelen utilizar cebos artificiales de llamativos colores y articulados, para que sean muy atractivos para los peces. Este es uno de los goces de los trolls: hacer morder el anzuelo con sus provocaciones agresoras. En el argot internauta, hay una palabra para este goce de troll cuando dicen que lo hacen por el lulz (como frase hecha: “I did it for the lulz”). Este vocablo inglés se deriva de LOL, que es un acrónimo: son las siglas de Laughing Out Loud (Riendo a carcajadas) y de Lot Of Laughs (Un montón de risas). Se trata de un sadismo online que goza con el sufrimiento y la posible angustia de los atacados.
También los trols son personajes de la mitología escandinava y los cuentos infantiles, retratados a menudo como criaturas feas y odiosas inclinadas a la maldad.
Este anonimato (que también se emplea para opiniones respetuosas) es una forma de no responsabilizarse de la propia palabra. Como si las palabras quedaran desligadas del sujeto. Además de los anonimatos, Internet facilita la adopción de identidades y nombres falsos.
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Las redes sociales más extendidas son Tuenti (para los adolescentes), y Facebook y Twitter (para jóvenes y adultos). Probablemente, jamás en la Historia tantos han escrito y leído tanto. En general, son escritos breves que en muchas ocasiones se leen al instante (o casi). Las palabras de amor se desinhiben ante el teclado y la pantalla. Las palabras de odio pueden dispararse desbocadas: no sólo las anónimas, también las firmadas, ya que las teclas son un gatillo fácil. La distancia amortigua el hacerse cargo de la propia responsabilidad y de los efectos.
Usos inconvenientes de las redes sociales son el exceso de leerlo todo y de inmediato, y la compulsión a escribir y compartir cualquier nimiedad.
¿Se acuerdan de los dibujos animados de Piolín? Su nombre original, en inglés, es Twitty. Y es que el verbo twitt significa ‘hacer píopío’. De ahí la brevedad de los mensajes: un máximo de 140 caracteres. Encontramos tuits relevantes para transmisión de noticias, movilizaciones sociales, difusión de todo tipo de eventos y obras artísticas. También hay tuits como este: “Me he cepillado los dientes. Salgo con vaqueros. Llueve, qué rollo”. Y microcuentos que podrían ser tuits, por ejemplo, uno de Andrés Neuman, titulado NOVELA DE TERROR: Me desperté recién afeitado.
Todo este trasiego hipercomunicativo está conduciendo cada vez más a la práctica de la multitarea. Ejemplo: cuatro amigas en un bar pasan con toda naturalidad de la conversación entre ellas a leer y teclear en los iPhones. Hay ratos que no hablan pues cada una está absorbida por la pantallita y el tecladito. Cada una está con tres amigas en el bar, y al mismo tiempo, a través de las redes sociales, con unos cuantos amigos (de los de encontrarse en la realidad física) y centenares de amigos (sólo virtuales), pues ‘amigos’ se llaman todos en Facebook.
Otro ejemplo: Mientras ve a saltos una película en el iPad, envía y recibe emails, envía y recibe en el smartphone de la marca Iphone mensajes tipo WhatsApps y algunos SMSs, además de algunas llamadas de voz; entra a Facebook y a Twitter donde lee y escribe, chatea en el Messenger, se levanta al baño con el iPhone en la mano, regresa a ver la película en el iPad con el iPhone en la mano, deja por un instante el iPhone en la mesa para sonarse los mocos... Por supuesto, duerme con el Iphone encendido sobre la mesilla. Es una compulsión al todo, a rellenar cualquier hueco. Llevado al exceso, puede taponar el deseo.
Tomando un verso de T.S. Eliot (1943), diríamos que sujetos como los antedichos están distraídos de la distracción por la distracción. Aplicable también a la búsqueda de saberes en Internet, saltando con rapidez de una pantalla a otra, leyendo sólo textos breves por la dificultad de concentrarse en otros más largos. Saber menos de más cosas. Con dificultad para distinguir qué saber importa, cuál es el deseado. Con la tensión de querer abarcar demasiado.
Pantalla omnipresente, omnisciente, todopoderosa. Ante ella, algunos sujetos se hunden en las arenas amovedizas de la hiperinformación y la hipervirtualidad relacional. Instrumentos técnicos que pueden ser tomados para la no separación: para mantenerse en la alienación.
En octubre de 2011, una avería deja desconectadas a las Blackberrys en varios continentes durante cuatro días. La causa es un atasco superlativo en un conmutador que no desvió el tráfico de datos de un servidor paralizado a otro adicional (según la Compañía). Blackberry es una marca de smartphone: un teléfono móvil que incluye navegación por Internet, correo electrónico, teclado y algunas prestaciones como las de un ordenador personal.
Leo en la prensa estos testimonios:
He tenido que volver a hablar (dice un ejecutivo).
No te das cuenta de lo importante que es respirar hasta que no se puede hacer (banquero).
Realmente no se acaba el mundo por estar unos días desconectado. Y menos teniendo línea telefónica, porque parece que sin Internet no somos nada. No cambiaría de teléfono, pero parece increíble que ocurran estas cosas en el siglo XXI (mujer de treinta años).
Fue un placer desconectar. Lo intento a veces, pero el resto de la gente sigue enviando mensajes compulsivamente. Estos tres días el apagón fue total. Descansé (chica de quince años).
Un padre me dice que su hija adolescente, durante la avería, sacaba una y otra vez la Blackberry del bolsillo para ver si había vuelto la conexión. El padre le decía que cuando volviera, un sonido la avisaría. Su hija lo admitía sí, pero continuaba sacando repetidamente el aparato del bolsillo.
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El avance de apisonadora de lo virtual ya ha alcanzado a la psicoterapia. Lo constatamos en el incremento de las psicoterapias online: vía teclado, teléfono o webcam.
El psicoanálisis es un tratamiento que no se presta al trabajo online puesto que es esencial tanto la relación de transferencia como las presencias.
Las terapias que no hacen con la transferencia ni con lo inconsciente son las que más ofrecen terapias online. También, las terapias que emplean tests y protocolos estandarizados de tratamiento.
En la transferencia, el sujeto pone (de modo inconsciente) en el analista y en la relación analítica, sus deseos, goces, fantasmas..., sus repeticiones. Para esto hace falta la presencia in situ de los cuerpos y de las voces. Es preciso lo real del cuerpo en anudamiento con lo imaginario y lo simbólico. Es necesario también para trabajar con las manifestaciones de lo inconsciente que suceden en sesión: un lapsus linguae, un carraspeo particular, lapsus auditivos, modulaciones de la voz, actos fallidos, movimientos del cuerpo... Y las miradas, los silencios, el aspecto físico
El sujeto pone un supuesto saber sobre él en el analista. Se pregunta por el deseo enigmático del Otro del analista. Y al añadir su propia respuesta, escenifica con palabras el fantasma de su deseo inconsciente. Es una forma de hacer esta pregunta: “¿Qué quiere el Otro de mí?” O esta derivación: “Me quiere, sí, pero en ese querer, ¿qué quiere de mí?”
Lo último: los programas de robots informáticos para sesiones de psicoterapia online. Ofrecen respuestas instantáneas. Es la desaparición de la subjetividad y el advenimiento del terapeuta y paciente autómatas: el todo vale.
El psicoanálisis no cambia en seguir apostando por la subjetividad, por lo inconsciente, por la responsabilidad y por la verdad del deseo singular de cada sujeto
Me detengo aquí. Ahora podemos pasar al coloquio.
NOTAS
1.-Manuel Talens, La cinta de Moebius. Alcalá la Real, Jaén: Alcalá Grupo Editorial, 2007.
2.-Tomo referencias sobre el ‘goce’, de una conferencia impartida en 2009 por el psicoanalista Manuel Fernández Blanco: “El psicoanálisis y las diferencias sexuales en la actualidad”. En su libro La repetición como concepto fundamental del psicoanálisis. Caracas: Publicación del Centro de Investigación y Docencia en Psicoanálisis, CID - Las Mercedes, 2010, 25-39.
3.-Roland Chemama, El goce. Contextos y paradojas. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión, 2008, 23.
4.- Roberto Valencia, Sonría a cámara. Madrid: Lengua de Trapo, 2010.
5.-T.S. Eliot, Cuatro Cuartetos (1943): “Burnt Norton” -primer cuarteto-, apartado III.
6.-Franz Kafka, Cartas a Milena [1920-1922]. Madrid: Alianza Editorial - El Libro de Bolsillo, 1981
7.-Los testimonios que leo en prensa por la desconexión de las Blackberrys, están en: Laia Reventós y R. Jiménez Cano, “Una avería en los hábitos”, El País, 14-X-2011, 32-33,
www.elpais.com/articulo/sociedad/averia/habitos/elpepisoc/20111014elpepisoc_1/Tes