Un psicoanálisis no consiste tanto en expresar tu pensamiento como en encontrar lo que no esperabas de ti mismo. Posibilita que el paciente se abra a lo imprevisto, de él a sí mismo, en transferencia con el analista.

Imagínese a un sujeto sentado ante el analista o tumbado en el diván con el analista detrás. Debajo de la lengua tiene una verdad a punto de hablar. Él lo ignora, pero su inconsciente lo sabe. Esto es el suspense en psicoanálisis, y la irrupción de la sorpresa de la verdad.

Dejar de darle vueltas a lo de siempre. Renunciar.

Dejarse inquietar por un nuevo punto de vista sobre el sufrimiento.

Asombrarse: la verdad de la sorpresa frente a la rutina del sufrimiento.

Encontrarse, en sesión, con palabras nuevas que acrecientan el saber y que dan pie a cambios de rumbo en la vida, a favor del verdadero deseo del sujeto.

Dice Ana Mª Matute: “Todos y cada uno de nosotros llevamos dentro una palabra, una palabra extraordinaria que todavía no hemos logrado pronunciar. (...) La palabra es lo que nos salva”.

Descubrir, en las relaciones familiares, en qué lugar nos han colocado (y si hemos consentido o no) y en qué lugar nos hemos colocado para el padre, para la madre..., para la pareja..., para cada hijo...

Cómo hemos hecho con nuestros temores, rivalidades, admiraciones, idealizaciones, degradaciones, sometimientos, placeres, deseos, agresividades, repugnancias, excesos, enmudecimientos, depresiones, cobardías, valentías, culpabilidades, ignorancias y saberes, odios y amores.

Un amor que todo lo da, que todo lo espera, que se declara omnipotente, incondicional y sin medida, que no deja resquicio para la separación ni la falta, causa estragos.