Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
Comparta esta página en:
Agregar a Delicious   Google Bookmarks   Twitter   Facebook   MySpace   Live Spaces   Blinklist   Yahoo Bookmarks   Digg   Favoriting   Furl   StumbleUpon   Reddit   Technorati
Pulse aquí si desea que le avise cuando añada nuevos contenidos

CRISIS, DOLOR Y SUFRIMIENTO
(2001)

Fragmento de mi tesina ÉRASE UNA VEZ UN CUENTO EN PSICOTERAPIA: SIMBAD, PETER PAN Y OTROS (2001)


Adelante no es lo que se mira
es lo que no se sabe,
es el saber del no saberse.

(El viento y la ausencia lo anuncian:
la noche no es no ver,
es ver la noche.)

HUGO MUJICA, Sed adentro, “Vislumbre”, 41

Desarrollaré estos conceptos ya que son claves para entender los viajes de Sindbad, la historia de Peter Pan, otros muchos cuentos y los procesos psicoterapéuticos.

Dice el escritor Paul AUSTER en Experimentos con la verdad: “Hay que estar dispuesto a hallar el sentido de lo que está ocurriendo.” Matizo: Hace falta estar dispuesto a dejar que acontezca en uno mismo lo que está sucediendo, y abrirse al darse cuenta de esa experiencia. Empeño infructuoso buscar sentido sin antes experimentar lo que hay: sería como pretender comer un huevo frito sin haberlo frito (mejor dicho: freído). Y comerse el huevo crudo con cáscara, imbuido de la ilusión de que está freído, es incluso más indigesto que tragarse un huevo crudo sabiendo lo que es. Encabezonarse en buscar sentido es una manera de interrumpir la experiencia y cercenar la posibilidad de que advenga un sentido. El sentido no se halla ni se agarra: cae cuando el proceso ha madurado, como los frutos en el árbol; llega como el huevo frito al plato tras todos los pasos necesarios para freírlo. Ya dijo Pablo Ruiz Picasso: “Yo no busco, encuentro”, lo cual, traducido al crecimiento personal y la psicoterapia, queda así: “Yo no me busco, me dejo encontrar y aprendo de lo que me impide encontrarme”. No es ‘ir a por...’ sino ‘dejar que venga... y quedarme con eso...’. Teniendo en cuenta que la vivencia es indispensable... pero insuficiente, porque es preciso añadir un trabajo de resituarla en la propia historia de vida y penetrar (mejor: dejarse penetrar) en parte de los procesos inconscientes que subyacen. Así es como nos hacemos disponibles al acceso del sentido oculto tras la experiencia, la crisis, el dolor, el síntoma, etc.

Continúa Auster: “Casi todos nosotros, yo mismo incluido, vamos por la vida sin prestar mucha atención. De pronto ocurre una crisis, y nos cuestionamos todo lo que nos rodea, y en ese momento dejamos de pisar tierra firme”. Nuevas preguntas como pista de salida para un nuevo saber interno: desde la tierra ‘firme’ de la ignorancia y represión neuróticas, hacia el fondo de la salud. Y la clave no reside en lo que me rodea sino en cómo me afecta lo que me rodea, es decir, lo más importante no es lo que me hacen sino lo que yo hago con lo que me hacen.

Prosigue Auster: “Creo que es en esos momentos [de crisis, de cuestionamiento, de perder tierra firme] cuando la memoria se convierte en una poderosa fuerza de nuestras vidas. Comienzas a explorar el pasado, e invariablemente te encuentras con una nueva lectura de ese pasado, lo entiendes de una manera nueva, y por ello eres capaz de enfrentarte al presente de una nueva manera”. Las crisis como trampolines para el crecimiento y para el avance en psicoterapia.

Hay pacientes que acuden a terapia espoleados por una crisis concreta en sus vidas, o, más comúnmente, por el hundimiento tras una crisis que no pudieron afrontar o de la que ni tomaron conciencia. Igualmente, en algunos es una crisis la que provoca la interrupción del proceso terapéutico. Ahora bien, el abandono de la terapia también se da por una salida aparente y aliviadora de una crisis, sin tomar conciencia de la necesidad de elaborarla.

Dejó escrito el psicoterapeuta Guillermo Borja (‘Memo’): “Lo que más atemoriza al ser humano es caer en una crisis, porque pone de manifiesto todo lo que está irresuelto: la dependencia, la necesidad, la carencia... No se puede resolver nada profundo si no es a través de una crisis, pues ella misma posee los elementos de la curación. Los procesos terapéuticos deben buscar los momentos de crisis, provocarlos, no irlos suavizando. La crisis del paciente es una estrategia heroica. (...) El proceso de curación pasa por convertirse en un enfermo más enfermo”. (BORJA, 21) Asimismo Moore afirma (refiriéndose al trasfondo mental de la patología corporal, pero aplicable a las enfermedades psíquicas) que “toda enfermedad tiene un sentido, aunque quizá nunca se lo pueda traducir a términos racionales. (...) Es necesario que sintamos la mordedura del dios que está dentro de la enfermedad para que la dolencia pueda curarnos. (...) No curamos las enfermedades, sino que ellas nos curan a nosotros (...). Si examináramos poéticamente nuestras enfermedades, quizás hallaríamos una riqueza de imágenes que podrían hablar de nuestra manera de vivir. Siguiendo con este tipo de imágenes, podríamos armonizar nuestra vida y permitir a la enfermedad que nos corrija. A eso me refiero cuando digo que sin la enfermedad no nos curaríamos (...)”.(MOORE, 207-232)

Aunque coloquialmente confundamos el sufrimiento con el dolor no son lo mismo. Veamos la importancia de diferenciarlos.

Ejemplo físico. Cuando al niñito le molestan las encías porque le están saliendo los dientes: esto es dolor, que es necesario y positivo para su crecimiento. En cambio, infecciones en la boca o caries son sufrimiento y requieren tratamiento.

Ejemplo psicológico: Tengo un disgusto y me siento triste: esto es dolor, y lo reconozco, y puedo elegir compartirlo, llorarlo, expresarlo... Se transformaría en sufrimiento si me dedico a darle vueltas y vueltas (esto supondría el goce de rebozarse en el dolor, la falsa dicha de la desdicha, lo cual es sufrimiento), si me riño y culpabilizo por lo que me pasó, si no puedo expresarlo y lo bloqueo..., y así se torna en algo depresivo.

El sufrimiento es enfermedad. El dolor es sano. Una crisis, una pérdida, son dolor, salvo que se encallen y se tornen sufrimiento. El problema es cuando convertimos el dolor en sufrimiento. El dolor es un hecho de la vida; el sufrimiento es la interpretación insana que cada uno hace de ese hecho. “El dolor puede depender de un estímulo, el sufrimiento lo elaboramos con toda nuestra historia psíquica, con la lectura de experiencias afines, con las asociaciones [sobre todo, inconscientes] que el dolor ha enhebrado en nuestra vida, con la valoración y resonancia cultural y social de ese dolor. En el sufrimiento nuestra mente construye activamente un andamiaje que activa o aminora el dolor.” (GARCÍA-MONGE, 122) Las razones del sufrimiento están reprimidas en el inconsciente, dicho de otro modo, un acontecimiento nos conecta sin darnos cuenta con una experiencia reprimida en el inconsciente, pero lo único que aparece es el sufrimiento, el síntoma.

Para dejar el dolor atrás es necesario vivenciarlo y atravesarlo. El sufrimiento aparece cuando negamos o evitamos el dolor. En cambio, transitar los dolores inherentes a nuestro vivir nos abre a la alegría, a la plenitud, al disfrute, a la autenticidad, porque la vida es también mucho más que penar. Para dejar el sufrimiento atrás hace falta escarbar hasta el dolor que está ocultando, lo cual requiere tiempo, esfuerzo, consciencia y elaboración. “Harán falta muchas idas y venidas a la cicatriz de la herida [a la verdad del dolor] para que algo realmente se mueva. Quizás haya un día en que el dolor de repetir el goce (en el sentido lacaniano del término) [el dolor enterrado bajo el sufrimiento de repetir el goce] sea mayor que el propio goce [el propio sufrimiento de “gocear”], e incline la balanza al otro lado [a lo sano, es decir, tanto al dolor como al ‘gozo’: Sindbad]. O no [agarrándose a lo patológico: el sufrimiento y el ‘goce’, como Peter Pan]. (...) Preferimos [en la neurosis] el sufrimiento, la mutilación de tantas partes de uno mismo, el ‘vivir hipotecado’, a la inclusión [en la salud] del dolor en la maleta. Nos olvidamos cada vez de que en cada dolor psíquico vivido, en cada dolor no negado, hay algo que nos fortalece. Cuando no nos dolemos, sufrimos. Porque activamos los mecanismos de evitación que van convirtiendo la vida en un calvario.” (RAMS, 1999, 45, 46)

El dolor es contactar con uno mismo en momentos difíciles, con mis faltas y limitaciones. Es aprovechar la oportunidad de crecimiento personal que brindan las crisis de nuestras vidas. El sufrimiento es meter la cabeza bajo tierra como el avestruz, en lugar de ver qué puedo hacer para responsabilizarme de lo que me está ocurriendo.


GARCÍA-MONGE (122) señala estas actitudes ante el dolor:

- Ignorarlo: Autoengaño, negación.

- Evitarlo: Sé que está pero evito dialogar con él. Tal vez lo sustituyo por otro más llevadero o lo compenso.

- Buscarlo reiterativamente [con ‘goce’ neurótico]: Masoquismo, victimización, culpa como autoagresión retroflectiva, insano intento de manipular (desde el dolor) a los demás.

- Encontrarlo: El dolor como dato de la vida que está ahí. Pasa por mi vida y escucho lo que me dice, qué mensaje me trae de mi cuerpo, de mí mismo, de mis relaciones, de mis necesidades y deseos... Aprenderé de él sin que me desintegre: lo integraré en mí para fortalecer mi salud.


GARCÍA-MONGE (124-126) propone estos recursos terapéuticos gestálticos para la elaboración del sufrimiento:

- Darme cuenta de si el sufrimiento me impide el aquí y el ahora: Si por el dolor evitado me estoy evadiendo hacia el pasado o el futuro. Darme cuenta de cómo intento evitar tanto el dolor como el sufrimiento.

- ¿Qué verdad de mí estoy evitando con el sufrimiento?

- ¿Qué beneficio saco con el sufrimiento?

- ¿A quién o a qué he dado el poder de hacerme sufrir?

- ¿Qué es lo peor que me puede ocurrir en esta situación? ¿Cómo la desmesuro catastróficamente?

- ¿Qué hago para no cambiar?

- ¿Con qué cambio superaría yo el sufrimiento?

- ¿Qué sentido encuentro en mi sufrimiento?


El camino de la curación y de la maduración es destapar el dolor auténtico que yace bajo el sufrimiento, es tomar conciencia de la herida: Sólo así podrá sanar (quedando una marca) y dejará la puerta abierta a vivir más plenamente las alegrías y a ir reconociendo mis deseos y necesidades.

Leamos a Memo: “El sufrimiento es un contenido enfermo (...) aferrado a vivir mal, a repetir, porque se es adicto a ese malestar tanto interno como externo” (BORJA, 54) Como Barrie y Peter Pan, reiteradamente fijados en un estado infantil, impidiéndose la crisis y el dolor del crecimiento, la crisis y el dolor de conectar con sus heridas de desamparo, abandono, ira, odio..., cercenándose de sus necesidades y deseos auténticos... Peter Pan no se deja evolucionar, ni siquiera puede ingresar en la adolescencia. Etimológicamente, “adolescencia” viene de “adolescere”, palabra polisémica que significa tanto “crecer, desarrollarse” como “padecer, dolerse, adolecerse”. Peter Pan no puede adolescer ni adolecerse.

“El sufrimiento evita contactar con el dolor; preferimos sufrir a aceptar y sentir dolor. El sufrimiento es una capa externa (...), desquicia, lo vuelve a uno incongruente, es irracional e induce a la parálisis o nos vuelve hiperkinéticos.” (BORJA, 54) Peter Pan: hiperactivo de las aventuras en el País de Nunca Jamás para no enfrentarse a sus dolorosas heridas internas.


RAMS (1999, 44-47) desarrolla cuatro vías por las que discurre el trayecto de la sanación: rabia, dolor, vergüenza y vacío. La rabia como palanca que levanta la trampilla para acceder al dolor, a la vergüenza y, más hondamente, al vacío fértil que nos abre a la renovación. “El vacío: cuando por no haber no hay ni siquiera dolor o vergüenza. Ni palabras ni rabia. Es decir, la experiencia de disolverse, en algún sentido, y el tránsito por la angustia de desaparecer.” Ya lo vimos anteriormente en las capas neuróticas: el vacío que aparece en el impasse y se abisma en el estrato de la muerte (implosión), para dejarlo y renacernos en la capa de la vida (explosión).

Define Rams la vía de la ‘vergüenza’ como “lo que le pasa a una persona cuando contacta verdaderamente con su inocencia, con su ‘alma’, con su ponerse realmente bella. Necesita tanto de apoyo como de frustración [ejercidos por el terapeuta].”

“Frustración de lo que va apareciendo en lugar de la vergüenza: las manipulaciones, la gazmoñería [afectación de modestia, devoción o escrúpulos], el victimismo, el ataque, la rigidez, el pasteleo, la anestesia... (...)”

“También necesitamos apoyo para sostener ese momento tan difícil, por normalmente desconocido, en el que uno se siente inauditamente desnudo en cuerpo y alma... frente a otro. Momentos casi sagrados en los que nos solemos entretener para no sentirlos plenamente: hablamos más de la cuenta, sonreímos nerviosos, quizás se nos caiga algún ‘acting’ de los bolsillos [un acto simbólico, sin conciencia, en que emerge cifrado (dirigido al Otro) y repetido con otra apariencia, algo que nos encadena al pasado, sumergido en el inconsciente]...

“Las huellas del dolor y de la vergüenza vividos pueden significar una puerta hacia el gozo que abre al no-goce. En el mar que es la vida (...) el dolor nos comprime y la vergüenza nos descomprime. Si aprendemos a manejar la válvula de oxígeno, vamos aprendiendo que el dolor nos hace más pesados y nos permite rastrear [bosquear] el fondo (....), efectuar la siempre difícil bajada al lodo. (...)”

“Si nos falta peso para bucear en las simas, le podemos agregar dosis de rabia de la buena. El mayor peso nos ayuda a no sucumbir a las voces de las sirenas, siempre etéreas, que nos llevarían a emerger antes de la cuenta. Y, falseándola, matar la gesta.”

“Si con el dolor bajamos, con la vergüenza subimos. La experiencia de tocar el pudor y de ablandarse ahí nos torna livianos, como si flotáramos. Así que ascendemos en el océano. El suspiro, como el humor, disuelven el exceso de dramatismo al que nos puede haber llevado la excesiva gravedad, (...).”

“El trabajo con el dolor nos conduce al centro de la intimidad de nuestras heridas, nos las lame en medio de nuestro llanto (...). La experiencia de ‘vergüenza’ nos da la luz interna necesaria para seguir trabajando en la cueva. Nos recuerda que somos seres de luz en continua búsqueda de nuestras oscuridades, al tiempo que seres oscuros buscando la luz. Porque el diamante está en la cueva [adonde viaja Sindbad]; no flota en el cielo [en el País de Nunca Jamás de Peter Pan]. Caería. Ora lo encontramos envuelto en roca, ora lo perdemos, y de la inenarrable tragedia de la pérdida nace la energía para seguir la búsqueda. Porque si el diamante está en la cueva, la luz que contiene, quizás el vacío subyacente a esa forma tan perfecta, esté en el cielo.”

“Mientras tanto, la eventual experiencia de vacío nos puede llegar a aportar el descanso de la relatividad de todo ello, la experiencia del puro estar ahí. Y, si podemos, del suspiro.”


Y de la terapia a la poesía: Gioconda Belli describe el dolor necesario para crecer, en el poema El tiempo que no he tenido el cielo azul:

(...)
Es dolor llegar hasta el borde,
(...)
Es dolor pero se crece en canto
porque el dolor es fértil como la alegría
riega, se riega por dentro,
enseña cosas insospechadas,
enseña rabias
y viene floreciendo en tantas caras
que a punta de dolor
es seguro que pariremos
un amanecer
para esta noche larga.

(BELLI, El Ojo de la Mujer, 94. 95)


Los pasajes de la vida que nos sumergen provisionalmente en el dolor... Empapémonos ahora de estas palabras de crisis, pérdida, naufragio y caída, dolorosas, abismales, transformadoras, iluminadoras, autoconscientes, escritas por Oscar Wilde durante sus últimos meses de encarcelamiento, en su epístola De profundis (1897):

"Vine a la infamia eterna desde la gloria inmortal. Ahora sólo me queda la absoluta humildad.

Debo absorber en mi naturaleza todo lo que me han hecho [juicio, rechazo, presidio...], volverlo parte de mí mismo, aceptarlo (...).

Rechazar nuestras experiencias significa detener nuestro desarrollo. Negar nuestras experiencias es poner una mentira en labios de nuestra propia vida. Equivale a una negación del Alma.

Al principio de mi encarcelamiento, algunos me aconsejaron que tratara de olvidar quién era yo. Fue un mal consejo. Sólo en entender quién soy he hallado consuelo.

Debo aprender a ser feliz. Mientras estuve en la prisión de Wandsworth deseé la muerte. Era mi único deseo. Cuando después de dos meses en la enfermería fui trasladado a esta celda y recuperé poco a poco la salud, estaba lleno de ira. Tomé la resolución de suicidarme el mismo día en que saliera de la cárcel. Pasado un tiempo desapareció aquel ánimo maligno y me decidí a vivir. (...)

Por primera vez desde que fui encarcelado, siento auténticos deseos de vivir. Tengo aún tantas cosas que hacer que consideraría una tragedia morir antes de que me fuera dado completar al menos una parte de ellas. (...)

Anhelo vivir para explorar lo que es un mundo enteramente nuevo para mí (...): El dolor, y todo lo que nos enseña, es mi nuevo mundo. [Antes de la cárcel] solía vivir nada más que para el placer. Evitaba toda clase de sufrimientos y dolores. Los odiaba. Había resuelto ignorarlos en lo posible; es decir, tratarlos como formas de imperfección. (...) Durante los últimos meses, con grandes luchas y dificultades, he podido comprender algunas de las lecciones ocultas en el corazón del dolor. (...)

El sufrimiento [se refiere al dolor] es una revelación. Uno entiende lo que nunca antes entendió y contempla la historia toda desde una posición distinta. (...) Ahora veo que el dolor, por ser la suprema emoción de que es capaz el hombre, (...) es el supremo emblema de la Vida y el Arte. (...) No hay verdad comparable con el Dolor. A veces creo que el Dolor es la única verdad. Otras cosas pueden ser ilusiones de nuestros ojos o de nuestra avidez, hechas para cegar a los primeros y saciar a la segunda, pero con el Dolor se han edificado los mundos, y en el nacimiento de un niño o de una estrella hay dolor. Lo que es más: en el Dolor hay una intensa y extraordinaria realidad. (...) Porque el secreto de la vida es el Sufrimiento [el dolor]. Es lo que está oculto tras de todas las cosas.

Cuando empezamos a vivir, lo dulce nos resulta tan dulce y lo amargo tan amargo que inevitablemente orientamos todos nuestros deseos hacia el placer, y tratamos no sólo de alimentarnos (...) con la miel del panal, sino de saborear durante toda la vida nada más que el placer, ignorantes de que mientras tanto estamos dejando que nuestra alma muera de hambre. (...)

Ahora me parece que el Amor en todas sus formas es la única explicación posible de la extraordinaria cantidad de sufrimiento que hay en el mundo. (...) Si el mundo fue ciertamente hecho de dolor, también ha sido creado por las manos del Amor."

(WILDE, 110-121)


Otros aspectos relacionados con el dolor son el saber y la ‘pasión’ de la ignorancia. De hecho, una de la fuertes resistencias a entrar en psicoterapia, o a continuarla, o a crecer interiormente, es el miedo a enfrentarse al dolor de saber de uno mismo y de su historia. Metafóricamente hablando: la resistencia a embarcarse, a viajar y surcar los mares, que Sindbad logra apartar y que Peter Pan toma para vivir enclaustrado en ella...

Porque el País de Nunca Jamás
es para Peter Pan
el País de la Resistencia a saber de sí mismo,
el País de La Auto-Ignorancia,
el País de La Ficción Sustituta de la Realidad,
el País de la Huida,
el País del No Darse Cuenta,
el País de Los Asuntos Permanentemente Inconclusos,
el País de los Superficiales Estratos Neuróticos
(clichés, estereotipos, juegos, roles psicológicos),
el País de la Negación de la Castración,
el País de la Supresión Ilusoria de la Falta,
el País de la Insensibilización,
el País de la Enterrada Herida Abierta,
el País de la Dependencia,
el País del Complejo de Edipo Palpitante,
el País de la Angustia de Castración Amarrada en la Cueva,
el País del deseo de Incesto,
el País del Abandono y Desamparo,
el País de los Niños Perdidos por Negarse a Perder lo Ya Perdido,
el País de la Alegría Huera,
el País del Soterramiento del Deseo y Placer Sexuales,
el País sin Mujeres ni Madres,
el País del Duelo Escondido,
el País del Nunca Jamás Me Doleré y así Sufriré.


Quien se plantea una psicoterapia es porque sufre y quiere descubrirse a sí mismo (por eso viaja Sindbad). Pero también da miedo el saber más de uno mismo: ¿qué me encontraré?, ¿qué perderé y qué ganaré? ¡Hace falta valor!, lo cual no quita sentir miedo.

Quien acude a psicoterapia dice que busca cambiar: ya ha logrado el primer cambio iniciándola. El cambio empieza por no cambiar, es decir, por darme cuenta de lo que me pasa y ponerme en el camino de aceptarlo.

El cambio empieza por uno mismo: por ir responsabilizándome de lo que me sucede, y ver que puedo comenzar a hacer algo constructivo con ello. Poco a poco, con paciencia: es progresivo. Sembrar hasta que llegue la estación de recoger la cosecha.

Se trata de aprender nuevos puntos de vista de mí y de mis relaciones, que antes no sabía. La enfermedad es como aquel hombre con unas copas encima que, de noche, busca en torno a una farola la cartera que ha extraviado. Entonces llega un policía y lo ayuda a buscar, pero no la hallan. "¿Cómo puede ser que no la encontremos?", le pregunta el policía. Y el hombre le responde: "Es que no la he perdido aquí, sino al otro extremo de la calle, pero allí está oscuro, así que busco aquí que hay más luz". La farola son los hábitos perjudiciales: es lo que sabemos, aunque ahí no esté la solución. Ésta se esconde en lo oscuro: en lo que no conocemos, en lo nuevo. Se trata de acercarnos a esa parte de la calle e ir encendiendo luces: ver lo que antes no veíamos de nosotros mismos, alcanzar a comprenderlo y dar salida a la problemática que nos hace sufrir... aunque haya que atravesar tanto los deleites como los dolores de saber.

Sobre el dolor de saber y las consecuencias de saber, escribí en mi Antología de relatos de retrete (“El segundo juicio de Salomón”) este monólogo de Salomón, sabio entre los sabios:

"Tras su discurso ante la muchedumbre, bajó Salomón la cabeza e incrustó los ojos en las puntas de sus pies, como si les rogara que le encaminaran a la extraviada senda de la sabiduría. Mientras, de los presentes, cada vez menos de ellos cavilaban en el tesoro encerrado en las palabras de Salomón, y cada vez más de ellos cuchicheaban burlonamente entre sí. Y cerrando los ojos, dijo así:

-Yo, Salomón, estoy condenado por Dios a saber. Doy mi mente a conocer toda sabiduría y toda ciencia, y a entender toda locura y desvarío, y a enderezar toda injusticia y entuerto. Se parten mis carnes porque creciendo el saber, crece el dolor: El dolor de aprender a saber. El dolor de saber lo que no quiero saber. El dolor de que el saber empieza por saber de mí mismo. El dolor de que cuanto más crece el saber, más preguntas quedan sin respuesta, y más sé que tengo que renunciar a saberlo todo, y más conozco mis límites. El dolor de saber que el dolor de negarme a saber lo que puedo saber, es peor que el dolor de saber. El dolor de tocar fondo. Y el dolor de saber de mi dolor. Tan curativo como doloroso es el saber. Un dolor que fortifica, frente al sufrimiento de la ignorancia, que mortifica. Lo que importa al buscar el saber es la búsqueda misma. Es la meta el buscar y nada más.

Abrió Salomón los ojos y vio que ya no había gentío."

(MARURI, 60, 61)


Y, a la vez, “se trata de no comprender demasiado deprisa, porque si se comprende demasiado deprisa, no se comprende nada de nada” (LACAN, Seminario 5, 32). El saber necesita que toleremos el dolor de la incertidumbre de las nuevas preguntas abiertas sobre nosotros mismos, que son emergentes de conflictos. “Crecimiento equivale a conflicto. (...) Abrir interrogantes puede ser labor más fructífera que ofrecer respuestas herméticas. (...) Una etapa, fase o posición del desarrollo no sustituye a otra, arrastra conquistas y heridas de la anterior. (...) Conseguir avanzar en ‘contracciones’, como si de un inacabable parto se tratara.” (SANFELIU, 9, 10)

Decía Perls que “cada vez que rechazas contestar a una pregunta, ayudas a la otra persona a usar sus propios recursos” (PERLS, 1969-A, 47).

Dejar en terapia las preguntas abiertas apunta al próximo advenimiento del saber. Es permitir que el fruto madure: si se arranca antes, se corta su potencialidad. Hace falta mojar las preguntas en un barreño y esperar, porque al principio están secas, y si se responden inmediatamente la respuesta seca aún más la pregunta y sólo añade un puñado más de arena desértica. Sólo las preguntas a las que damos tiempo para que se empapen, desprenden esas gotas salutíferas que caen en el cuenco de las respuestas frescas. Enzarzarse en dar inmediatamente con la respuesta es bloquear la llegada de las respuestas. Esto se constata una y otra vez en terapia. Y esta circunstancia habrá de soportar Sindbad: Tras sus pérdidas (3º etapa) se sume en un tránsito de abatimiento, agotamiento, dolor, desesperación, tristeza, rabia, incertidumbre por lo que vendrá, preguntas sin respuesta, y vacío (4ª etapa), que desemboca en la búsqueda del autoconocimiento y acceso a sus recursos internos (5ª etapa) que posibilitan su enriquecimiento (6ª etapa), tras el cual regresa (7ª etapa) más rico y sabio de sí, pero no totalmente, lo que le llevará, tras un tiempo de asentamiento y elaboración de su nuevo saber, a un nuevo viaje.


Otras pinceladas acerca del dolor y el sufrimiento: “El dolor es estar en contacto con lo que sentimos, con las carencias, con nuestra esencia. El sufrimiento es estruendoso; el dolor es silencioso, es quieto, interno, puro. El dolor es un estado de soledad. El sufrir es exhibicionista, quiere estar presente y tener testigos ante quienes representar el acto [espuriamente] heroico, sino no tiene chiste. El sufrimiento es [hueramente] eufórico.

Lo difícil es ir del sufrimiento al dolor [he aquí el proceso terapéutico; he aquí que Sindbad parte del sufrimiento (su abotargamiento en tierra, rodeado de estériles riquezas exteriores) hacia el autoconocimiento y enriquecimiento personal a través de múltiples peripecias, con profundos dolores y plenos gozos]. El dolor no tiene comprensión, sólo aceptación, en el dolor se acabaron los porqués. Fui yo. No hay más. Uno [el psicoterapeuta] debe aprovechar la crisis del paciente, pues salido de ella ya no se puede movilizar nada. (...) Hay que aprovechar la oportunidad de transformación que brinda la crisis. A veces éstas se provocan cuando uno está cerca de la muerte, cuando muere un ser querido, (...), cuando se pierde todo [como Sindbad en sus viajes], pero esos momentos no vuelven a repetirse, vienen con los ciclos de la vida. Si la crisis se presenta es el momento de darle cara a lo irresuelto en nosotros [como Sindbad]. Una crisis moviliza toda la personalidad y tiene la fuerza e intensidad necesarias para profundizar [esto hace Sindbad en la quinta etapa de cada viaje: buscar y acceder a sus recursos internos, tras las pérdidas y el dolor, abatimiento, rabia...], porque todo está a flor de piel. Se ha abierto la caja de Pandora. No se puede trabajar la luna de hiel en la luna de miel”. (BORJA, 54, 55)

La crisis, los obstáculos, como oportunidades y acicates para el crecimiento: “No te sientas frustrado por los obstáculos que encuentres en tu viaje espiritual. Allí están para aumentar tu deseo de alcanzar tu objetivo” (NACHMAN, 46)


¿Y qué nos dice ese “extranjero” de sí mismo, que se veía como un monstruoso insecto, y sublimó (sólo en parte: “con mi actividad literaria he efectuado pequeñas tentativas de independizarme, de evadirme, con un éxito casi nulo”) su neurosis obsesiva mediante la escritura? Este hombre cuya producción de diarios y cartas superó sus novelas y relatos. Este preso de sí mismo que jamás pudo liberarse de su padre Edípico, y que escribió: “Es como si uno estuviese en prisión [la neurosis, el sufrimiento] y no sólo tuviese el propósito de evadirse [entrar en el propio dolor, hacer una crisis y emprender la senda de la cura], lo que quizás fuera posible [Sindbad pudo, Peter Pan no, este hombre tampoco], sino el de transformar a la vez el edificio de la cárcel en un palacio de recreo para disfrutarlo él mismo. [La cárcel es la neurosis. El síntoma son las sábanas atadas como una soga que anuda el cuello y ahoga sin matar. El síntoma son esas mismas sábanas anudadas si se descuelgan por la ventana y uno se desliza por ellas hasta alcanzar el suelo fuera de la penitenciaría. El síntoma es tanto un intento infructuoso de solución, como el medio a través del cual se puede acceder a la solución. De ahí la necesidad de respetar el síntoma del paciente: lo necesita todavía para sobrevivir psíquicamente, y es una puerta cifrada, enigmática, a los secretos de sí mismo que tanto teme enfrentar. El síntoma es estar sentado en la cima de un tobogán tan alto (es decir, tan alejado del ser) que se pierde de vista desde el suelo de uno mismo: allá arriba hace frío pero uno se siente seguro sentado, inmóvil, yerto y agarrado férreamente al pasamanos. No debemos despojar al paciente de su tobogán (caería de bruces de tan alto..., o se asentaría en la vana ilusión de que ya está todo conseguido) sino ayudarle a que se vaya dejando deslizar hasta la tierra. Y también dirigir la curación para que caiga el ‘goce’ del seno del síntoma. El goce es tanto la cárcel como el palacio de recreo. El síntoma es sufriente dicha de desdicha, esto es, ‘goce’, que puede ser un regodeo en el sufrimiento.] Si se evade, no puede efectuar dicha transformación [si empieza a curarse, pierde ‘goce’, elimina los beneficios secundarios del síntoma], y si la efectúa, no puede evadirse [queda instalado en el ‘goce’ neurótico]. Si quiero acabar con esa desdichada relación que me une a ti, padre, e independizarme, debo hacer algo que, en lo posible, no tenga la menor conexión contigo. (...) El deseo de superar esta situación tiene (...) algo de demencial, y cualquier intento se paga con la locura”. Y que, a pesar de todo, afirmó: “La vida consiste en asumir los obstáculos” y “La vida es algo más que un rompecabezas que hay que resolver”. Este hombre es Franz Kafka en la extensa carta que escribió a su padre (pero que éste nunca recibió: una ‘silla vacía’ gestáltica; incluso en un pasaje se sienta en la silla y se dirige a sí mismo como si fuera su padre). (KAFKA, Carta al padre, 61-63, 66-68. Escrita en 1919, con 36 años.)


Acudamos a la sabiduría de las etimologías. Antes de analizar “crisis”, veamos la etimología del término “etimología”: Significa “origen de las palabras, raíz de donde se derivan”. Procede del griego: de “etymos”, verdadero, y “lógos”, palabra; “palabra verdadera”. ¿No es justamente esto la psicoterapia: la búsqueda del origen (con su impacto en el aquí y ahora) y de la palabra verdadera: la palabra plena, auténtica, el verdadero ser del sujeto? La psicoterapia es un quehacer etimológico o, mejor dicho, un dejar-hacer etimológico.

La etimología de la palabra “crisis” es iluminadora (BARCIA): del griego “krísis”: cernimiento, lucha, separación. Por tanto, vivir una crisis es hacer una separación, transitar una pérdida, con el tipo de lucha que eso acarree. Es “cerner”: separar con el cedazo la harina del salvado (cascarilla que recubre el grano de los cereales), de suerte que lo más grueso quede sobre la tela, y lo sutil, lo más íntimo, caiga al sitio destinado para recogerlo. Precisamente, recorrer un proceso terapéutico es cerner: ir separando lo sobrante y lo falso para quedarse con lo genuino. “La terapia consiste en rectificar las falsas identificaciones” (PERLS, 1973, 51): cernerlas hasta dar con lo verdadero. “El neurótico, amarrado a su pasado y a sus modos anticuados de actuar.” (PERLS, 1973, 53) “En terapia tenemos que restablecer la capacidad del neurótico de discriminar. Tenemos que ayudarle a descubrir qué es él mismo y qué no es él mismo; lo que le realiza y lo que le frustra. Tenemos que guiarlo hacia la integración [de sus aspectos negados]. Tenemos que asistirlo en su búsqueda del balance y de los límites adecuados entre él mismo y el resto del mundo.” (PERLS, 1973, 52) Es decir, cernimiento.
2001

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica