Esas palabras le solía decir su madre “siempre que se enfadaba conmigo”. Él, Charles, tiene más de 70 años cuando escribe en sus memorias (Mi autobiografía, 1964) esa frase que nunca ha olvidado.
Un padre alcoholizado y violento. La madre se separa cuando Charles tiene un año, en 1890. Se cría con ella y con su hermano Sidney, cuatro años mayor que él.
La madre, Lily Harley, es actriz cómica, bailarina y cantante en teatros de variedades de Londres, hasta que tras reiteradas faringitis pierde la voz para cantar. No la recuperará nunca ni volverá a ser contratada. Mantendrá a sus hijos con precariedad cosiendo en casa.
“Yo tenía cinco años. Estaba entre bastidores cuando su voz se quebró, convirtiéndose en un susurro. El público empezó a reírse, a cantar en falsete y a silbar. Todo era un tanto confuso para mí, que no entendía muy bien lo que ocurría. Pero el escándalo aumentó, hasta que mi madre se vio obligada a salir del escenario, abochornada.” El director le hizo salir al niño en su lugar. Cantó una canción popular. “Hacia la mitad de la canción cayó una lluvia de monedas al escenario. Inmediatamente me paré y dije que primero recogería el dinero y luego seguiría cantando. Esto produjo una carcajada general. El director de escena acudió con un pañuelo y me ayudó a recoger el dinero. Creí que iba a quedarse con él. El público entendió mi preocupación y todavía se rió más, especialmente cuando él salió con el dinero, mientras yo le seguía lleno de ansiedad. No volví a cantar hasta que se lo entregó a mi madre. Estaba tan a mis anchas como en casa. Hablé al público, bailé e hice varias imitaciones, incluso una de mi madre, cantando. Con la mayor inocencia, imité la voz de mi madre quebrándose, y me quedé sorprendido por el efecto que produjo en el público. Hubo risas, aplausos y me echaron más dinero. Cuando salió mi madre al escenario para retirarme, su presencia provocó unos estruendosos aplausos. Aquella noche fue mi primera aparición en un escenario y la última de mi madre.” Esa actuación infantil no tendrá continuidad inmediatamente, pero su madre sigue estimulando el interés de sus hijos por el teatro.
“Nos fuimos hundiendo en la pobreza. Yo, en mi infantil ignorancia, le reprochaba que no volviera al escenario. En lo más profundo de aquel doloroso periodo, mi madre empezó a sufrir dolores de cabeza y tuvo que abandonar su trabajo de costurera, viéndose obligada a estar tumbada a oscuras, con emplastos de hojas de té sobre los ojos. Se recuperó en una semana” pero la ruina les hizo ingresar a los tres en un asilo de la caridad. A las tres semanas, a él y a su hermano los envían internos a una Escuela para huérfanos y niños pobres. Un año después, vuelven los tres a vivir juntos en una miserable buhardilla. “En aquel año fui a la escuela por primera vez y me enseñaron a escribir mi apellido. Esa palabra me fascinaba, y yo creía que se parecía a mí.”
Cuando Charles tiene siete años, un Tribunal decreta que su padre debe tomarle a él y a su hermano bajo su custodia. Sólo recuerda haberlo visto un par de veces en su vida, en la calle. Su madre ha sido ingresada en el manicomio: “me dijeron que se había vuelto loca. ¿Por qué había hecho aquello? Ella, tan animada y alegre, ¿cómo podía haberse vuelto loca? Tuve una vaga sensación de que se había evadido de su propia mente de un modo deliberado y desertaba de nosotros. En mi desesperación, se me apareció como en una visión mirándome patéticamente; luego desaparecía en el vacío. Una semana después, nos mandaron a vivir con mi padre”, que tenía otra mujer y un hijo. A veces echaba de casa a Charles y a Sidney, y dormían a la intemperie. “Aquellos días fueron los más largos y tristes de mi vida.” “Mi padre, que actuaba en teatros de variedades en provincias, raras veces aparecía.” “Una vez mi padre le arrojó violentamente a ella un pesado cepillo de ropa. Le acertó en un lado de la cara. Cayó, inconsciente, dándose un golpazo. Quedé asombrado del acto de mi padre; aquel gesto violento hizo que perdiera todo respeto por él.”
Unos meses después, la madre se recupera y va a buscarlos para vivir de nuevo con ella.
A los ocho años, Charles recita un monólogo e ingresa en una compañía de bailarines de claqué. Y actuará en pequeños papeles.
Charles tiene diez años cuando muere su padre a los 37 años “de hidropesía por abusar del alcohol”. Poco antes, lo ve en una taberna. “Parecía muy enfermo; tenía los ojos hundidos y el cuerpo terriblemente hinchado. Apoyaba una mano sobre su chaleco, al estilo de Napoleón, como para facilitar su dificultosa respiración. Se mostró muy solícito; me preguntó por mi madre y por Sidney, y antes de marcharse me cogió en brazos y me besó. Fue la última vez que lo vi vivo. Tres semanas después lo hospitalizaron. Mi madre fue varias veces a verlo y siempre volvía triste. Decía que él hablaba de volver a ella para comenzar una nueva vida en África. Cuando mi madre vio que me alegraba ante tal perspectiva, hizo un gesto negativo con la cabeza, pues sabía a qué atenerse, explicándome que decía eso sólo para mostrarse amable. Pocos días después mi padre fallecía.” “Cuando los enterradores arrojaron gruesos terrones sobre el ataúd, resonaron con un ruido estremecedor. Aquello era macabro y horripilante. Luego, los parientes arrojaron dentro de la tumba coronas y ramos de flores. Mi madre, no teniendo nada que echar, cogió mi precioso pañuelo bordado de negro y susurró: ‘Ten, hijito, esto por nosotros dos’. Cuando regresamos a casa no había ni mota de comida en el armario, excepto un platillo con manteca de vaca. Mi madre no tenía ni un penique.”
Dos años después, la madre, en la ruina, desnutrida, es ingresada de nuevo en un manicomio porque “se ha vuelto loca”. Ha ido de casa en casa repartiendo trozos de carbón como regalo de cumpleaños para los niños, y buscando a Sidney, convencida de que querían alejarlo de ella. En ese momento, Charles cuenta doce años.
¿Se dan cita en esta historia las condiciones para que el hijo haya incrustado las palabras proféticas de la madre (“Terminarás en el arroyo, como tu padre”) como un destino impuesto del que no poder escapar? ¿Se empeñará inconscientemente en seguir el destino del padre o será capaz de forjar su propio destino? ¿Enloquecerá como la madre? ¿Se truncará su carrera profesional como les sucedió a su padre y a su madre? ¿Es un niño condenado a repetir? ¿Irá por la vida como una víctima de los fracasos de sus padres?
Charles, poco antes del derrumbe, la había encontrado en casa “sentada, distraída, mirando por la ventana. Durante los tres días anteriores había permanecido sentada junto a la ventana, y se mostraba extrañamente silenciosa e inquieta. Yo sabía que estaba preocupada; Sidney estaba navegando, no habíamos tenido noticia de él hacía dos meses y la máquina de coser alquilada, con la que luchaba por mantenernos, se la habían llevado porque se debían varios plazos. Y la aportación de cinco chelines a la semana que yo ganaba dando lecciones de baile había cesado. Difícilmente me daba cuenta de la crisis porque vivíamos en una crisis continua. (...) Aquel día, al entrar en la habitación, me miró con aire de reproche. Quedé impresionado por su aspecto; estaba delgada y ojerosa y se leía el sufrimiento en su mirada. Una inefable tristeza me invadió y dentro de mí se trabó una lucha terrible entre el impulso de quedarme en casa a hacerle compañía y el deseo de alejarme de toda aquella miseria. Mi miró de modo indiferente y dijo: ¿Por qué no te vas a casa de los McCarthy? Le respondí: Porque quiero quedarme contigo. Insistió: Vete con ellos y quédate a comer; aquí no hay nada para ti. Me fui con una sensación de culpabilidad, dejándola sola, sentada, en aquella miserable buhardilla, sin darme cuenta de que pocos día después le esperaba una suerte terrible”.
Cuando la visita en el manicomio con Sidney, la madre recuerda aquel día en que Charles la dejó sola y le dice: “Estaría muy bien sólo con que me hubieras dado una taza de té”. ¿Arrastrará este hijo una culpabilidad interminable por lo que su madre le dijo que no hizo por ella?
Charles había sido vendedor de periódicos, impresor, fabricante de juguetes, soplador de vidrio, botones de un médico..., pero sin dejar de lado su objetivo último: llegar a ser actor. Consigue un pequeño papel en una obra. “Este es el momento decisivo de mi vida. Si estuviera aquí mamá para disfrutarlo con nosotros...”
Dan de alta a la madre pero recae. “La encontraron vagando por las calles diciendo cosas incoherentes. No pudimos hacer otra cosa que aceptar la mala suerte de nuestra pobre madre. Nunca recuperó la razón por completo.”
Charles emigrará a Estados Unidos en 1912, a los 23 años. Allí obtendrá enseguida un éxito inmenso como actor de películas cómicas del cine mudo. En 1921, poco antes del estreno de El chico, trae a su madre a California. Lleva diez años sin verla. “Su salud había mejorado. Arreglamos las cosas para que viviera cerca de nosotros [Sidney también está allí, trabajando como actor] en un chalet, junto al mar, con un matrimonio que se encargaría de la casa y una enfermera diplomada para que se encargase de su cuidado personal. Sidney y yo la visitábamos de cuando en cuando y jugábamos con ella a las cartas por la noche. Por el día le gustaba hacer viajes y excursiones en su coche. A veces venía al estudio y solía yo hacer que le proyectasen mis películas. (...) Durante los últimos siete años de su vida, vivió con toda clase de comodidades, rodeada de flores y sol, viendo a sus hijos, ya hombres, con una fama y fortuna que jamás había soñado.”
“Gozó de buena salud, pero en 1927, cuando yo rodaba El circo, falleció. La amabilidad y la simpatía fueron sus virtudes más relevantes. A pesar de la miseria en que nos vimos forzados a vivir, nos hizo comprender a Sidney y a mí que no éramos un producto ordinario de la pobreza, sino seres únicos y distinguidos.”
Charles Spencer Chaplin, más conocido como Charlot, se las ingenió para no acabar en el arroyo, como su padre (Charles Chaplin), y para no enloquecer, como su madre. Llevó a cabo su deseo de ser actor y director, y formó una familia de la que dijo sentirse satisfecho.
Estemos advertidos de las palabras proféticas de una madre o de un padre, sobre todo si se dirigen a un destino repetitivo y trágico. La tarea: sobreponerse a ellas, desprenderlas en la medida de lo posible, para que el propio deseo se abra paso. Separarse de ser una prolongación de la trayectoria fracasada o patológica de un padre o de una madre. Tomando de ellos, esto sí, lo que da alas al propio deseo.