· La angustia es el colmo de la falta de la falta.
· El deseo surge de la falta.
· Cuando el Otro materno (que suele ser la madre) continúa haciéndose omnipresente, anida la angustia. Es necesario que se ausente para que el niño sienta la falta y desee.
· Una persistente posición en que uno es todo para el otro, y el otro es todo para uno, y nada ni nadie más cuenta, cimenta la angustia. Para romper este huevo de dos yemas, ha de entrar el deseo por un tercero: esta es la función paterna (que no en todos los casos la ocupa un padre, pues a veces es un deseo de la madre por fuera de su hijo, y así deja de volcarse en él).
· La angustia de la falta de separación sin haber atravesado el dolor de la separación. La angustia no es por la separación, sino por el fracaso de la separación.
· Angustia: confusión: con fusión entre dos.
· El deseo propio, independizado de los del Otro, es el líquido que disuelve el terrón de angustia que, atragantado, bloquea la respiración. Que corra el aire.
· La angustia es el infierno de intentar persistir en el paraíso… que nunca fue.
· Separar: Sé parar. Sé parar la invasión del otro. Sé pararme para no invadirlo.
· La angustia, a veces, toma la forma de un ataque de pánico. Como una presa que se desborda y anega los campos, pero no mata la tierra.
· La angustia huracanada de la privación y el desamparo, o la angustia asfixiante de la omnipresencia del Otro.
· Hay pasos al acto violento (contra los demás y contra uno mismo) para intentar desterrar un angustia intolerable. Pero, muchas veces, la angustia retorna tras el acto.
· La angustia como un pasillo estrecho. Las paredes se deslizan una hacia a la otra. Un ser atrapado quizá busque una puerta o excave una salida o construya un límite o corra al exterior impulsado por el deseo…