LAS CAUSAS
DE LOS ESCRITORES:
POR QUÉ
Y PARA QUÉ
ESCRIBEN
Ernesto Maruri
Conferencia pronunciada en Pamplona
el 28 de
febrero de 2023.
Organizada por el Ateneo Navarro.
Vocal del Ateneo: Javier Asiáin.
Buenas tardes:
Estoy contento porque vengo de celebración a una fiesta de las palabras.
Palabras que
a veces
nos sostienen
y otras,
nos dejan caer.
Palabras que
en ocasiones
enferman
y en otras, curan.
Desde que nacemos, no nos envuelven solo en ropas, mantas y capuchitas,
sino también en palabras. No nos bañan solo en agua calentita, jabón y un
patito de goma amarillo, sino en palabras. No nos nutren solo con leche, purés
y potitos de manzana, sino con palabras. No nos quitan un rato el chupete
porque no lloramos, sino para que gocemos balbuceando palabras y sonidos
inventados, aún por fuera del lenguaje articulado. No nos llevan a los
columpios del parque solo para jugar, sino para que nos columpiemos en palabras y estas se columpien en nosotros,
porque las palabras son el tobogán de la vida.
Primer motivo de celebración:
Este año cumplo los dos patitos con el Ateneo Navarro, al que estoy muy
agradecido por su generosidad y acogida.
Hace 22 años, en 2001, una secretaria del Ateneo me llevó en volandas
por pueblos de Navarra a dar psicoconferencias durante varios años. Mi recuerdo
y mi reconocimiento para Yolanda.
En los últimos años, los vocales Ricardo Pita y Javier Asiáin, tan
implicados y laboriosos, me han conducido de la mano a reanudar mis
conferencias. Muchas gracias, estimados.
Segundo motivo de celebración: Hoy es mi primera vez con esta charla.
Antes de empezar la conferencia, quiero pedirles perdón con la mano en el folio. Porque ni estoy hablando de lo anunciado, ni
lo voy a hacer por ahora. Y este prólogo podría desbocarse hasta agotar el
tiempo para entrar en materia. De ser así, habrían venido aquí espoleados por
palabras engañosas y yo sería un estafador abominable.
Escribió Quevedo en 1612, en el prólogo de página y pico a El mundo por de dentro, última frase: Dios te libre, lector, de prólogos largos y de malos epítetos. De los malos epítetos, voy a librar a ustedes, pero de lo primero, no lo sé.
A ver cómo se desarrolla y cómo acaba este disparate. Que no me digan que no les avisé al inicio.
No quiero dar una conferencia académica.
Soy psicólogo clínico y psicoanalista, lector
persistente y escritor
a ratos.
No tengo estudios literarios ni filológicos. No soy profesor de lengua y literatura, ni lexicógrafo, ni etimólogo, ni entomólogo, ni lingüista.
De ahí, mi tercer motivo de celebración: Siempre he dado conferencias para la extensión de lo psicológico, lo psicoterapéutico y lo psicoanalítico, esto sí, con pinceladas literarias. Hoy, en cambio, vengo al revés, por tanto, completamente trastornado, pues esta es una conferencia literaria con pinceladas psicoanalíticas. Me ha costado muchos años autorizármelo.
No daré una conferencia al uso.
Estoy jugando (¿lo han notado?) al escribir este texto para mí que es
para ustedes. Este texto sin ustedes, no se moriría de viejo: Se moriría como un bebé a quien nadie escucha ni
habla, un bebé por quien nadie alberga deseo.
Vengo a que juguemos juntos (solo quien quiera) a través de las
palabras. Más que tener palabras, las palabras son nuestro hábitat.
Decía Chesterton: Divertido
no es lo contrario de serio.
Divertido es lo contrario de
aburrido, y nada más.
Etimológicamente, ‘divertido’ es lo que gira en sentido opuesto, lo
que da la vuelta, lo que se aparta del camino trillado. Eso caracteriza la
escritura y la lectura que prefiero: la seria y divertida al unísono. Así es el
trabajo terapéutico de un psicoanálisis: serio y divertido. Decía Lacan que un
psicoanálisis, si no es en parte divertido, no funciona.
De ahí, mi cuarto motivo de
celebración: Duro veintinueve años, desde 1994, impartiendo conferencias,
cursos, talleres y seminarios. Me congratulo de me lo tomo con menor
responsabilidad plomiza y mayor responsabilidad gaseosa, y no con menor seriedad sino con mayor diversión
y deseo de saber. Ignoro si esto se transmitirá. Haré lo que pueda.
Estoy escribiendo a golpe de deseo.
Golpe esponjoso.
Esta conferencia no cuenta
con esquema previo, menos mal.
Solo tengo el título.
Quizá hable de un solo escritor.
Quizá hable de un solo motivo
para escribir.
Quizá hable únicamente de margaritas azules que crecen a 1.289 metros
de altura en la cumbre de La Higa de Monreal: Suban a comprobarlo. Aunque no
las encuentren, habrán viajado.
Si esa alegoría floral de la escritura me falla, les hablaré de otra:
La de los tréboles rojos de diecisiete hojas que crecen debajo del sofá del
salón de todas las casas. Solo hay que saber verlos
y, después, extraer un saber de mirarlos y acariciarlos.
No sé qué voy a hacer. Qué gusto así. No me gustaría disgustarlos por
ir a ciegas con un báculo. Lo siento.
¿Que esto va quedar muy incompleto? Pues sí. La falta es lo que genera
deseo. Y por favor, no esperen demasiado de lo que ofrezco, ni siquiera mucho.
Vamos camino del cuarto folio y me queda mucho por decir en estos
preliminares terminables o interminables.
¿Cómo impartir una conferencia
sobre la escritura sin hablar antes de la escritura de la propia conferencia?
Quiero
escribir dichoso esta conferencia.
Decía Freud que un tratamiento psicoanalítico no persigue que el sujeto
se abra a la felicidad con mayúsculas sino que sepa disfrutar mejor de las dichas comunes y atravesar mejor
las desdichas.
Aquí asoma mi quinto motivo de celebración:
Permitirme escribir por placer, incluso una conferencia seria.
‘Placer’ es disfrute sano.
Un gozo que no se abisma más allá de lo que Freud llamó el principio del placer, que se ajusta al principio de la realidad, que no incurre en el ‘goce sufriente’, que
no se despeña.
Un placer que no me dañe ni dañe a los otros. Un placer a favor de la pulsión de vida.
Hay otras dos acepciones de ‘placer’:
Una. Banco de arena o piedra en el fondo del mar, llano y extenso.
Dos. Arenal
en el que pueden hallarse
metales preciosos como el oro.
Escribir no solo por placer (por gozo) sino por acceder al placer (al
fondo de la mar: a sus tesoros escondidos).
¿Se han dado cuenta? Yo lo
he hecho en este instante de ver. Aunque sigamos en el prólogo, ya estoy
hablando del tema que nos trae: ¿Por qué y para qué escribir?
En este punto, se me abre una lista de causas para escribir. No me
acusen a mí: yo no la he abierto. Ha sido la lista, que solo tiene diecisiete
pelos de tonta y unas cuantas canas, la que ha hecho su aparición. Yo solo
escucho y transcribo.
Una lista que intuyo
que va a ser muy larga, quizá demasiado.
Una lista que representa la cosecha de una siembra que dura cuarenta y
un años.
Ahí, mi sexto motivo
de celebración.
A los
diecisiete años, empecé a copiar a mano con boli azul BIC cristal, no BIC
Naranja porque BIC Naranja escribe fino,
BIC cristal escribe normal. BIC Naranja. BIC cristal. BIC BIC… BIC BIC BIC…
Decía que comencé a copiar citas de escritores que trataban de la
escritura. En un cuaderno de tapas
azul marino, hojas cuadriculadas tamaño medio folio con dos grapas en el lomo.
He durado cuarenta y un años recopilando citas (ya en el ordenador
desde hace veintidós) y estudiándolas. Una obra en marcha. Un grueso libro compilatorio -en el que
estoy incluido- que es mi compañero de vida, mi amante leal, mi barco en las
tormentas, mi guía para bordear el aventurado cabo de Hornos de la Tierra del
Fuego.
Esta lista que me acomete
será densa,
complicada,
excesiva.
Una lista de algunos misterios de la escritura (faltan muchos pues no es una lista exhaustiva: la quiero abierta al deseo): Misterios dolorosos, misteriosos gozosos, misterios luminosos y misterios gloriosos. Como en el Santo Rosario, pero de modo aconfesional. Rosario significa rosaleda (o rosedal en América): plantación de rosales que dan la flor de la rosa: hermosa, suave y con espinas. Esta lista es una rosaleda.
Una lista de tantos y tan variados itinerarios para escribir, que puede resultar mareante.
Una lista difícil
de soportar y de disfrutar.
Una lista asumible
y disfrutable
si se escucha
sin pretender entender
y sin intentar recordar.
Una lista para escuchar como quien oye llover o como quien se sienta en un prado a ver el amanecer de un
día cálido de cielo azul.
Una lista de agua de grifo que se pierde entre los dedos pero que moja
las manos.
Una lista que te acompañe como quien oye radio hablada en la cocina mientras hace una ensalada pensando
en la lista de la compra, a la vez que ladra el perro de la vecina de arriba,
sube el ruido del tráfico con bocinazos y te gritan desde el salón para
preguntarte si hay que salir a comprar pan, naranjas de zumo y un truris de tomo y lomo.
Para prevenir
desmayos, leeré despacio.
-Escribir por placer.
-Escribir para jugar. Jugar con la vida. Jugar con las palabras.
Que las palabras y la vida nos jueguen.
-Escribir para ‘leescribir’ (todo
junto).
-Escribir por deseo.
-Escribir como goce sufriente.
-Escribir para saber y descubrir.
-Escribir para ser sabido y
descubierto.
-Escribir porque: Al principio existía la Palabra [con pe
mayúscula] (…). Ella estaba al principio
(…). Todo surgió por ella, y sin ella nada surgió de lo que ha surgido. En ella había vida, y la vida era la luz
de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no se apoderó de
ella [de la luz]. (Evangelio de Juan, capítulo 1,
versículos 1 al 5)
-Escribir desde la sabia ignorancia.
-Escribir desde lo que no se sabe que sí
se sabe: lo inconsciente.
-Escribir para gustar.
-Escribir como celebración de la vida.
-Escribir para seguir el hilo de una retahíla
de incógnitas: ‘xescribir’ (con una equis inicial).
-Escribir
para bucear. Escribir para nadar bajo el agua conteniendo la respiración.
(Francis Scott Fitzgerald)
-Escribir para mantenerse a flote.
-Escribir como tabla de salvación.
-Escribir como salvación de la tabla.
-Escribir por viajar sin saber el destino.
-Escribir con amor, por amor, sin amor, con odio, por odio.
-Escribir un enamorado para soportar no ser correspondido.
-Escribir para enamorarse, para enamorar, para desenamorarse, para
reenamorarse.
-Escribir para coescribir.
-Escribir por reconocimiento.
-Escribir desde el desconcierto.
-Escribir para ‘excribir’ (con equis intercalada). (Juan José Millás)
-Escribir para desconcertar,
para sorprender,
para poner del revés,
para apartarse de las sendas
socorridas,
para salir
de los tópicos.
-Escribir para descubrir lo no buscado, lo
que no puede encontrarse si no se
escribe. (Marguerite Duras)
-Escribir para ocultarse.
-Escribir para mostrarse.
-Escribir para denunciar.
-Escribir con los ojos abiertos para abrir los ojos de los otros.
-En junio de 2000, pregunté
a mi maestro tan querido,
el gran Ramiro Pinilla, en su taller de escritura:
“Por qué y para qué escribes?”.
Contestó molesto: No lo sé. Para qué saberlo. No me interesa.
Escribo y punto. No le doy vueltas.
¡Estos psicoanalistas que quieren saber tanto…! No insistí. Año y medio después,
en enero de 2002, a los 78 años, sin pedírselo de nuevo, me contestó en el taller: Ahora
lo sé. Ya sé por qué escribo. Pero no es por qué, es por quién. Ahora sé por quién he escrito siempre:
por mi madre. Formulé
una pregunta impertinente, salvaje: “¿Por qué por tu madre?”. Respondió con una sonrisa: Escribo por mi madre. Nada más. No busques
más.
Casi dos
años después, en octubre de 2004, escribió esta dedicatoria en el tomo 1 de Verdes
valles, colinas rojas: La tierra convulsa: Ahora sé por quién he escrito siempre. En las primeras entrevistas
tras la publicación, se negaba a revelar por quién escribió toda la vida, como
si decirlo destapara un secreto muy íntimo, un misterio que había permanecido
inconsciente tanto tiempo. Desde que lo desveló en una entrevista, ya no paró de decirlo.
-Escribir
para haber escrito.
-Escribir para transitar el dolor, para zafarse de la angustia.
-Escribir para ensanchar
la alegría.
-Escribir para ‘excretescribir’:
para excretar palabras.
-Escribir porque es el mayor poder de la imaginación, como lo es el amor.
-Escribir como forma de vida.
-Vivir como forma
de escribir.
-‘Escrivivir’ (con dos uves).
(Julián Ríos)
-Escribir porque fundamentalmente no somos más que palabra. (Unamuno)
-Escribir para verter el alma. (Unamuno)
-Escribir con el inconsciente a flor de dedos en el teclado
o en el papel.
-Escribir para disculparse, para expiarse.
-Escribir para tejer un texto en que sostenerse y contarse.
-Escribir para
bordear el agujero ‘real’ de lo inefable, lo indecible, lo innombrable, lo
impronunciable, lo que no deja de no escribirse.
-Escribir
porque la palabra es la primera herida que sufrimos en la cuna, es un gran
misterio, nos deja esa impronta en el alma que ningún hecho u objeto material
produce. (Juan Gelman)
-Escribir
para agradar a los amigos, entretenerlos y obtener su aprobación Escribir solo
para uno mismo lleva a no escribir. Y si los amigos lo aprueban, otros lo harán
también. Escribir con la penitencia del esfuerzo, de la buena voluntad, por el incierto placer de crear. (Esto me
contestó mi maestro Esteban Padrós de Palacios, gran cuentista, en 2001, a los
76 años).
-Hescribir
(con hache inicial). (Cuca Canals)
-Escribir para entender, para entenderse.
-Escribir para mentir bien la verdad.
(Onetti)
-Escribir
por amor, dinero y obsesión. Escribir de lo irracional. En el inconsciente es
donde se produce el Trabajo Realmente Serio. (Stephen King)
-Escribir aquello
que no podría decirse a nadie. (Primo
Levi)
-Escribir para que el agua envenenada pueda beberse. (Chantal
Maillard)
-Escribir
para internarse en el infierno, como Orfeo, y hacer que lo que hemos perdido
vuelva a la vida. (Gustavo Martín Garzo)
-Escribir para defender la soledad en que se está. (María
Zambrano)
-Escribir para leerse y ser leído.
-Escribir
para tratar de responder a las preguntas que zumban en la cabeza, moscas
tenaces que perturban el sueño, Y que eso cobre sentido colectivo cuando coincida
con una necesidad social de respuesta. (Eduardo Galeano)
-Escribir
para ‘sangrescribir’: para sangrar palabras que sangran.
-Escribir para hacerse
un nombre. (Joyce)
-Escribir para no enloquecer. (Joyce, Virginia Woolf,
Sylvia Plath)
-Escribir para reescribir.
-Escribir para desescribir.
-Escribir
por ser una rata de alcantarilla aspirando al milagro. (Fernando Arrabal).
-Escribir para buscar un refugio en las palabras.
(Stephan Zweig)
-Escribir la verdad, aunque
subjetiva e imposible de decir del
todo.
-Escribir para dar lo que no
se tiene a un lector del que no se sabe. (Me inspiro en un aforismo de Lacan: Amar es dar lo que no se tiene).
-Escribir para
retorcer el lenguaje sin dar importancia a las historias y personajes.
-Escribir historias
sin dar importancia a los personajes ni al lenguaje.
-Escribir personajes sin dar importancia a las historias
ni al lenguaje.
-Escribir para aunar lenguaje,
historias y personajes.
-Escribir para
chapotear en el goce palabrero, como un exhibicionismo masturbatorio.
.Escribir para prescribir.
-Escribir para dar sentido.
-Escribir para dar lugar apacible al sinsentido.
-Escribir para transitar las pérdidas, los duelos, los dolores.
-Escribir para reír y para llorar.
A veces a carcajadas. A veces sollozando.
-Escribir como ‘palabradicción’.
-Escribir como ‘palabracadabra’.
-Escribir por esos escasos momentos en que, al fin, las
palabras queman las yemas de los dedos y se hacen agua en el teclado o en el
papel.
-Escribir sabiendo que las palabras
son nuestra perdición
y nuestra salvación.
-Escribir para crear el
‘palabracetamol’. No como un bálsamo de Fierabrás que todo lo cura, sino como
un modesto ‘palabralgésico’.
-Escribir para estar
escribiendo.
-Escribir por no poder dejar de escribir. (Borges)
-Escribir para curarse
de la escritura enferma.
-Escribir para encontrar
un hogar, una patria, una matria.
-Escribir para incendiar
el fuego y para inundar
el agua.
-Escribir para fingir.
Pessoa: El poeta es un fingidor, / finge
tan completamente / que hasta finge que es dolor, / el dolor que en verdad siente.
-Escribir por un premio: el premio de escribir.
-Escribir para olvidar.
-Escribir para recordar.
-Escribir para fantasear.
-Escribir para ser otro.
-Escribir para ser más uno mismo.
-Escribir
para encontrar la voz más allá de la propia voz. (Esto escribió en sus magnos
diarios mi maestro Ignacio Carrión, 14 de septiembre de 2008, a los 70 años).
-Escribir como consuelo.
-Escribir para escribirse.
-Escribir para escribirte, es decir, ‘tescribir’ (con te
inicial).
-Escribir para combatir
ciertas nostalgias. (Cortázar)
-Escribir porque el escritor es
él y su escritura, y si no salva a la escritura, no se salva él.
Parto
de una frase de José Ortega y Gasset: Yo
soy yo y mis circunstancias. Pero nunca lo dijo.
Esto escribió
en el prólogo “Lector” en sus Meditaciones del Quijote, 1914:
Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.
-Escribir
para cercar lo indecible, lo inefable, lo innombrable, lo impronunciable, lo no
simbolizable. Es decir, para poner palabras en torno a lo impalabrable,
para que su agujero no nos succione.
-Escribir como respirar.
-Escribir para perderse,
encontrarse,
volver a perderse…
-Escribir lo que se siente para disminuir la fiebre de sentir. (Pessoa)
-Escribir
para bordear el agujero de ‘lo real’ del horror del trauma. Para no ser
engullidos por el negro, fangoso, infinito y monstruoso fondo del angosto pozo
de la angustia.
-Escribir para construir
una trama.
La trama es el enredo
de una historia (vivida o de ficción, que no hay gran diferencia; ya
dijo Lacan: La verdad solo puede ser
mediodicha. Y la verdad tiene estructura de ficción).
La trama es
el orden de hechos de una historia,
y sus conexiones. La trama es la urdimbre, el tejido de una
historia. (‘Texto’, etimológicamente, ‘tejido’).
Viene del
latín, ‘trama’: hilo que va cruzándose en un telar entre los hilos verticales
de la urdimbre; el conjunto de todos estos hilos cruzados en la tela.
Para poder hacer con el trauma
hace falta construir
con palabras
la trama del trauma,
incluida la inconsciente.
-Escribir para ser querido.
(Lorca, García Márquez)
He leído que lo
dijeron. No obstante, hay tantas citas apócrifas… Circula un poema apócrifo de García Márquez que él
mismo desmintió, y otros de Borges, Saramago, Pessoa, Neruda…
Ya que los
psicoanalistas y los escritores vivimos de los detalles (los divinos detalles, decía Nabokov), busquemos las fuentes
originales, si las hubiere. Y no aisladas sino en su contexto.
Federico
García Lorca, dos años antes de que lo asesinaran, dijo (no escribió) en
Montevideo en 1934:
(…) nada más que para que me quieran he hecho mi teatro, y mis versos,
y seguiré haciéndolos, porque preciso de ese amor de todos.
Gabriel
García Márquez tampoco lo escribió. Lo dijo en conversación con Mario Vargas
Llosa. 5 y 7 de septiembre de 1967 en la Facultad de Arquitectura de Lima. Cien años de soledad se había
publicado en junio de ese año. Escuchémoslo:
Yo tengo la impresión de que empecé
a ser escritor cuando me di
cuenta de que no servía para nada. Mi
papá tenía una farmacia y, naturalmente, quería que yo fuera farmacéutico para
que lo reemplazara. Yo tenía una vocación totalmente distinta: quería ser abogado.
(…) Al principio, me gustaba escribir porque me publicaban las cosas y descubrí
lo que después he declarado varias veces y que tiene mucho de cierto: escribo
para que mis amigos me quieran más. (…) Pero después, analizando el oficio del
escritor y analizando los trabajos de otros escritores, pienso que seguramente
la literatura, y sobre todo la novela, tienen una función. Ahora, no sé si
desgraciada o afortunadamente, creo que es una función subversiva, ¿verdad? (…)
Ahora, lo cierto es que el hecho de escribir obedece a una vocación apremiante,
que el que tiene la vocación de escritor tiene que escribir pues solo así logra
quitarse sus dolores de cabeza y su mala digestión.
-Escribir
libros que nos lastimen y nos apuñalen. (...) Libros que nos afecten como catástrofes, que nos aflijan
profundamente, como la muerte de
alguien que queríamos más que a nosotros mismos; libros que nos destierren a
los bosques, lejos de todo el mundo. El libro debe ser como un hacha para el
mar helado de nuestro interior. (Kafka)
-Escribir para entretener, divertir, distraer.
-Escribir para entretenerse, divertirse, distraerse.
-Escribir porque uno mismo
es literatura.
(Kafka, Pessoa,
Joyce, Ignacio Carrión)
¡Uf! Interrumpamos aquí la lista para poner punto final a este prólogo rebelde con causas.
Sin lastre, como un albatros planeando que ha visto mucho y
comprendido algo, alcanzo el momento de empezar la conferencia.
Sin embargo, ya no hay tiempo, ese implacable
castrador.
¿Qué podemos hacer? Ser realistas, por mucho que duela. No dar la
conferencia hoy. Ir al epílogo. Qué pérdida y qué hallazgo. Qué pena y qué alegría.
Disponen de esta conferencia en mi web desde esta tarde: www.ernestomaruri.com. En la ventana ARTÍCULOS, sección “De libros
y escritores”. Ahí podrán leer con detenimiento o a toda prisa la lista
de causas para escribir.
Freud decía que soñamos para seguir durmiendo.
Lacan decía que nos despertamos para seguir soñando.
¿Escribir para soñar?
¿Soñar para escribir?
Me detengo aquí, no sea que nos durmamos. O mejor si nos dormimos,
porque soñaremos.
Muchas gracias por persistir aquí. Reconozco y alabo su esfuerzo, su
paciencia y su generosidad.
Si aún alguno no se ha dormido o desvanecido, y desea intervenir, me encantaría. Lo agradeceré mucho. Porque
¿qué soy yo sin sus palabras?
Por favor,
Javier, abre el coloquio.
POSDATA
1-2 de marzo de 2023
Gracias
muchas a quienes me escuchasteis.
Gracias
muchas a quienes intervinisteis en un coloquio vivo e iluminador.
Hablamos
de la escritura como terapia, como cura.
¿Y
cuando la escritura no cura?
¿Y
cuando la lectura no cura?
La
escritura y la lectura no son todopoderosas ante ciertos sufrimientos, conflictos,
patologías y tantarantanes dela vida: hace falta añadir un tratamiento.
Tampoco es todopoderoso un
tratamiento psicoanalítico ni de otra corriente psicoterapéutica.
Y la pretensión de omnipotencia
aboca a la impotencia.
Varios
señalasteis con perspicacia un agujero (entre los muchos por los que se cuelan
el aire y el fuego) de la conferencia:
No había dicho nada de escribir
para perdurar, para dejar un legado, para la inmortalidad literaria.
Algunos
os lanzasteis, valerosos, a citar de memoria a un poeta que trató este asunto: Quevedo.
Cuatro participantes, en un baile hermoso, pronunciasteis fragmentos de un
mismo poema de Quevedo.
El
conferenciante, sin acordarse del poema, asistió embelesado a este espectáculo
de las palabras entrelazadas entre unos y otros. Observó la reconstrucción de
hilos de un poema. Sin importar que la memoria fuera fiel a las palabras de
Quevedo. Lo relevante: que los versos que recitabais fueran la verdad de
vuestro recuerdo.
El
conferenciante, alegremente perplejo, se resguardó en el sillón orejero verde
del silencio. Para dejar que el público tomara el testigo. Porque en ese tiempo
milagroso, vosotros estabais dando la conferencia al conferenciante.
De
ahí que este ‘palabrador’ (labrador de palabras) dé una importancia capital a
los coloquios. De ahí que desee coloquios más anchos, largos, elevados y
profundos que la propia conferencia (solo si fluyen, desde luego; no hay que
forzar).
Este conferenciante es un
provocador (os habréis dado cuenta): Que el texto sea un catalizador que
provoque vuestras propias palabras.
Unos compartís palabras en el
coloquio y después: espléndido.
Otros no habláis: os lleváis palabras
a la cocina de casa: magnífico.
Otros quizá no sentisteis el
menor interés: lo siento.
Ayer,
el día siguiente a la conferencia, una participante (profesora de Lengua y
Literatura) me hace un regalo de palabras: un ‘palabregalo’.
Me
la imagino acercándose a su estantería de los escritores del siglo de Oro:
Gracián, Góngora, Lope, Calderón de la Barca, Cervantes, Tirso de Molina, Vélez
de Guevara, Juan de la Cruz, Teresa de Jesús, fray Luis de León, Quevedo…
Toma
una antología poética de Quevedo. Encuentra el poema.
Con torpeza declarada, escanea
una página: un soneto. El poema cuyo cuerpo el público recompuso incompleto en
la conferencia. Un poema sobre la perdurabilidad de los escritores a través de
los libros.
DESDE LA TORRE
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
o enmiendan, o fecundan mis asuntos;
y en músicos callados contrapuntos
al sueño de la vida hablan despiertos.
Las grandes almas que la muerte ausenta,
de injurias de los años, vengadora,
libra, ¡oh gran don Josef!, docta la imprenta.
En fuga irrevocable huye la hora;
pero aquella el mejor cálculo cuenta
que en la lección y estudios nos mejora.
Igual que
la profesora atenta y generosa, hojeo a Quevedo. Como si Quevedo no fuera ya
ceniza, polvo enamorado, sino un hatillo de hojas.
Encuentro una décima satírica y
burlona. Así termina:
A DON LUIS DE GÓNGORA
porque no escribe el que escribe
versos que no hay quien los lea.
Aquí asoma
otro agujero que varios asistentes desvelaron. Más que agujero, el anverso o el
reverso de la escritura: la lectura.
Una conferencia
hermana:
LAS CAUSAS DE LOS LECTORES:
POR QUÉ Y PARA QUÉ LEEN
¿El lector se lee en la lectura?
¿El lector se ‘deslee’ en la lectura?
¿El lector se lía en la lectura?
¿El lector se deslía en la lectura?
¿El lector se deslíe (se disuelve) en la lectura?
¿La lectura lee al lector?
Uy, mejor descansar.
Hasta la próxima.
POSDATA
2
3 de marzo de 2023
Gracias
a una colega del taller de escritura de Ramiro Pinilla.
Leyó la conferencia
en mi web y me palabrarregaló una cita
del final de Las metamorfosis de Ovidio. Obra concluida en el año 8.
Ovidio
se alía con este tópico de Horacio: Non omnis moriar: No moriré del todo.
La
frase entera: Non omnis moriar multaque pars mei vitabit Libitinam: No moriré del
todo, y gran parte de mí escapará a Libitina [Diosa de los muertos, del
inframundo].
Escribió
Ovidio:
Y ya he dado fin a una
obra, que no podrán aniquilar ni la cólera de Júpiter, ni el fuego, ni el
hierro, ni el tiempo devorador. Que aquel día que no tiene derecho más que a mi
cuerpo acabe cuando quiera con el transcurso de una vida incierta. Pero en la mejor
parte de mí yo viajaré inmortal por encima de los astros de las alturas, y mi
nombre será indestructible; y por donde se extiende el poder de Roma sobre
tierras conquistadas, la gente me leerá de viva voz, y gracias a la fama, si
algo de verdadero tienen los presagios de los poetas, viviré por todos los
siglos.
¿Por
qué está suscitando tanto deseo el tema de la perdurabilidad, de la
inmortalidad de la obra?
NOTAS
GARCÍA LORCA, FEDERICO, Obras
completas III - Prosa. Barcelona: Círculo de Lectores - Galaxia Gutenberg,
1997: “García Lorca en Montevideo”, 1934. Apartado “Más muertes y valses”, 516.
“García Lorca
en Montevideo” es una crónica de Alfredo Mario Ferreiro, poeta uruguayo. Recoge
lo que escuchó a Lorca en su visita a Montevideo. Es un diálogo de Lorca
paseando con varios acompañantes. Esta crónica se encontró tras la muerte de
Lorca entre sus papeles.
Lorca está hablando de Yerma,
cuyo tercer acto está escribiendo: Yo
estoy rodeado de muerte ¿sabes? Canto eso. Y me están saliendo unas cosas… (…)
Es que lo otro es la muerte… Todo es de muerte. Y lo hago, lo hago para que la
gente me quiera; nada más que para que me quieran he hecho mi teatro, y mis
versos, y seguiré haciéndolos, porque preciso de ese amor de todos. (516)
El apartado
anterior, “Esto es un auto, por eso lo toco…”, dice el cronista que Lorca dijo:
“La poesía debe ser esto: ‘Esto es un auto, por eso lo toco’. Y nada más. Todo
lo demás es antipoético. La verdad, siempre la verdad, sin cambiarla,
expresarla siempre. Porque en todo está la manifestación poética” (516).
GARCÍA MÁRQUEZ, GABRIEL
y VARGAS LLOSA,
MARIO,
Dos soledades. Un diálogo sobre la novela en América Latina. Madrid: Alfaguara, 2021. Diálogo
del 5 y 7 de septiembre de 1967 en la Facultad
de Arquitectura de Lima. Cien años de soledad, de García
Márquez, se había publicado en junio de ese año. Vargas Llosa había publicado La
ciudad y los perros en 1963 y La casa verde en 1966.