Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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TESTIMONIOS DE PACIENTES: LA REGLA DEL JUEGO
(2009)

Bernard-Henry Lévy y Jacques-Alain Miller han recopilado más de 100 testimonios de pacientes que se han psicoanalizado: La regla del juego: Testimonios de encuentros con el psicoanálisis, editorial Gredos, Madrid, 2008, 325 págs.


Hay un campesino, profesores, una pintora, escritores, periodistas, fotógrafos, un arquitecto, historiadores, cineastas, actrices, políticos, etc. También hay sujetos que se harán psicoanalistas, pero que fueron a analizarse por sus sufrimientos.


Se les invitó a escribir cómo se encontraron con el psicoanálisis, qué le deben y en qué les importa.


En general, acuden a tratamiento por inhibiciones y excesos, síntomas diversos y angustias.


Algunos narran el momento inaugural en que, por primera vez, oyen o leen algo de psicoanálisis. Varios quedan tocados por el hallazgo hasta que, con un padecimiento, deciden ir a la consulta de un analista.


Nos topamos con narraciones de detalles de los procesos de curación y con fragmentos fundamentales de sus vidas.


Hallamos diferentes tipos de textos: sencillos y complicados; vivenciales y teóricos; reflexivos y afectivos; del lugar que la sociedad da al psicoanálisis y del nuevo lugar que la cura psicoanalítica proporciona a cada sujeto...


A continuación, hago una selección de testimonios.



TESTIMONIOS DE PACIENTES QUE SEÑALAN QUÉ HAN OBTENIDO CON EL TRATAMIENTO PSICOANALÍTICO:


-Ponerme del lado de la vida. (pág. 13)

-Una revelación y despliegue del mundo. (15)

-Ese encuentro cambió mi vida. (16)

-Si se aprovecha la ocasión, la experiencia del psicoanálisis puede desprogramar un destino desactivando las palabras maestras de las que se sirve. La suerte de este encuentro cambió el curso de mi vida. (21)

-Descubrir que pensar sin obsesionarse es una especie de felicidad. (...) Haber aprendido a saber perder. ¿Qué es la vida para el que no sabe perder? Pero saber perder es siempre no identificarse con lo perdido. Saber perder sin estar derrotado. Le debo al psicoanálisis entender la vida como un desafío del que uno no puede sentirse víctima; en definitiva, el psicoanálisis me ha enseñado que uno debe entregarse durante toda una vida a una tarea imposible: aceptar las consecuencias imprevisibles de lo que uno elige. (22-23)

-La angustia se había adueñado de mí hasta convertirse en mi segunda piel; me sentía profundamente desarraigado y desubicado. (…) [Como resultado de una intervención del analista] (…) entendí que tenía que abandonar las quejas para ponerme manos a la obra. (…) El psicoanálisis ha sido y es para mí causa y medio del cumplimiento de deseos que durante años consideré irrealizables.
(24-26)

-Quien dice psicoanálisis dice resurrección. Caer del cielo de su propio pasado no es sin dolor. Sin palabras. Tampoco sin felicidad. (31)

-Haber podido librarme del efecto mortificante de aquellos síntomas, pero también haber podido encontrar un modo de decir que toque y puede tratar la división subjetiva, la que había sufrido con toda mi pasión, dándole un lugar más digno. (35-36)

-Mi vida cambió, (...), de nuevo podía moverme, el tiempo no estaba ya congelado. Avanzaba, había un presente. (39)

-Me salvó de la angustia, enseñándome que no ceder en lo que respecta al deseo es la única vía que evita la cronificación de la angustia. También le debo al psicoanálisis el saber escuchar en mis síntomas los índices sutiles de mi posición subjetiva, con las marcas precisas de mis renuncias, haciendo de ellos la brújula más segura para saber en qué dirección había que dar el próximo paso. (...) También creo que le debo haber resuelto en su día de la mejor manera el encuentro con el otro sexo, y más tarde haber sabido abordar la responsabilidad de ser padre, un deseo profundo en mí, pero lastrado por muchos interrogantes que quizá me hubieran llevado a desistir, lo cual hubiera sido imperdonable. (42)

-Para mí, el psicoanálisis ha sido de una importancia capital, tanto en mi vida personal como en mi actividad profesional. Me ha permitido sobreponerme a una infancia de huida de los nazis, desde mi Viena natal, pasando por Budapest y París, antes de embarcarme para Estados Unidos en el último barco de línea que abandonó Francia en 1940. Inversamente, fue también el psicoanálisis el que me ayudó a dejar atrás la culpa de haber podido irme a tiempo, de haber sobrevivido cuando tantos otros no tuvieron esa suerte. (43)

-Sin el psicoanálisis creo que no hubiera podido acceder nunca a la escritura -más de sesenta libros hasta hoy (...)- ni tampoco que siguiera viva todavía. Entré en análisis, por haber sentido bruscamente, un día muy triste, una pulsión que me empujó a tirarme a las vías de un metro. (...) Mi primer análisis duró años, en el transcurso de los cuales comencé a estructurarme y a adquirir mi independencia interior (hasta ese momento vivía fusionada a otro). Al cabo de tres años, sin que ese fuera el objetivo que buscaba, me encontré capacitada para escribir y para publicar mi primera novela. (...) Mi última franja de análisis fue con Françoise Dolto, que terminó de anclarme en mi feminidad -que yo misma creía imperfecta a causa de mi esterilidad- y en mi ascendencia, atormentada y oscura como es para la mayoría de nosotros. El psicoanálisis ha sido para mí una terapia, un camino de vida y también una ética. (61)

-Yo comencé una cura de psicoanálisis en 1972, porque después de haber visitado Auschwitz, cementerio sin tumbas donde están mis abuelos maternos, volví sin habla. Para una joven enseñante de filosofía en la universidad de París-I, era urgente: no podía hablar. (...) En el diván encontré la risa, que me era ajena, también con qué poder criar a mis hijos, la resolución de algunas cóleras familiares y poner a cubierto la Shoa. Para mi gran sorpresa, en el camino descubrí la escritura novelesca, signo de liberación del libro y del escrito. Decir que el psicoanálisis cambió mi vida es decir poco: la salvó. (66)

-El análisis produce un estilo que es la marca íntima del sujeto. (78)

-Yo debo al psicoanálisis esto de esencial: me hizo la vida amiga. Cuando me enojo con ella, enseguida la extraño. (79)

-Piedra a piedra yo he tenido la impresión de deconstruir un edificio, y con las mismas piedras, los mismos materiales, reedificar otro, mejor dispuesto, más cómodo. El edificio, la casa, hoy está bastante bien. No tengo en ella ni demasiado calor, ni demasiado frío, y queda lo suficiente de penumbra y de desconocido como para ser una verdadera casa. (88)

-Para eso sirvió mi análisis. Primo, aceptarme por lo que yo era, sin adornarme ni precaverme con ilusiones, las mías o las de alguien cercano. Secundo, advertir que el objeto de mi deseo (que era también eminentemente el deseo de los otros, principalmente el de mi madre) no tenía nada que ver con lo que le causaba ese deseo. Tertio, si bien el objeto del deseo podía volverse caduco, el objeto que lo causaba no había caducado en absoluto: por el contrario, la causa que alimentaba la pasión deseante se ejercía a pesar de la contingencia del objeto. Quarto, para alcanzar ese objeto que causaba el deseo, debía pasar por una verdadera renuncia: renunciar a todo lo que se presentaba bajo alguna marca susceptible de recubrir un agujero. Ese agujero que es el mío. Ese agujero es un lugar sin etiquetas, sin objetos fútiles, un lugar sin nombre. Sin embargo, no es simplemente un vacío. Porque un agujero es un vacío con un borde. Y el psicoanálisis (mi psicoanálisis) me sirvió para hacer el recorrido de ese agujero, para explorar sus bordes hasta el punto de poder habitar, sin ninguna angustia, ese lugar vacío: para, simplemente, estar allí.
     Lo que el psicoanálisis me ha enseñado es que ese agujero, ese agujero sin nombre y que no conozco, es, sin embargo, lo más precioso que tengo. Porque allí soy extraño a mí mismo, siempre extranjero, trascendente diría, sin por ello ser de ningún modo divino, sino simplemente un ser mortal.
     Desde ese lugar vacío puedo escuchar a un sujeto que me habla. Pero también desde ese lugar vacío puedo amarlo como mi prójimo. “Porque en él, este lugar es el mismo”, como dice Lacan. Y finalmente desde ese lugar vacío puedo amarme como siendo, para mí mismo, mi propio prójimo. (93-94)

-Terminaría por forjar mi nuevo destino. (...) Pude percibir mi vida y mi ser como efecto de la lógica del inconsciente. (...) Tuvo consecuencias muy importantes en mi propio modo de gozar. (...)
     Llegar a desvelar el misterio del goce opaco que uno extrae de su sufrimiento no lo extingue completamente. Hay que saber hacer con lo que queda, se trata de saber y hacer con el síntoma, arreglárselas, servirse desde el punto de vista más instrumental de ese denso residuo de goce. (99)

-La experiencia del psicoanálisis transformó mi vida. Llegué a este análisis con los libros debajo del brazo. Tenía veintiocho años, pero ya había escrito algunas cosas [sobre psicoanálisis, ya que era un psicólogo que se hizo psicoanalista]. El desinterés inicial del analista [Jacques-Alain Miller], cuando le mostraba mi nombre en letra impresa, permitió hacer caer la demanda de reconocimiento y me permitió vislumbrar la dimensión del goce, oculto bajo los ideales. (...)
 Fue posible para mí pasar del deber ser al consentir ser: soy lo que hago. (...) Mi análisis me permitió una vida más digna y liberada del sufrimiento neurótico. (103-104)

-Que de nada vale enterrar material radiactivo en los recovecos del alma. (112)

-Me llevaba a alzar el velo que cubría la parte íntima de mi persona para encarnar ese trozo rechazado de mí mismo. (123)

-Al análisis me llevó la angustia. (...) Poco a poco empecé a descargar el enorme fardo familiar que pesaba sobre mí. Entonces, descubrí el lugar que deseaba ocupar en esa trama. (...) Hice un verdadero hallazgo: el de los efectos de verdad de mi inconsciente. (135-136)

-Integrar mis síntomas antes de ser desintegrado por ellos. (139)

-Yo hice la experiencia de un análisis a partir de los problemas que me planteaba la sexualidad. Acudí a él como consecuencia de la incapacidad y la ineficacia de los consejos y de los imperativos de varios discursos: el médico, el educativo, el psicológico, el paternal y el religioso. (...) El psicoanálisis me permitió apropiarme de mi deseo inconsciente. (144)

-Nacimiento de un hijo [maternidad]. Sus llantos desgarradores, en cuanto lo dejo, cuando tiene un año. No hay palabra que lo calme. Mi desasosiego absoluto frente a lo que me dice ese bebé, que no comprendo pero que me afecta profundamente. Mi madre, con incidencia: “A ti, al año, te puse en un hogar de niños para ocuparme de Nathalie”. “¿Cuánto tiempo?” “Cuatro meses.” Silencio aplastante. Ella agrega: “Yo no tenía tiempo de ir a buscarte”. La novela de mi infancia estalla en mil pedazos. Yo no existo más. Desamparo sin nombre. Sentimiento de ‘impasse’ [callejón sin salida] del que nadie a mi alrededor puede sacarme. Único recurso: el análisis. Lo sé, sin saber qué voy a hacer allí. Ese paso es un salto de gigante. Soportar admitir, cuando siempre me las he arreglado “completamente sola” (una cree), ya no lo consigo. (A partir del momento en que concreto la entrevista, el niño deja de llorar cuando lo dejo. Como si la transmisión inconsciente de lo que ignoro y lo que sus llantos me decían hubieran estado ya conjurados.)

         ¿Qué me enseña esta primera cura con un analista lacaniano? Más allá del descubrimiento de mi realidad psíquica (...), más allá de la elaboración de ese abandono materno, que esta lengua materna -que me une también al padre y a la literatura [es escritora]- me pertenece como propia. (...)

         Para mí, el psicoanálisis (cuando es efectivo y permite volver a poner en juego los lazos que para el sujeto fueron fundantes de su ser, y removerlos, lo que quizá no siempre es posible) (...) llega a producir un ‘plus’ de vida psíquica. Una especie de expansión interna formidable, una creatividad centuplicada. (...)

         Segunda cura, segundo analista. (...) Y mi vida cambia. ‘Literalmente’. Me transformo de pies a cabeza, un verdadero sacudón. (150-152)

 

-Fui a [psicoanalizarme con] Lacan. (...) Lacan siempre me ha sorprendido, seguramente porque sabía dejarse sorprender. Esa sorpresa es lo que se pone en juego en lo que el psicoanálisis llama la asociación libre. No se trata de hacer conocido lo desconocido, sino hacer surgir lo desconocido en lo más familiar. Darse cuenta de que es una puerta abierta a lo extraño y extranjero, que es una verdadera fuente. (...)

         [Una intervención del analista] permite a veces que la vida se vuelva una amiga (...). No se trata de amar la vida, sino de permitirle que nos ame, porque sabremos, a través de un esfuerzo de bien decir, que uno vale la pena. (161-162)


-El psicoanálisis revolcó mi palabra y mi mirada. Volví a nacer. (195)

-El psicoanálisis me ha salvado la vida. (...) ¿Tengo que exponer mis intentos de suicidio, tengo que volver a relatar mis ingresos en clínicas especializadas (...)? (...) Depresión. (...) Tomé pastillas, comprimidos, sellos con una enloquecedora dependencia, con el miedo permanente a no tener las drogas cerca, por las cuales el día transcurría en las nubes, y la noche en una tumba. Cogí miedo a no poder vivir sin un sostén químico. (...) Consulté con la intención de empezar una cura psicoanalítica, y dejé de drogarme. Porque se trataba exactamente de eso al principio: una cura de desintoxicación. Lo que viene a continuación preocupa: ¿cómo este dolor invivible puede transformarse en un instrumento de conocimiento? (...)

         Necesité cuatro años para descubrir, una bella mañana, como por milagro, que la hierba estaba verde. Renacía, pero ya no era la misma asustada, humillada, sin padre y sin referente. Renacía más advertida, más apta para aceptar a los otros, también más sólida  para educar a mis hijos y ejercer mi trabajo. Total, que esperaba haber construido una balsa que podría resistir otras tempestades. Durante cuatro años había atravesado crueles insomnios, pero mi alma se había despertado más viva que si hubiese dormido anestesiada por los somníferos. (...)

         Hoy, tengo el placer de anunciar (...) que, sin ansiolíticos, antidepresivos y otros tranquilizantes que se consumen masivamente, la balsa sigue flotando. Y también cuando rompen, como en todas las vidas, las altas olas de la inevitable melancolía. (195-196)


-Beneficios terapéuticos: la angustia que disminuye, la existencia que se construye sobre un camino que uno no lamenta, el levantamiento de los síntomas. Pero en lo más íntimo, yo sé que lo que me ha aportado el psicoanálisis no es eso, no es sólo eso. Pero, sobre ello, ¿qué decir? (...) Una nueva libertad. (198-199)

-Libertad de emprender. (205)

-Le debo al psicoanálisis el placer de vivir con mayores dosis de libertad y sentirme razonablemente feliz. (...) Conocerme mejor. Saber el porqué de tantas repeticiones, antitéticas con el ejercicio de la libertad, que acababan condicionando mi vida. (...)
    Le debo también haber podido conocer y sentir (revivir) mi historia familiar (como todas, agridulce) con la compañía confiada del terapeuta, ayudándome en una de las cosas que más le agradezco: poder sentirme mal. Soportar el dolor pasado -presente; interno y externo... sin huir-. Sintiéndolo y digiriéndolo.
    Le debo haber podido elegir y disfrutar de una relación de pareja. (...)
    El psicoanálisis me ha permitido, con esfuerzo y emoción, contrarrestar el peso de la propia historia y crear tu propio presente y futuro. (206)

-Para mí el psicoanálisis es la vida. (...) Me liberó del deseo de muerte (con el que hice un encuentro desde mi infancia). (213)

-Casi veinticinco años después del final de mi propia cura, ¿qué decir de mi experiencia con el psicoanálisis como paciente? Que no libera a nadie de su inconsciente, pero que permite habitar su síntoma, ponerlo al servicio de su deseo y de su causa. Cada uno de nosotros es llevado por lo que ignora y que, sin embargo, encuentra en la repetición: ese curioso objeto causa de nuestro deseo, que nada nos garantiza que nos guste. ¿Cambiarlo? Imposible. Pero entreverlo de otra manera que no sea a través de las catástrofes con las que él sacude nuestra vida, sí, es eso lo que puede permitir una cura a quien la lleve adelante.
    Gracias al psicoanálisis, diría que la vida para mí adquirió colores insospechados. El campo de los posibles se volvió más extenso y más variado a la vez. Además y sobre todo, dejé para siempre de lado el registro de la comparación en la que me encerraba mi neurosis. De allí esta divisa pospsicoanalítica que hice mía y aún hoy me acompaña: cada vida tiene un gusto que sólo gusta quien la vive, y que es incomparable. (215)

-Me permitió querer lo que deseaba comprometiéndome con el hombre que amaba. (228)

-Hacer análisis es darse cuenta de que, hasta allí, no se ha parado de hacer tonterías, y que una vez que uno se da cuenta, no queda más que reír. (...) Un sueño de una intensidad inédita designó la causa de mi deseo y, ¡oh! sorpresa, se realizó. Una mujer amada me dijo sí y emprendí una larga conversación con ella. El mundo había cambiado. Llegó entonces el momento de dejar a mi analista. Yo había encontrado el coraje de hacer oír mi voz. (231)

-Olvidar el  miedo a las palabras y el pudor de decir, decir, decir... (...) Es posible que este espacio de verdad sea lo que me salvó la vida. (236)

-Un día, yo tenía trece años. Pasé unos tests. (...) Conclusión: se me debía orientar rápidamente hacia un trabajo manual. Esos tests no se equivocaban. No hay nadie más manual que yo, puesto que escribo cada mañana desde hace cincuenta años, con mis dedos crispados sobre un lápiz de madera. [Escritor] (...) Pero esos tests no entienden nada, porque aplican en lugar de dar. No dan nada, y menos aún tiempo. (237)

-Aprendí a interpretar mis sueños o mis sentimientos a la luz de lo que ignoraba hasta entonces, ya no tenía que luchar contra mí mismo y, en el transcurso de una larga vida sembrada de pruebas, afronté siempre los problemas y los obstáculos con los ojos bien abiertos sin ser dominado por otro yo irracional. Hoy, a los noventa y seis años, sé lo que debo al psicoanálisis. (263)

-Tenía una imperiosa necesidad de hacer algo con la angustia que me inundaba y la compulsión que comandaba mi vida. Por otra parte, el Otro que me habitaba dividía mi ser, de manera radical, entre un “no mereces...” y un “tienes que poder...” que me atenazaban. (...)
    El análisis me ayudó a introducir entre mi compulsión y mi angustia un pequeño resquicio para el deseo (...). (...)
    Con la transferencia como operador, pude empezar a traducir en términos de goce lo que vivía en términos de sufrimiento y, paulatinamente, me fui aliviando. Poco a poco, las escenas indelebles de la infancia se fueron despejando hasta dar a luz la forma particular de traumatismo que me dio acceso a la subjetividad que encarné y encarno: me he reconciliado con una parte de ella y de la otra me he separado. (...)
    Eso ha tenido muchas consecuencias hasta ahora, quizá la más importante es haber hecho que el campo del amor -donde labraba mi malestar a marchas forzadas- sea transitable como nunca lo fue antes. (278)

-Agujereando los enunciados, [mi analista, Jacques Lacan] hacía brotar los sonidos que estaban incrustados en la carne, los sonidos del dolor, los sonidos parásitos de los pensamientos dolorosos, los sonidos de cosas entendidas o más bien de los malentendidos soldándose por tantas trabas que hacen girar en falso. Así, gracias a ese trabajo, uno podía desasirse del goce ruinoso, del goce que es sufrimiento y que sólo se admite en tanto que satisfacción. Ese goce muestra no ser más que un resto, un residuo cuya consistencia lógica se deduce como objeto. Ese objeto, una nada, comanda silenciosamente la puesta en escena sostenida por el sujeto en su teatro más íntimo, ese de donde provienen las representaciones que dan consistencia a su mundo.
    Así, poco a poco, tuve la impresión de haber sido dada vuelta como un guante por este analista. Allí donde había dolor, se instalaba la alegría. Allí donde la inhibición reinaba como principio de detención, una energía ignorada de mí misma aparecía por la experiencia del análisis (...). (...)
    En ese análisis, cuya conducción no pasaba por la solidificación de un sentido que lo explicara todo, hice la experiencia de lo imposible. Pude saber que hay imposible y que es eso la respuesta última al enigma. (...) Hacer la prueba de lo imposible abre hacia todos los posibles, que por otra parte residen solamente en el saber hacer allí con los recursos que se tiene. (...)
    Aislar el nudo del sujeto  hace posible no tropezar todo el tiempo con él, incluso tener una idea del carozo constitutivo entre el amor y el deseo de donde se nace.
    (...) Puedo decir que mi análisis con Lacan me ha dejado un saldo de alegría y urgencia. Ese saldo nace de un saber hacer allí con la vida que se nos escapa todo el tiempo y de la que no se tiene la menor idea, pero ajustada a partir del límite cierto de la muerte que nos apremia a cada instante con su paso apresurado. Pero no se sabe hacer allí para siempre, en una suerte de continuidad sin corte. No, no hay eternidad prometida en la tierra, porque lo más cómico del asunto es que, a cada momento, hay que volver a empezar. (285-286)

-Sólo con la terapia a través de la palabra somos nosotros agentes de nuestra propia curación. (...) La palabra nos permite abrir las heridas primero para luego cauterizarlas, nos permite reconstruirnos, nos permite la dignidad de ser dueños de nosotros mismos. El psicoanálisis como terapia parte de la dignidad de la persona, cree en la integridad del individuo y en su capacidad para afrontar el vivir. El psicoanálisis se basa en la esperanza, apuesta por la persona. Precisamente en una civilización que nos objetaliza, que nos escinde, que nos fragmenta, la creencia de que existe un deseo que nos sostiene, que puede orientarnos para encontrar lo más singular de nosotros mismos, hace al psicoanálisis digno de todo respeto y nos invita a apostar por él. (296)

-Ha sido una de las más importantes experiencias de mi vida. (296)

-Y no hace falta menos que los largos rodeos de una cura, el amor de transferencia y sus gajes pero también el saber hacer de un analista para que la cifra clave de su destino le sea revelada... (...) Además un psicoanalista lleva a un sujeto, sin la ayuda de ningún ideal, más allá de los efectos de verdad eficientes, a hacerse cargo de su particularidad sintomática; esta vez, con pleno conocimiento de causa, a volver a jugar la partida mal jugada desde el origen, sabiendo que las cartas serán las mismas pero que el juego será distribuido de otra manera, interpretado de otra manera. (...) Se trata sólo de “consentir a lo peor”: dejar allí el despojo de su Otro atormentador, ser reconciliado consigo mismo. Pasaje delicado ciertamente. (...)
    Un psicoanalista apuesta a que podremos saber hacer con lo que se habrá hecho de nosotros. (...)
    Y que cuando en cada uno se encuentre el punto de horror que hace al fondo de todo síntoma, un psicoanalista no se lave las manos. Un psicoanalista no se lava las manos de lo real. (302-303)

2009

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica