Dice un cuento de la tradición oriental (que escribo con variaciones y añadiendo otro final):
El niño montado en el burro y su abuelo andando a su lado, se dirigieron charlando alegremente a una aldea vecina. Por el camino, un labrador dijo: “¡Qué vergüenza! Este pobre viejo a pie”.
Al oírlo, se cambiaron, pero más adelante, otro dijo: “¡Qué egoísta! Él bien cómodo en el burro y el niño caminando”. Y el niño también montó en el burro.
Tiempo después, otro les gritó: “¡Qué crueldad! Los dos subidos en el pobre animal”. Así que echaron pie a tierra y continuaron la marcha serios y en silencio.
Más tarde, les dijeron: “¡Qué tontos! ¿Cómo se os ocurre ir andando teniendo un burro?”
Al llegar a la aldea, el viejo llevaba cargados a la espalda al niño y al burro. Un corro de carcajadas los rodeó. El anciano cayó y se rompió la nariz. El burro despatarrado no podía levantarse pues los cascos resbalaban en los adoquines. El niño lloraba con una brecha en la frente.
El abuelo, sangrando de la nariz, se levantó. Tomó al nieto en brazos y gritó los insultos más feroces.
Un jorobado le pegó un puñetazo en la boca. Dos dientes volaron. Cayó de espaldas sin soltar a su nieto. Una mujer cogió al niño y lo acunó como a un bebé cantándole al oído. El viejo, arrastrándose, se acurrucó al calor del vientre del burro y lloró.
Cuando se levantó, parecía mucho más joven. Sonrió y dijo: “Ya sé lo que quiero”.