En varias ocasiones, cuando me consultan para un posible tratamiento, me preguntan si trato la depresión, la ansiedad, el estrés, un problema sexual, los atracones, los vómitos, la ludopatía, el miedo a…, un conflicto con la pareja, la fobia a entrar en lugares cerrados, una pérdida, una problemática familiar, ideas obsesivas, el pánico, la baja autoestima, la fuerte inseguridad, etc.
Es una pregunta que se las trae. Podría responder: “Sí y no”, pero no me entenderían, quizá. Lo voy a explicar un poco.
Son pacientes que llegan parapetados por su propia etiqueta diagnóstica o con el diagnóstico de otro profesional. Con un sufrimiento que no han podido diluir. Pero los psicoanalistas no tratamos
Por ejemplo, si tomamos a 1.001 personas con depresión, encontramos que cada sujeto es distinto, con una historia diferente y unas causas y finalidades particulares, por mucho que podamos trazar puntos en común. Además, es muy diferente en la dirección de la cura que estemos con un síntoma depresivo en una neurosis obsesiva o en una neurosis histérica o en una psicosis... Y puede haber otros síntomas que se le añadan. Por eso, no tratamos la depresión, sino a cada sujeto que la presenta. Y tratándolo con sus especificidades, entonces sí, se abre el proceso de cura de la depresión: de SU depresión. Así con cada conjunto de síntomas de cada paciente.
Debido a esto, un psicoanalista no trabaja con un protocolo estandarizado para todos los deprimidos, para todos los fóbicos, etc. Escucha al sujeto en su inconsciente y posibilita que halle su propia e intransferible forma de solución.
A veces, un paciente se presenta diciendo, por ejemplo: “Soy un TOC” (T.O.C. = Trastorno Obsesivo Compulsivo”) o “Me han dicho que soy un TOC”. Como si su esencia y su identidad fueran ser ese trastorno (u otro). La salida no está en serlo sino en tenerlo o no tenerlo. Por ejemplo, tengo un TOC o ya no tengo un TOC; tengo depresión o ya no tengo depresión, etc.