Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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MUJERES Y HOMBRES AL BORDE DE UN ATAQUE DE IGUALDAD
(2011)

Ponencia presentada en las XX Jornadas de Clínica Psicoanalítica:

Lo masculino y lo femenino: ¿Igualdad o diferencia sexual?

Pamplona, 19 y 20 de noviembre de 2011
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Empecemos con EL AMOR, un cuento de Eduardo Galeano inspirado en la tradición oral de los Cashinahua:

 

         En la selva amazónica, la primera mujer y el primer hombre se miraron con curiosidad. Era raro lo que tenían entre las piernas.

         —¿Te han cortado? —preguntó el hombre.

         —No —dijo ella—. Siempre he sido así.

         Él la examinó de cerca. Se rascó la cabeza. Allí había una llaga abierta. Dijo:

         —No comas yuca, ni plátanos, ni ninguna fruta que se raje al madurar. Yo te curaré. Échate en la hamaca y descansa.

         Ella obedeció. Con paciencia tragó los mejunjes de hierbas y se dejó aplicar las pomadas y los ungüentos. Tenía que apretar los dientes para no reírse, cuando él le decía:

         —No te preocupes.

         El juego le gustaba, aunque ya empezaba a cansarse de vivir en ayunas y tendida en una hamaca. La memoria de las frutas le hacía agua la boca.

         Una tarde, el hombre llegó corriendo a través de la floresta. Daba saltos de euforia y gritaba:

         —¡Lo encontré! ¡Lo encontré!

         Acababa de ver al mono curando a la mona en la copa de un árbol.

         —Es así —dijo el hombre, aproximándose a la mujer.

         Cuando terminó el largo abrazo, un aroma espeso, de flores y frutas, invadió el aire. De los cuerpos, que yacían juntos, se desprendían vapores y fulgores jamás vistos, y era tanta su hermosura que se morían de vergüenza los soles y los dioses.

 

         El relato comienza con una mirada de curiosidad que lleva al descubrimiento de la diferencia anatómica entre los sexos. Según el criterio anatómico, son nombrados como un hombre y una mujer. Esto hay que distinguirlo de las posiciones psíquicas según la lógica inconsciente de cada sujeto, según su modo de relación al goce: una posición femenina y una posición masculina. Lo masculino y lo femenino no están determinados por el pene y la vagina. Aunque sea más común la posición masculina en los hombres y la femenina en las mujeres, se da una gran variedad.

         En la posición masculina, el sujeto goza del órgano sexual.

En la posición femenina, según Lacan, de lo que se trata es de un goce Otro, suplementario, que está fuera del lenguaje, más allá de lo simbólico y de la palabra.

         Dice Lacan sobre el sujeto en posición femenina: Hay un goce [Otro], suyo, del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente [sienta]: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas. Es un goce añadido a la función fálica, enigmático, inefable, singular, una a una, en cada mujer, mejor dicho, en cada sujeto en el lado femenino. A diferencia del lado masculino, universalmente en la función fálica y en el goce del órgano sin la añadidura de ese goce Otro.

         En la posición masculina, el sujeto puede acceder a una relación sólo sexual pues le es más fácil separar el amor del goce sexual. En la posición femenina, en la relación sexual se pone en juego el amor; consiente a ocupar el lugar de objeto de goce para el otro a condición de obtener muestras de amor de él. Sin embargo, hoy en día cada vez más mujeres toman una posición masculina y acceden a una relación sólo sexual.

         Lo antedicho lo encontramos en el mito de Eros (a quien los romanos llamaban Cupido) y Psique, representados a fines del s. XVIII en la escultura de Antonio Canova que ilustra el programa de estas Jornadas. El mito lo escribió Apuleyo en el s. II: forma parte de la novela Las metamorfosis o el asno de oro.

Psique destaca por su hermosura, tanto que indigna a la diosa Venus (Afrodita). Ésta ordena a su hijo, Eros, que se encargue de que Psique se case con el hombre más vil y desgraciado de la tierra.

El oráculo ha predestinado a Psique a desposarse con un monstruo cruel, feroz y viperino. Lo espera en una roca de la cima de una montaña, pero el viento la conduce a un palacio en medio de un bosque

En la oscuridad de la noche, un desconocido la lleva al lecho y tienen relaciones sexuales. Psique, una muchacha mortal, no sabe que es el dios Eros.

Durante el día, Psique está sola en palacio con las voces de las criadas. A las noches, continúan las relaciones sexuales: sin verse. Además, Eros no habla nunca de quién es. Para encontrarse de nuevo, Eros pone una condición: prohibido que ella lo vea. Le advierte: Si cedes a tal sacrílega curiosidad, caerás de tan alta felicidad y no podrás abrazarme nunca más. (…) No volverás a ver mi rostro si lo ves una vez.

Además, Eros le impone que no hable a nadie de su unión: No escuches ni contestes pregunta alguna acerca de mí, tu marido. Este vientre tuyo lleva un niño mío que será divino si guardas en silencio nuestro secreto; pero si lo transgredes, será sólo  mortal.

Eros está en la posición masculina de ceñirse a lo sexual.

Psique, en posición femenina (por mucho que acepte las condiciones), ama a Eros en cada unión sexual en la oscuridad de la cueva. Cuanto más encuentros sexuales, más lo ama. Y cuanto más lo ama, más desea hablar con él, conocerlo y darse a conocer. Y cuanto más desea saber de él, y que él sepa de ella, más desea verlo.

Psique le habla de amor: Te quiero y, seas quien seas, te amo más que a mi propia vida y no te cambiaría ni por el propio Eros.

Hasta que una noche, Psique (instigada por sus dos hermanas, celosas, que le aseguran que su esposo es una serpiente presta a devorarla) cede a la curiosidad y entra al oscuro cuarto escondiendo entre los vestidos una lámpara de aceite para verlo y un puñal para cortarle el cuello. Mientras él duerme, ella contempla embelesada la belleza esplendorosa de su cara. Cayó en el amor de Eros. (…) Cada vez más excitada por el deseo de Eros, inclinándose sobre él y deseándolo con avidez, le daba besos ardorosos y apasionados, temiendo despertarlo. Pero mientras duda en su mente herida, excitada ante tanta dicha, se le derrama una gota de aceite hirviendo en un hombro de Eros, que la descubre mirándole.

Eros, sin mediar palabra, desaparece de su lado (en silencio huyó volando). Ella se melancoliza de amor abandonado; incluso intenta suicidarse tirándose a un río: es un 'paso acto'.

En Psique, se ha hecho realidad un miedo femenino: a perder el amor. (A cuánta degradación llegan algunas mujeres por no perder el amor.) Preguntas femeninas: ¿Qué quiero? ¿Qué desea una mujer? ¿Me amenaza que el otro me retire el amor? Ser amada no por lo que tiene, sino por lo que es para el deseo de un hombre.

En Eros, aparece un miedo masculino: a perder el poder. (A cuánta impotencia y violencia llegan algunos hombres por pretensiones omnipotentes.) Preguntas masculinas: ¿Qué puedo? ¿Qué puede un hombre? ¿Podré satisfacer lo que demanda una mujer? Ser amado no por lo que es, sino por lo que puede tener.

         Pero el mito-cuento de Eros y Psique no es una tragedia. Psique se lanza a la búsqueda de Eros: no sabe que Venus lo ha encerrado. Después de desgraciadas peripecias, Psique es puesta a prueba por Venus. Supera las tres primeras. En la cuarta y última, consigue (en el mundo subterráneo del Infierno) la cajita encomendada, poniendo en riesgo su vida. Sin embargo, de nuevo se dejó arrastrar por la curiosidad puesto que, aunque una condición consistía en no abrir la cajita (de la que Venus le dijo que contenía el tesoro de la belleza divina de Proserpina), la abre. De su interior no sale belleza alguna, sino una niebla soporífera que la inmoviliza como un cadáver.

         Por su parte, Eros ha cambiado. Es capaz de enfrentarse a su madre porque no puede tolerar por más tiempo la ausencia de Psique. A pesar de que ella ha vuelto a sucumbir a la curiosidad, la saca del sueño soporífero (el cual vuelve a meter en la cajita para que Psique supere la prueba). Logra que Júpiter la convierta en inmortal como él, se casan de modo legítimo, se van a vivir juntos unidos en el amor, comen perdices y codornices, y tienen una hija a la que llamaron Voluptuosidad (que significa placer, complacencia en los deleites sensuales).

         Consideremos otras facetas de lo masculino y lo femenino:

La lógica femenina es la del no-todo, la de la falta; la masculina, la del todo, el todo fálico.

Lo femenino hace referencia a lo particular, mientras que lo masculino a lo general, lo uniforme.

La diferencia entre lo masculino y lo femenino se refleja en este diálogo:

         Ella le dice a él:

         —¿Cómo quieres que hagamos el amor si hace tanto que no hablamos?

         Él le contesta:

         —¿Cómo quieres que hablemos si hace tanto que no follamos?

         Ella ha hablado desde lo femenino y él desde lo masculino.

         Dice una paciente desde la lógica femenina: Cuando llega de trabajar le pregunto qué tal y dice un “bien”, nada más. Le pido que me cuente algo y me contesta que qué me va a contar. Luego me echa la bronca porque no he llamado al electricista. Cena viendo la tele. Cuando vamos a la cama, me pone la mano en el pecho y quiere sexo, sin caricias, directo. Le digo que así no quiero y él se enfada.

         En cambio, este verso en femenino lo escribe un hombre, el poeta Javier Lostalé: Quien ama calla cuando la amada se vuelve aurora al contar su historia.

         La demanda femenina, más que la de que se le hable es la de que se le escuche. El deseo pasa por hacerse escuchar.

         Teniendo en cuenta lo dicho, puede entenderse que la presencia paritaria de mujeres en organismos, instituciones, partidos, consejos de administración, etc., no conlleve necesariamente la presencia paritaria de lo femenino y lo masculino. Podría ser un ataque de igualdad que se quedara sólo en la anatomía.

         Claro está que la igualdad en derechos y deberes entre hombres y mujeres es algo positivo en lo que seguir avanzando. Sin embargo, resulta contraproducente la presión de ciertos discursos sociales y educativos a intentar borrar las diferencias. De lo que se trata es de reconocer las diferencias y acrecentar el saber hacer con ellas.

         Lo igualitario no es el forzamiento a lo igual en la acepción de homogóneo, uniforme. En la verdadera igualdad, no se trata de borrar las diferencias sino de respetarlas y producir una ‘emancipación de la diferencia’, a la vez que se promueven proyectos de igualdad en derechos y deberes. La igualdad es a través de la más radical diferencia: la del propio deseo inconsciente. Por eso la igualdad es la diferencia.

En el cuento del principio, al hombre le da un ataque de igualdad. Como la mujer no tiene pene, el hombre piensa que se lo han cortado y que la vagina es una llaga, una herida, un error. No hace caso al saber de la mujer cuando le dice: “Siempre he sido así”. No es que ella no tenga sino que es sin. Quizá él se tope con la angustia y amenaza de castración: ¿y si se lo cortaran también a él?

         Así que este hombre se hace amo del saber, convertido en el primer médico de la historia, y le pone un plan de tratamiento: dieta, reposo, hierbas, pomadas y ungüentos. La mujer consiente, se somete, pero con los dientes apretados para no reírse, para no mostrar al hombre que no tiene ni idea de lo que le pasa a ella. A ella al inicio le gusta el juego, se deja hacer, pero se va hartando.

         Hasta que el hombre ve a un mono y una mona copulando. Descubre entonces cómo hacer con la diferencia genital entre él y ella, y lo pone en práctica copiando con exactitud lo que ha visto. Quizá no sepa que la cópula entre animales es una relación complementaria, es decir, en la que se da la completud en el acoplamiento, mientras que la relación sexual humana es suplementaria, es decir, no hay unión absoluta, siempre falta algo, hay castración.

         Terminemos con otro cuento que también se titula EL AMOR,  de Raúl Brasca. Muestra malentendidos (que son inherentes al lazo social) en el corazón de la relación de una pareja hombre-mujer. Suposiciones femeninas y masculinas acerca del deseo de la pareja. Equívocos, equivocaciones y aciertos respecto a las igualdades y diferencias entre los sexos: cada sujeto está llamado a desplegar un saber hacer con ello. Un saber que incluya lo inconsciente. Un saber que mantenga al sujeto en las dichas y desdichas comunes más que en los síntomas sufrientes. Un saber que abra un diálogo fructífero entre lo masculino y lo femenino.

 

AMOR I [ÉL]: A ella le gusta el amor. A mí no. A mí me gusta ella, incluido, claro está, su gusto por el amor. Yo no le doy amor. Le doy pasión envuelta en palabras, en muchas palabras. Ella se engaña, cree que es amor y le gusta; ama al impostor que hay en mí. Yo no la amo y no me engaño con apariencias, no la amo a ella. Lo nuestro es algo muy corriente: dos que perseveran juntos por obra de un sentimiento equívoco y de otro equivocado. Somos felices.

AMOR II [ELLA]: Pretende que yo estoy enamorada del amor y que a él sólo le interesa el sexo. Dejo que lo crea. Cuando su cuerpo me estremece, lo atribuye a sus muchas palabras. Cuando mi cuerpo lo estremece, lo atribuye a su propio ardor. Pero me ama. Y no lo saco de su engaño porque lo amo. Sé muy bien que seremos felices lo que dure su fe en que no nos amamos.

 

 

ANOTACIONES

 

1

 

El título de la ponencia parte del título (no del argumento) de una película de Pedro Almodóvar: Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988).

 

2

 

El verso de Javier Lostalé pertenece a La rosa inclinada. Madrid: Calambur, 2002. Poema: “Amar es libertad”.

 

3

 

La expresión ‘emancipación de la diferencia’ la emplea el psicoanalista Jorge Alemán, Lacan, la política en cuestión... Conversaciones, notas y textos. Buenos Aires: Grama, 2010. La toma de los filósofos Enrique Dussel y otros, que contribuyeron al nacimiento (en 1971 en Argentina) de la `filosofía de la liberación’.

La afirmación y emancipación de la Diferencia va construyendo una universalidad novedosa y futura. La cuestión no es Diferencia o Universalidad, sino Universalidad en la Diferencia y Diferencia en la Universalidad. (Enrique Dussel, “La ‘Filosofía de la liberación’ ante el debate de la postmodernidad y los estudios Latinoamericanos”, Erasmus, año V, nº 1/2, Ediciones del ICALA, Río Cuarto, 2003, p. 62)

El psicoanálisis trabaja por la diferencia radical de cada sujeto, sea hombre o mujer. Por tanto, no se sostiene esta afirmación categórica de Otto Weininger en Sexo y carácter (1903): Cuando una mujer quiere emanciparse, no es ella, sino el hombre que hay en ella el que quiere emanciparse. Esta aseveración la exaltó Gregorio Marañón (Biología y feminismo, conferencia, 1920): ¡Cuán llenas de profundo sentido biológico estas palabras de Weininger!

 

4

 

“Amor I, Amor II”, microcuento, está en Raúl Brasca: Todo tiempo futuro fue peor. Barcelona: Thule Ediciones, 2004, 11.

También se incluye en Raúl Brasca (comp.): De mil amores. Antología de microrrelatos amorosos. Barcelona, Thule Ediciones, 2005, 79.

 

5

 

Cita: Hay un goce [Otro], suyo, del cual quizá nada sabe ella misma, a no ser que lo siente [sienta]: eso sí lo sabe. Lo sabe, desde luego, cuando ocurre. No les ocurre a todas. En Jacques Lacan, El seminario 20, Aún, (1972-73). Barcelona: Paidós, 1998, pág. 90. Lección “Dios y el goce de La [barrado] mujer”, punto 3.

 

6

 

El microcuento “El amor” es de Eduardo Galeano, Memoria del fuego I: Los nacimientos. México D.F.: Siglo XXI, 1982.

También está en Raúl Brasca (comp.), De mil amores. Antología de microrrelatos amorosos. Barcelona: Thule, 2005.

Para este cuento, Galeano declara que se inspira en un relato de la tradición oral de los Cashinahua (población de la selva amazónica), que se encuentra en André Marcel D´Ans, La verdadera Biblia de los Cashinahua (mitos, leyendas y tradiciones de la Selva Peruana). Lima: Mosca Azul Editores, 1975, 133-136. Se titula: “De cómo se originó el uso del sexo y el de los remedios”. Galeano, aparte de algunas diferencias, ha suprimido el final.

         Estos relatos son contados por hombres. El auditorio lo forman hombres (no hay mujeres), niños y niñas (ellas, cuando alcanzan la pubertad, dejan para siempre de recontar estas historias en público y nunca más se unen al auditorio del cuentista). Dice D´Ans: Las niñas reciben desde la infancia el mensaje didáctico del mito; pero dejan de solidarizarse el día en que se vuelven sexualmente significantes. Frente a estos relatos masculinos, se esperaría encontrar, como contrapartida, una tradición femenina donde las compañeras de los Cashinahua expresaran su punto de vista, su sensibilidad, sus fantasmas... Sin embargo, parece no ser este el caso. (...) Puede ser que el machismo ostensivo de los relatos deba tomarse como la respuesta inconsciente y colectiva de los varones a la presión constante (a la vez que económica y psicológica) que hacen pesar sobre ellos (en tanto que hijos, luego esposos y, sobre todo, yernos) las mujeres que gobiernan sus hogares. Es sintomático en verdad que, mientras las decisiones políticas que afectan a la totalidad del grupo local incumben a los hombres, estos aparezcan como prácticamente despojados de todo poder en el plano familiar. (33-34)

         D´Ans recopiló los relatos escuchando a los Cashinahua. La concurrencia hacía comentarios y prorrumpía en estallidos de risa, continuos y estruendosos. (36)

El relato mítico de los Cashinahua en que se inspiró Galeano sucede en una tribu en la que ya hay ancianos, adultos y niños de ambos sexos. Se afirma que siguen ignorando tanto el uso del sexo como la existencia de la diferencia genital. Hasta que un joven más curioso que los demás se fija por primera vez en la diferencia anatómica al mirar a una muchacha mientras conversan.

 

DE CÓMO SE ORIGINÓ EL USO DEL SEXO

Y EL DE LOS REMEDIOS

 

         En un tiempo remoto, nuestros antepasados ignoraban el uso del sexo. Había mujeres pero nadie les prestaba atención; al menos en lo que las diferencia de los hombres.

         Sin embargo, un día, un joven más curioso que los demás, mientras conversaba con una muchacha, se fijó en su entrepierna y lo que vio sí le llamó la atención.

—¿Qué tienes allí? —le preguntó.

—No sé —contestó ella—. Siempre he sido así.

Él miró la cosa más de cerca... concluyó que debía [de] ser una llaga y más valía curarla lo antes posible.

—Ponte a dieta —recomendó a la joven—. Acuéstate y ayuna hasta que encontremos el remedio para curar esa fea llaga.

La muchacha ganó su hamaca y se puso a dietar. Le prohibieron todo lo que al madurar o al ser cocinado, pudiese rajarse y abrirse, tal como plátanos, yuca sancochada y toda clase de frutas.

Entonces, todos los hombres dotados de razón se consultaron y se reunieron para examinar la llaga de la muchacha. Verdaderamente, había que sanar aquello. Pero, ¿con qué? Por turno, iban a internarse en el bosque y regresaban con una planta, hojas, raíces o alguna soga diferente. Hicieron cocciones, pomadas y ungüentos. Uno por vez, se aproximaba  al sexo de la joven mujer y aplicaba su remedio.

No obstante, la maldita llaga no se decidía a sanar. Por el contrario, si aquel que la curaba tenía una cortadura en el dedo, ésta sanaba; si una verruga, también desaparecía; si sarna, al día siguiente ya no existía. Otros curaban dolores de cabeza, reumatismos y toda suerte de malestares.

Desde entonces, hemos guardado las recetas de esos diversos remedios, inventados por casualidad en aquella ocasión.

Pero en lo concerniente a la llaga del bajo vientre de nuestra antecesora, nada que hacer, ¡no daba señal de mejoría!

El muchacho curioso, el descubridor de la llaga, era el único que aún no había probado sus remedios en la joven. Se encaminó al bosque para buscar lo que podría sanarla de una vez por todas.

 Mientras recorría el bosque en busca de plantas medicinales, escuchó de repente el típico alboroto de monos en la arboleda. Rápidamente se escondió, con la esperanza de matar alguno si se aproximaban. No tardaron en aparecer dos monos, persiguiéndose. Súbitamente, no lejos del joven y bajo sus ojos, asombrados, uno de los animales se colocó de espaldas sobre la rama principal de un árbol, mientras que el otro comenzaba a fornicar con él… o mejor dicho, ¡con ella! En ese instante la luz se hizo en el espíritu del joven: esos monos eran una hembra y un macho, y lo que hacían…

—¡Caray  —se dijo el joven—.  ¡Entonces, no  es una llaga!  Es  un...  —Y en ese momento inventó el término ‘sexo de mujer’.

Deslumbrado por su descubrimiento, ganó rápidamente el pueblo. Reunió a todos los curanderos cuyos esfuerzos habían resultado vanos en el intento de curar a la joven. La pobre todavía seguía dietando.

—¡No es una llaga! —les dijo, e inmediatamente les contó lo que había visto en el bosque.

—¡Qué interesante! —asintieron los otros—. Si los animales hacen así, entonces nosotros debemos hacerlo igual. Ensaya tú primero pues tú has visto cómo sucede eso. Nosotros observaremos cómo te comportas y luego ensayaremos a nuestra vez.

El muchacho se reunió con la joven en su hamaca. La acomodó tal como la mona se había dispuesto y, repitiendo punto por punto la actitud del macho, mostró a sus compañeros la única y verdadera forma de sanar lo que habían tomado en un principio y por error como llaga.

Este primer éxito concitó gran entusiasmo, sobre todo en las demás mujeres. Comenzaron a empujarse, buscando que el joven las iniciara a ellas también en ese nuevo uso. A todas, fuesen jóvenes, mujeres, ancianas, recién nacidas, él prestó el mismo servicio.

Ahora, el joven, muy fatigado, estaba echado de espaldas, cuando una última jovencita se le acercó. Como ya no estaba en condiciones de montarla, ella se agachó en cuclillas sobre su regazo. ¡Mala suerte! Al sentarse sobre él, le dobló la verga y se la rompió Así fue como murió el que había descubierto el uso del sexo.

 

7

 

         Eros y Psique es un relato mitológico escrito por Apuleyo en el siglo II d.d.C. Es una parte de su novela Las metamorfosis o el asno de oro.

Tomo las citas de: Apuleyo, Eros y Psique. Girona: Atalanta, 2006.

         Jacques Lacan, El seminario 8, La transferencia (1960-61). Barcelona: Paidós, 2003, 253-267, 271, 272, 279. En la lección XVI, “Psique y el complejo de castración”, analiza a través de un cuadro (Psique sorprende a Eros, 1589, de Jacopo Zucchi) la escena en que Psique ve a Eros con la lámpara de aceite y el cuchillo. Trata de las relaciones del alma (Psique) con el deseo. La imagen de ese momento encarna la paradoja del complejo de castración.

         Edith Hamilton (1942), Mitología. Todos los relatos griegos, latinos y nórdicos. Madrid: Turner, 2008, 119-129. En el capítulo “Cupido y Psique”, ofrece un buen resumen.

         Bruno Bettelheim (1976), Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica, 1997. Segunda parte, cap. “Cuentos de hadas pertenecientes al ciclo animal-novio”, aptdos. “Eros y Psique” (299-303) y “El cerdo encantado” (303-307).

 

8

 

         Antes, en el apartado sexo del Documento Nacional de Identidad (DNI), para las mujeres ponía M-F (Mujer-Femenino) y para los hombres V-M (Varón-Masculino).

Desde hace pocos años, en el nuevo DNI con microchip, para las mujeres pone F (Femenino) y para los hombres M (Masculino).

 

9

 

Malentendidos en un microcuento:

“Una sola carne”, de Armando José Sequeda, muestra las funestas consecuencias de tomar las palabras excluyendo toda simbolización y ambigüedad, sin dar lugar a ningún posible malentendido. En las palabras y en los significantes, es ineludible que habite algo engañoso.

Además, el cuento presenta a un hombre que materializa una relación complementaria, en la lógica del todo sin falta.

El cuento dice así:

 

Tan pronto el sacerdote concluyó la frase “... y formaréis una sola carne”, el novio, excitado, se lanzó a devorar a la novia.

 

Cabe la esperanza de que el cura lo detenga con el brazo de la ley o que la novia no se deje engullir o que el novio, con la boca de Gargantúa a punto de tragársela, renuncie a su goce para darle un beso y palabras de amor.

El cuento está en: David Lagmanovich (comp.), La otra mirada. Antología del microrrelato hispánico. Palencia: Menoscuarto, 2005, 223.

 

10

 

En el Génesis encontramos dos versiones de la creación de Eva y Adán.

Capítulo 1 del Génesis: Crea Dios los cielos y la tierra, la luz, las aguas y lo seco, la hierba, los árboles frutales, el sol, la lunas, las estrellas, los animales de todo tipo... Al final, Dios crea, a imagen suya, a la vez al primer hombre y a la primera mujer: los hizo macho y hembra. Los creó para que dominen sobre la tierra y cuantos animales se mueven sobre ella. El primer hombre y la primera mujer con igualdades y diferencias, y en relación suplementaria (no forman los dos una unidad o una totalidad en la que se acoplen sin falta).

         En la educación religiosa de la generación anterior, esta versión del cap. 1 no se solía mencionar, así que se solía desconocer, mientras que la versión más popular era la del capítulo 2 del Génesis. En cambio, hoy en día en diez Biblias infantiles que consulto, en nueve sólo aparece la versión del capítulo 1, y en una sólo la del capítulo 2.

La versión más difundida antaño es la del capítulo 2 del Génesis: En la creación, lo primero que hace Dios es al hombre (macho): Yavé lo formó del polvo de la tierra, y le inspiró en el rostro aliento de vida. Después crea el resto, incluidos los animales. Al final, como no había para Adán ayuda semejante a él, lo durmió, tomó una costilla [otros traducen: costado], cerrando en su lugar la carne, y de la costilla que de Adán tomara, formó Yavé Dios a la mujer. (...) Y vendrán a ser los dos una sola carne. El primer hombre y la primera mujer con desigualdad de superioridad (hombre) / inferioridad (mujer), y en relación complementaria (una sola carne, supuesta unidad total en la que no hay falta).

         Llama la atención que el Génesis cuente dos historias diferentes de la creación del mundo y de los seres. James George Frazier, en El folklore en el Antiguo Testamento (edición príncipe: 1907-1918) (México D.F.: Fondo de Cultura Económica, 1993, cap. I), dice que son dos versiones contradictorias. (...) En el capítulo primero, Dios comienza con los peces y va ascendiendo de modo continuo a través de aves y animales de la tierra hasta llegar al hombre y a la mujer. En el segundo, comienza con el hombre y desciende a través de animales inferiores hasta llegar a la mujer, que parece representar el nadir [lo opuesto al cenit (punto culminante); cenit ocupado aquí por el hombre] de la creatividad divina. Y en esta segunda versión no se dice nada de que el hombre y la mujer hubiesen sido creados a imagen y semejanza de Dios.  Se nos cuenta, simplemente, que “el Señor Dios formó al hombre del polvo del suelo, y le insufló en las narices aliento vital”.

         Frazier explica que los dos relatos se derivan de dos documentos distintos y al principio independientes; después, combinados en un libro único por alguien que juntó las dos versiones sin preocuparse de suavizar o compaginar las discrepancias. El capítulo 2 se deriva del llamado Documento Jahvista, escrito varios cientos de años antes del capítulo 1 (el cual procede del Códice Sacerdotal). Frazier afirma que el capítulo 2 toma una historia jahvista que apenas trata de ocultar el profundo desprecio que siente por la mujer, (...) su misoginia.

         Estas dos versiones yuxtapuestas del primer hombre y de la primera mujer se extienden hasta nuestro tiempo.

 

2011

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica