Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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MI MADRE ASPIRABA A REALIZAR EN MÍ TODO LO QUE EN ELLA HABÍA SIDO RESIGNADO
(2010)

Son palabras de la escritora Rosa Chacel (1898-1994) en Desde el amanecer, autobiografía de sus primeros diez años, que escribe con casi 70 y que publica en 1972.

         Recuerda la “artillería verbal realmente mortífera” que su padre descargaba contra su madre, sobre todo por celos. “Mi madre se impresionaba porque tomaba en serio su papel de víctima, y yo me decía: ¿Por qué no le hará frente? (...) No es que yo quedase indiferente: quedaba inmensamente apenada, pero con una aceptación que consistía en mi falta de crédito a la causa. Mi madre lloraba largos ratos y yo, más que apiadarme de mi madre, me indignaba.”

         Un hombre que ataca a una mujer que se somete, cada uno responsable de lo suyo. Una hija que no se alía ni con el victimismo de la madre ni con las “convulsiones pasionales” del padre.

¿Y a quien ataca la madre? A la hija. “Había momentos en que su habitual mansedumbre estallaba en un arranque de ceguera pasional. Y lo grave era que aquellos arranques solía provocarlos yo. Las reacciones pasionales de mi madre explotaban contra mí (...). Mi madre aspiraba a realizar en mí todo lo que en ella había sido resignado.”

Cuando una madre (lo mismo valdría para un padre) toma a un hijo para que logre lo que ella quiso para sí misma pero no hizo (o para que la supere o para que no la sobrepase),  lo está convirtiendo en un instrumento destinado a satisfacerla. Que lo haga inconscientemente no le quita responsabilidad. No tener en cuenta los propios deseos del hijo puede traer excesivos conflictos en la relación y síntomas en el hijo.

         La madre la obliga a ir a clases de música y de baile. Los resultados son “mediocres” en música y “pésimos o nulos” en baile. “Fracaso irritante para mi madre.” “Entonces venían las reconvenciones y amonestaciones: ¿Qué vas a hacer en sociedad si no bailas, ni tocas el piano, ni sabes nada que haga agradable tu compañía? A esto yo contestaba con la mayor indiferencia: Pues no sé, ya veremos. Y en casos como éste mi madre contenía su furor o lo disparaba en una frase profética, con la que esperaba amedrentarme: ¡Te vas a crear un tipo!... Yo no me amedrentaba.”

         La hija pide tiempo para saber lo que ella desea más allá de lo que la madre pretende. Además, no se condena por no seguir el destino que la madre le demanda. ¿No tendría nada que hacer en sociedad si no hace caso a la madre? Pues ya verá.

         En el aprendizaje escolar, la niña está haciendo un síntoma. Podría ser una forma de enfrentarse a la madre. La madre le culpa de “pereza y hasta de torpeza. Cuando llegaba a esta grave constatación era cuando disparaba su otra frase: ¡Eres una nulidad, una nulidad!... Esta me hería más porque me sonaba a mulidad, cualidad indefinible, pero ofensiva [¿de mula?]. Sólo que esta frase explotaba generalmente al revisar mis cuentas y corregir los innumerables errores. Otras veces no había cuentas ni errores: lo que había era que no había detenido mi mente sobre los libros ni medio minuto; sencillamente, que no los había abierto. En estas ocasiones (no eran frecuentes, pero recuerdo con toda claridad unas cuantas) era cuando mi madre perdía los estribos; era cuando la cólera y la decepción que le causaba mi conducta sólo habría podido desahogarse dándome cachetes. Pero no era ésa su reacción: era otra mucho más impresionante. Se levantaba de la mesa, me reconvenía o me insultaba, pero el furor le cortaba la palabra y se echaba a llorar. Andaba de un lado para otro de la habitación, sollozando, y cuando ya no podía contenerse daba con la cabeza contra la pared. Se daba golpes atroces, agarrándose del pelo y golpeando su cabeza contra la pared como si fuese una cabeza ajena. (...) Lloraba yo también con todas mis fuerzas y nada más. No recuerdo haber empleado nunca esas frases consoladoras, esas promesas de enmienda o demandas de perdón. No, yo en esos casos no decía nada; lloraba desesperadamente y todo terminaba así: las dos llorábamos mucho rato y luego dejábamos de llorar”.

         La madre, maestra, le hace otra profecía cuando la niña, poco antes de cumplir diez años, expresa su deseo de estudiar medicina: “No lograrás en tu vida pasar un mal bachillerato”. Tarea de la hija es no plegarse ni al destino ni a las profecías que le marca la madre, y reconocer su propio deseo.

2010

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica