Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
Comparta esta página en:
Agregar a Delicious   Google Bookmarks   Twitter   Facebook   MySpace   Live Spaces   Blinklist   Yahoo Bookmarks   Digg   Favoriting   Furl   StumbleUpon   Reddit   Technorati
Pulse aquí si desea que le avise cuando añada nuevos contenidos

RETRASO MENTAL GRAVE: UN CUENTO IMPOSIBLE
(1992)

 

Dedicado a P., M.L., N., J., A., C., R., R., F., M., D., mujeres internadas por retraso mental grave en un hospital psiquiátrico. Llevan allí casi toda la vida. Apenas hablan. Tras acabar mi carrera, trabajé con ellas tres meses. Este cuento es un intento de acercarme a su mundo.

 

 

1

 

 

         Rosa. Cabeza. Espejo. Dice a mí: "Ay". Mano. Cabeza. "Ay." Frente. Fuera mano. Daño frente. "Ay." "Mari." "Mari, ay, aquí." Voy. Va. Viene. "Mari, aquí." Daño frente. Sirina. Rosa: "Aquí, ay, Mari". Sirina: "arroz, macarrones". Va Sirina. "Aaaaaaa", brazo daño, jardín. Vueltas. Vienen. Rosa, así, a Mari. Mari: "¡Puta!". Rosa. Brazo daño. Dentro. Calor. Hambre. Comer.

 

 

                                                        1 BIS

 

 

         Rosa señala su cabeza en el espejo. Se vuelve hacia mí. No me mira pero me habla: "Ay". Se pasa la mano por la frente: "Ay." No le pregunto nada. Le toco la frente. Me aparta la mano con brusquedad. Desliza sus dedos por las arrugas de su frente, deteniéndose en un abultamiento. "Ay", repite, "Mari", me revela Rosa, mirándome un instante. "Mari, ay, aquí." Me voy. Me siento. Se va. Se sienta. Se levanta. Viene. Se coloca frente a mí. "Mari, aquí", toquetea el chichón. Mari, sentada unos metros más allá, absorta, ha pegado a Rosa. Sirina pasa cerca de nosotras dos. "Aquí, ay, Mari", le dice Rosa. Sirina la contempla sin mirarla y dice como siempre: "Hoy arroz, mañana macarrones"; y sigue su camino. Rosa me agarra con fuerza del brazo. Me duele. Me lleva al jardín. Me da vueltas alrededor del estanque. Una bata blanca saca a muchas al jardín. Unas se acomodan en los bancos. Otras caminan. Vueltas. Vueltas. Pasamos muy cerca de Mari, la mecedora. Rosa me deja y empuja a Mari, quien grita: "¡Puta!", intentando golpearla torpemente. Rosa me arrastra adentro y me sienta. Las dos juntas, en silencio, quietas. Pasa el tiempo. Hace mucho calor. Nos llevan a comer. Tengo hambre. Comer.

 

 

                                                           2

 

 

         Cuatro en la mesa: yo, Rosa, Sirina y Luz. Mari, dos mesas más allá; muy rara: solo no se mece al comer. Puré. Yo: ¡Cucharada-cucharada-cucharada-...! Ya. Muy rápido. Agua. Puré en mejillas, en barbilla. Puré en vaso. Puré en babero. Un babero me cubre entera. Trozos de carne, qué bueno. Pincho y adentro. Mastico poco: trago. Una porción de carne viene volando: la ha tirado Elisa. Ella come sola; la ponen sola porque es una buena lanzadora, pero que a mí no me dé. Una bata blanca, Teresa, se lleva el trozo de carne de Elisa. Se lo devuelve. Viene Teresa. Me limpia la cara. Me sonríe. Buena Teresa buena. Me dice cosas. Yo a veces la miro un poco. Sigo engullendo carne. Qué buena. Rosa me coge un trozo, qué mala. No quiero que me coja. Es mía. Tengo hambre. Me coge otro trozo. Se lo come. ¿Yo qué? Teresa no la ve. Y otro más. Doy puñetazos en su plato. La salsa salta por todas partes. Tira mi plato al suelo de un manotazo. Viene Teresa. No comemos más carne. Tengo hambre. Rosa se queda sin postre. Yo sí como: Teresa me trae fruta. Qué buena Teresa. Qué buena manzana, qué fresca. Qué bien.

 

 

                                                           3

 

 

         Tras comer todas, al salón, a las butacas. Mucho calor. Sueño. Cierro los ojos. Sueño con mamá: yo de niña; me da de comer, me llama "preciosa", me dice cosas bonitas. Me despierta Rosa: "Mari, ay, aquí", me repite, dedo en la frente. "Ay", se queja Rosa. Se marcha. Me duermo otra vez.

 

 

                                                        3 BIS

 

 

         Después de la comida, tras esperar a que terminemos todas, vamos al salón. Me siento en mi butaca de siempre, que afortunadamente está libre. A veces me la ocupa Rosa, pero yo no me atrevo a protestar. Hoy, qué bien, puedo estar donde a mí me gusta.                                                

         Hace bochorno. Siento un gran sopor. Se me caen los ojos. Me duermo. Mamá entra en mis sueños y me da de comer cuando yo era una niña. Me habla mientras desliza cucharadas de puré en mi boquita: "Una más, preciosa. ¿Quién te quiere a ti? Mamá. ¡Mi tesoro! Otra más. Así, sin atragantarte, mi cielo. Esta por papá. Así". Rosa golpetea mi hombro y me despierta. Continúa con la misma cantinela, señalándose la frente: "Mari, ay, aquí". Mari no le ha vuelto a pegar. Se lamenta del golpe de esta mañana. "Ay", se queja Rosa. Qué pesada es. Menos mal que ya estoy acostumbrada. Por fin, se marcha. Siento sueño de nuevo. A ver si sueño con mamá. Unicamente cuando duermo la puedo ver. Murió mientras me traía al mundo. Yo no quería salir: quería quedarme con ella. Me obligaron, haciéndome mucho daño... Y con papá nunca sueño. Me viene a visitar muy de tarde en tarde, cada vez más viejo; ya es viejo. Se me va la cabeza: el sueño me va a coger. La barbilla reposa en mi pecho y me duermo otra vez.

 

  

                                                           4

 

 

         Llega la hora de ir a trabajar al taller de cartonaje. Nos avisan. Yo, Sirina y Elisa nos situamos en frente de la puerta cerrada por la que se sale del pabellón. Acude Teresa, bata blanca, y nos pregunta qué queremos. Ella ya lo sabe, pero quiere que se lo digamos. Quiere que aprendamos. Pero si ya sabe que queremos que nos abra, para qué se lo vamos a decir. Además, me cuesta mucho DECIR. Sirina le dice a Teresa sin mirarla: "Cartones, eh, cartones". Y Teresa nos abre la puerta que da al jardín. Mantienen cerradas las puertas para que no nos perdamos ni nos escapemos. Yo a veces quiero salir a sentarme cerca del estanque, pero casi nunca me dejan. Ahora lo rodeamos las tres. Vamos solas al taller de cartonaje porque nos sabemos el camino. Ya son muchos años recorriéndolo.

         Caminamos en silencio, salvo cuando Elisa suelta algunas palabras que no van dirigidas a nosotras ni a nadie, y que no entiendo. Nos cruzamos con gente. Varias batas blancas me saludan: logro decir hola a Consuelo, con quien hacemos dibujos por las mañanas. Y le grito: "¡San Pedro! ¡San Pedro!". 

         Entramos en el taller. Voy a mi sitio. Doblo cartones para cajas. En ocasiones me gusta, pero otras veces me harto. Pasa el tiempo todo el tiempo igual. Volvemos a nuestro pabellón: lo llaman San Pedro; me lo sé. Soy de San Pedro. Sé decirlo: "San Pedro". Antes no lo sabía. Después me lo aprendí, pero no sabía decirlo. Ahora sí: "¡San Pedro!". Me sorprendo a mí misma hablando sola por el pasillo: "¡San Pedro! ¡San Pedro!". Sirina y Elisa caminan a varios metros de distancia y no me hacen caso. Me topo con Leonor, bata blanca: nos enseña a comprender y a DECIR, por  las mañanas. Me saluda, muy sonriente.

         -Hola, Beatriz.

         -................. Hola -consigo DECIR.

         -Terminado el trabajo, ¿no?

         -.......... Sí........ Cartones.

         -¿ Y adónde vas ahora?

         -..... ¡San Pedro! 

         -Qué bien te lo sabes, Beatriz -me felicita Leonor, qué gusto.

         -..... Sí.

         -¿Y qué tal hoy?

         -......................... Sí.

         -¿Has estado esta mañana en la piscina?

         -.... Sí.

         -¿Te ha gustado?

         -Sí.

         -¿Y qué has hecho?

         -............................. Manos: paf, paf -quiero DECIRLE que he andado por donde me cubría hasta la cintura, salpicando agua con las manos , paf, paf, y que me lo he pasado bien, y que al principio tenía frío y después no; y también quiero DECIRLE que no sé cómo DECIRLE todo esto -. Yo... agua -puedo DECIRLE.

         -¿Jugando con el agua? Qué bien, Beatriz.

         Alcanzamos a Sirina. Leonor la saluda, yo no: no me sale ahora. "Hoy arroz, mañana macarrones", le oigo a Sirina. Leonor se despide de mí diciéndome cuánto le ha gustado que le cuente cosas. Me siento contenta ahora y puedo sonreír. Una sonrisa que sólo me dura lo que un parpadeo. Leonor me devuelve la sonrisa, me dice adiós y se queda hablando con Sirina. Yo me adelanto y llego a mi pabellón. El cielo se pone rojo. El sol se va. El calor se escapa. Y viene la cena. Antes, Virginia, la bata blanca que sustituye a Teresa por las noches, me lleva al baño para que me lave las manos. Es muy cariñosa conmigo, excepto cuando hago ciertas cosas que le hacen enfadar, como cuando me hago caca (ahora, mucho menos que antes) o como cuando me las ingenio con lo de las zapatillas.

 

 

                                                           5

 

 

         Me gusta la cena. Esta vez Rosa no me roba nada. No hablamos ninguna de las cuatro. Nos levantamos. Dentro de un rato, a la cama. Tenemos que estar todas acostadas a la vez, con sueño o sin sueño. Me gusta irme a la cama, aunque algunos días en que he querido trasnochar, para lo de las zapatillas, no me han dejado.

         Antes de ir a dormir, entro en el cuarto de baño. Es un engorro esto del pañal, que me acoplan por si acaso, pero que estas últimas semanas no ha sido necesario ni una sola vez: creo que  dentro de poco ya no me lo pondrán. Sentada ya en el retrete, hago unas cacas inmensas, las únicas del día. Qué gozada.

         Metida en la cama, no puedo dormir. Veo sombras en el techo, que no comprendo. Soledad. Sueño. Siento que no me siento. Me duermo.

 

 

                                                           6

 

 

         Teresa me obliga a levantarme. Estoy toda sudada.

         Me bañan.

         Me ponen un vestido de flores descolorido. Me cuelgan las carnes gordas. No me importa. Hace tiempo, en unas fiestas del hospital, me vistieron toda elegantona y me maquillaron. De impresión. Me soltaban piropos los batas blancas. Pero papá no vino.

         El desayuno. Qué hambre. Qué rico.

         Un gran cubo de basura. Nadie me ve. A ver si hay suerte. Sí: dos zapatillas rotas. ¡Hala, para mí! Me quedan pequeñas. Da igual. Me quito las que llevo puestas, meto en ellas las rotas y me pongo todo en los pies. Qué maravilla.

         No hay nadie ahora en el ropero. Me cuelo dentro. Busco. Revuelvo. Cojo cinco pares de zapatillas. Meto un par en una manga; otro, en la otra manga; otros dos, entre los calcetines y mis pantorrillas. Y el quinto par, muy escondido. ¡Ah!, y unos cuantos pañuelos sucios: venga para acá, dentro de los dos pares de zapatillas que llevo en los pies. Ya estoy a gusto.

         En el salón. Leonor, bata blanca, viene a buscarme. Ella, yo, Sirina, Rosa, Elisa y Luz vamos a un cuarto lleno de juegos. Otros días vamos con Jaime, bata blanca, quien nos hace jugar con las pelotas y los aros y muchas cosas más. Hoy, con Leonor y otra bata blanca, Elena. Cuando estamos con ellas, jugamos a comprender, a DECIR, a hablar entre nosotras, a cantar, a los colores, al 1, 2, 3, adelante - detrás, 4, 5, 6, izquierda - derecha, 7, 8, 9, dentro - fuera, 10, 11, 12, encima - debajo, 1, 2, 3, toma, dame, digo, dime... Cuando hacemos lo que ellas nos dicen, nos dan redondeles de colores; cada vez que tenemos 5 redondeles, nos regalan un caramelito de chocolate de colores, ñam, ñam, qué rico.

         Leonor se fija en mis zapatillas. Me encuentra todos los pares menos uno, el que llevo muy escondido. También me quita los pañuelos sucios. Me deja sólo las zapatillas que han decidido que debo usar. Se le pasan por alto las que he metido dentro de las bragas, menos mal.

         Nadie admite lo de mis zapatillas. Tampoco lo de las otras cosas que voy recogiendo. Necesito hacerlo. No puedo evitarlo: es como una fuerza que me arrastra. Ni sé los años que me dura este empeño. Es mi aventura de cada día. Además, nadie sabe -y yo apenas lo recuerdo ya- que un día, hace muchos años, la primera vez que fui ingresada, perdieron las zapatillas que los Reyes Magos me habían traído de parte de mamá que está en el cielo. Yo las busqué por todas partes, creyendo muchas veces que las había encontrado -se parecen tanto unas zapatillas a otras...-. Y continué buscando, tiempo y tiempo, explorando, registrando, poniendo patas arriba armarios, papeleras, basuras; robando las de mis compañeras. ¡Y un día las hallé! Muy estropeadas. Casi irreconocibles. Pero MIS ZAPATILLAS DE MAMÁ. Las escondí en lugar seguro, para que nunca más se perdieran ni me separaran de ellas. Hasta que una bata blanca dio con ellas y me las robó. Quise pero no pude llorar. No pude decir nada. Chillé. "¡AAOO! ¡AAAOOO!" Corrí hacia la pared. Contra la blanca pared. Cabeza - pared - PAMPP - cabeza - pared -PAMPP - cabeza -pared - PAMPP -PAMPPP... Entraron. Me agarraron a la fuerza. "¡AAAAAOOOOOO!" Me ataron a la cama y me dejaron sola gritando.

         Hoy sigo cogiendo zapatillas, y más cosas. Y siguen arrancándomelas. No me entienden.

         Pero yo no me doy por vencida.

 

 

                                                           7

 

 

         Leonor y Elena nos dejan en el salón. Me siento en mi butaca. Rosa se sienta a mi lado. "Tío, coche, Bilbao", me dice. Muy cerca de nosotras, Teresa habla con Sirina. "Hoy arroz con salchichas, mañana macarrones con tomate", le oigo.

         Don Antonio, el médico, aparece acompañado de unos señores que no conozco. Alcanzo a escuchar algo de lo que dicen. "Aquí... unidad de San Pedro... las graves y profundas... retraso mental..." Solamente entiendo "aquí" y "San Pedro". Rosa se levanta y se dirige a uno de los señores: "Tío, coche, Bilbao". Mari comienza a gritar. Luz, tirada en el suelo, se abraza las rodillas tocándolas una y otra vez con la barbilla.

 

 

                                                           8  

 

 

         Taller de cartones.

         A comer.

          Y pasan los días pasando yo con ellos. Eso sí: pasan mejor que antes. Ahora sé hacer muchas más cosas. Ahora sé DECIR un poco; antes, nada de nada. Ahora entiendo un poco más de más cosas. Ahora distingo cuando me dicen “mucho” o “poco”, “encima” o debajo”. Ahora me divierto con algunos juegos que antes no entendía, como darle a una con la pelota para que pierda, intentar que no me den. Pero continúo sintiéndome muy sola; no es que quiera ni deje de querer estar sola: no me sale otra cosa, soy sola y así me quedo. A veces me parece que salgo una pizca de mi mundo: puedo DECIR algo de mis cosas, y me encanta. Lo peor es que enseguida me quedo atrancada por ese esfuerzo tan grande, así que me arrebujo en mí misma, me hago un ovillo sin cabos por los que desenredarse, enmudezco y me arrincono, solita, calentita, en mi cabeza y en mis sensaciones.

 

 

9

 

 

           Esta tarde nos llevan a unas cuantas a la cafetería del hospital. Allí estamos mezcladas las de todos los pabellones. Nos dejan un rato sentadas a una mesa. Calladas, miramos alrededor. Hay algunos hombres. A la cafetería pueden entrar los hombres del edificio del hospital que es solo para hombres. Hombres con ideas de pito en la cabeza. Uno se acerca a mí. Me promete una bebida de chocolate y dos pastelitos. Me arrastra con él. Me dejo llevar a un rincón apartado. Ya agita el pito en la mano. Me sube el vestido y me baja las bragas. Me resisto pero no me resisto. Me lo mete en la cosa de la cosa, solo un poco. No puede más. Solo le queda restregarse y se le va el líquido blanco. Ya está. Un poco me ha gustado. Un poco no me ha gustado. Él se va. ¡Sin darme los pastelitos!                                            

 

 

10

 

 

         Otro día. Acabo de comer. Mucho calor. Adormilada en mi butacón.

         Me despabilo. Veo a Mari. Le ha dado uno de sus prontos: apoyados pies y manos en el suelo, inicia súbitamente sus botes, cada vez más altos. Me adormezco de nuevo.

         Teresa me toca en el hombro y me despierta. "Beatriz, ¿a que no sabes quién viene a verte? Tu padre." ¡Papá! No soy capaz de sonreír, pero me levanto. ¡Quiero ver a papá!

         -Hola, hija -me saluda tocándome el brazo.

         -............................. -no me sale DECIR.

         -¿Qué tal estás?

         -........................ Sí -acierto a DECIR.

         -Mira lo que te he traído -me anuncia con entusiasmo. Me ofrece una caja envuelta en papel de muchos colores y la pone en mis manos. La desenvuelve y la destapa. Después, rasga un papel blanco muy fino y me muestra dos zapatillas rosas con pompones. No puedo apartar la mirada de ellas. Las cojo y huyo para esconderlas. No son, no son, pero podrían serlo. A pesar de todo, aprovecho para hurgar en el cubo de basura. Esta vez sólo encuentro una suela. Me la quedo. Tengo que ocultarlo todo muy bien, así que las meto debajo del colchón.

         Enseguida vienen a buscarme y me llevan con papá.

         Me saca del hospital para merendar.

         -¿Te gustan las rosquillas, hija?

         -..... Sí.

         -.....................

         -.....................

         -Tu tío Juan te manda saludos.

         -............. Sí -respondo. Cuánto me gustaría estar con él. Y con papá.

         -Y tu madre no te olvida desde allá en el cielo. Yo tampoco la olvido, aunque no fuera fuerte cuando te tuvo. Si tú no estuvieras, estaría ella, pero estás tú.

         -............. -cuando nací, te fuiste al cielo, mamá, no me esperaste, yo te espero (pienso).

         -¿Cómo te lo has pasado desde la última vez?

         -............. Mamá.

         -Déjala en paz ahora. Bueno... ¿Qué cosas haces?               

         -............. Ti -quiero DECIRLE que deseo irme con él.

         -¿Qué?

         -........... Con ti......... Con ti.

         -No sé lo que dices, hija.

         -...................... Ir.... con ti.

         -No puede ser.

         -......................

         -Aquí estás mejor cuidada. Yo no puedo.

         -......................

         -Venga. Volvamos.

         -........................ -no te vayas (pienso).

         -Muy pronto vendré otra vez. Y con otro regalo.

         -........................ -no te vayas (pienso).

         Y se marcha.

 

 

                                                          11

 

 

         Anochece. Papá se ha ido. Qué pena. Qué rabia.

         Tumbada en la cama, se me cierran los ojos. Revivo las emociones del día. Me siento aplastada. Soy aplastada, pero vivo momentos, ahora cada vez más, en que me desaplasto un poquitín. Y para mí un poco es mucho. Mucho sueño. Me duermo. Dormir.

1992

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica