Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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LOS CUATRO VIAJEROS (ASHA MIRÓ Y PATRICIA GEIS) Y UNA NIÑA (GRASSA TORO Y PEP CARRIÓ)

          Leo un cuento infantil de Asha Miró, ilustrado por Patricia Geis: Los cuatro viajeros, Ediciones Beascoa, Barcelona, 2003

         Trata de cuatro niños de unos siete años. En Etiopía, Rusia, India y China, esperan en orfanatos la llegada de los padres que los adoptarán.

         Acuden tres parejas y una mujer soltera, todos de la misma ciudad. Los niños los reciben muy contentos.

         Después, coinciden los cuatro en la misma clase, donde juegan con sus compañeros desde el primer día. Y los cuatro cuentan su historia en clase.

         Es un libro festivo, sin conflictos, para leer y mirar con los hijos. Ahora bien, todo es demasiado de color de rosa. En los cuentos de hadas tradicionales, que hablan a los niños de los deseos, miedos y emociones que bullen en su interior, los personajes han de atravesar obstáculos y conflictos de los que salen más crecidos, más sabios. Esto falta en este libro tan feliz.

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         Leo Una niña, cuento infantil escrito por Grassa Toro e ilustrado por Pep Carrió (Ediciones Sinsentido, Madrid, 2007). Este sí es un cuento de adopción que da un lugar al conflicto, al abandono y al dolor.

         Una niña incluye circunstancias muy duras: un primer abandono, los peligros y la soledad que acechan a la niña, otros abandonos... Y, como en los cuentos tradicionales, un final feliz: el amor de unos padres que la adoptan. A partir de ahí, se abre otra historia que ocuparía otro libro.

         Ya la primera frase es sorprendente. La niña no nace en una familia a la que le falta de todo y que no puede hacerse cargo de la hija. No. Empieza así: “Unos señores que tenían de todo tuvieron una hija. Era su primera hija. Nació dentro de una botella y como resbalaba cada vez que querían cogerla, sus padres la arrojaron a la piscina de la casa. Allí quedó flotando todo el verano. No le pusieron nombre. Cuando llegó el invierno, vaciaron la piscina y la botella se fue por el agujero por donde se escapa el agua. Recorrió las cloacas de una ciudad entera; estaban llenas de ratas y de oscuridad. No se asustó mucho porque aún no sabía lo que era el miedo”.

         De las cloacas a un río. Del río al fondo del mar, en la más negra oscuridad. Tiburones intentan comérsela, pero la botella que la encarcela (y que impidió que sus padres la cogieran), a la vez la protege.

         Las olas la arrastran a una playa. Un hombre enorme agarra la botella y la agita con violencia. Pretende que la niña salga despedida por el cuello. En vano, así que la devuelve al mar.

         Pasan años. Otras personas la encuentran en la orilla y hacen con ella lo mismo que el primer hombre.

         Hasta que un hombre y una mujer desnudos, de pie en la orilla, divisan a la niña embotellada. Esperan hasta que las olas la acercan. El hombre la coge y se la da a la mujer.

         La niña se sorprende: no la golpean como las otras veces.

         La mujer la aprieta contra el pecho, besa el cristal y estrella la botella contra un árbol.

         La niña sale andando, mucho mayor de lo que parecía. Habla en el único lenguaje que conoce: el de los peces. La mujer no le entiende y le da la mano. El hombre las abraza. “Y todavía viven felices.”

         Me parece un cuento con un gran poder de sugerencia y múltiples lecturas.


Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica