Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica
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ADOPCIÓN Y MITO DE REALIDAD (ROBERT NEUBURGER)

(Del libro de Robert Neuburger, La familia dolorosa (Mito y terapias familiares)". Barcelona: Herder, 1997, págs. 73-84)

Se considera habitualmente como un punto positivo que los niños estén informados “desde siempre” de que son adoptados.

Actualmente se ha convenido que es importante no crear un no-dicho (una ocultación) con relación a la filiación, y de revelar lo antes posible la “verdad” a los niños adoptados (es curioso que nadie haya pensado que sería lógico informar a un niño biológico de su filiación “natural”, cuando muchos niños hacen preguntas a ese respecto...).

Este principio de revelar la verdad, que apareció como una evidencia en los años setenta, no lo era anteriormente y, (...), se aconsejaba acallar la filiación de los niños adoptados (...).

No queremos decir que la revelación de la filiación sea en sí algo perjudicial, pero conviene cuestionarse ante un punto de vista tan variable sobre la revelación, o no, acerca de los efectos de una actitud sistemática, tanto hacia un lado como hacia otro.

La pregunta que se hace aquí es la relación que habría que establecer entre una revelación sistemática y precoz y, sobre todo, la forma como se efectúa la revelación, y la aparición de comportamientos [patológicos, violentos...]. (...)

No se trata de negar la necesidad de revelar la filiación de un hijo, pero existen prioridades, particularmente la de asegurarse de antemano la solidez de los lazos entre el niño y su nueva familia, si se trata de una adopción, y de tener la certeza de que el “injerto mítico” ha prendido, de que existe una cierta seguridad en cuanto al lazo de pertenencia familiar. (...)

La cuestión no radica tanto en revelar la verdad de la filiación -el caso de la revelación de una filiación adoptiva- sino en el contenido de lo que se transmite realmente al niño cuando se piensa en decirle la verdad. En efecto, se hace saber a menudo al niño que es un “niño adoptado”. Esta formulación nos parece problemática a más de un efecto; puede ser incluso el origen de equívocos, hasta de violencias [del niño] (...). La fórmula implica la existencia de un estatuto particular, el de un niño adoptado que se distingue del de otros niños que disfrutarían de otro estatuto, hijos “legítimos” de hecho, del lazo biológico. El hijo adoptado generalmente dará más importancia a lo biológico, a pesar, o debido quizá, a las denegaciones de los padres. Ya sólo le quedará, entonces, demostrar lo justo de su opinión, a saber, que no es amado por sí mismo, como un hijo biológico, sino por su capacidad de agradar a sus padres adoptivos. Va a poner a prueba el amor alegado por sus padres, con provocaciones y pasando a los actos. Una vez alcanzados los límites de tolerancia de los padres, él sentirá confirmada su hipótesis de que no es realmente amado. ¡Sólo le quedará vengarse!

Este guión-catástrofe no es inevitable, incluso cuando se conoce el origen adoptivo. (...)

En materia de filiación, es importante distinguir la forma de entrada en un grupo familiar y la naturaleza de los lazos de filiación. (...)

La adopción no es simplemente un modo de reparación para parejas con dificultades técnicas para procrear. Es, en origen [histórico], una forma de reparación de las familias, que responde a una doble necesidad: establecer una descendencia ahí donde pudiera faltar, con el fin de:

1.-Asegurar la transmisión del patrimonio.

2.-Preocuparse del reposo del alma de los padres, de la transmisión del recuerdo.

Más tarde, la adopción ha sido un modo de reparación social: permitir a niños, huérfanos de guerra, pero también a otros desamparados y abandonados, encontrar un sitio en la sociedad.

La adopción se realiza para ventaja de los adoptantes y de los adoptados: ¡si el niño reencuentra así un hogar, su llegada a la pareja [o a la madre o padre solteros] crea una familia! (...)

La voluntad del legislador es, a partir de la llegada del niño a su nueva familia, borrar toda diferencia con un niño biológicamente concebido por los padres. La adopción plenaria conlleva una filiación plenaria: el niño adoptado se convierte así en el nieto de los padres de los adoptivos, con todos sus derechos inherentes, incluidos los sucesorios.

No se puede, pues, hablar de un lazo [o estatuto] particular que distinga al hijo adoptado del hijo “legítimo” en cuanto a las relaciones con los miembros de la familia. La diferencia se refiere exclusivamente al modo de entrada en la familia. Esta diferencia es menos importante de lo que parece: en efecto, lo que determina la entrada de un niño en una familia, aunque estuviese biológicamente unido a los padres, es, como en la adopción, un acto que expresa la voluntad de los padres de inscribir a ese niño en su filiación. Acto cuya importancia simbólica se subestima; por lo tanto, se ha trivializado. Se debe realizar en (...) el Registro Civil. La familia humana es, ante todo, cultural. No hay ningún primado de lo biológico. La única diferencia entre una filiación adoptiva y una filiación biológica se refiere a la naturaleza del acto que formaliza su entrada en el grupo. En la filiación adoptiva, es un acto que sustituye a otro establecido con anterioridad. En la filiación biológica, es un acto primero. (...)

Es, pues, injusto e inexacto decir a un niño que él es un niño “adoptado”, haciendo pensar en una naturaleza particular de los lazos que harían de él un eterno invitado, obligado a justificar su presencia con una conducta particular, cuando es, en realidad, un niño como los demás. Todo niño (...) entra en su familia a través de un acto civil. En vez de decirle que es un niño adoptado, es lícito y legítimo enseñarle que ha entrado en su familia por adopción, familia que a menudo se ha constituido con su llegada.

Esta distinción que creemos conveniente hacer entre forma de entrada en una familia y naturaleza de los lazos intrafamiliares, permite desdramatizar no sólo las adopciones sino también las situaciones de reproducción asistida, incluso los casos de los niños del “congelador”, como los hemos llamado, niños nacidos mediante procesos técnicos complejos.

El niño adoptado no debe esperar ninguna ventaja particular. Su presencia en su familia no está más ligada al “deseo de los padres” que la de cualquier otro niño, sobre todo con los medios actuales de control de la natalidad. Si agrede a sus padres, daña a su propia familia, familia de la que forma parte con el mismo derecho que ellos, si se considera que una familia no se reduce al famoso triángulo padre, madre e hijo.

En estas condiciones, una vez el niño admitido en la familia, inscrito en su pertenencia, los motivos de una escalada de violencia se desvanecen. Ésta es la razón por la cual no puede ni debe ser impuesta a los padres adoptivos ninguna ideología de la verdad. La urgencia [lo prioritario], en caso de adopción, es la creación del nexo [los lazos de pertenencia], no únicamente con los padres, sino también del niño con su grupo [familiar], lo que yo llamo “el injerto mítico”. (...)

Puede haber escaladas de violencia en un niño adoptado (...) por un problema de pertenencia: padres que respetaron demasiado el origen de los niños, en detrimento del establecimiento sólido de lazos de pertenencia.

Este respeto [excesivo] de las diferencias ligadas al origen étnico de los niños ha impedido el “injerto mítico”, ese proceso imaginario [simbólico] que hace entrar al niño en su pertenencia familiar, que le sitúa en una filiación. (...)

Algunas de las situaciones de violencia que pueden aparecer en familias adoptantes son generadas o facilitadas por la violencia social constituida por una norma educativa proyectada de forma no distintiva sobre todas esas familias. Esta norma representa las creencias de una cierta sociedad y de una cierta época. Su función de mito social y profesional las hace difíciles de detectar y de discutir. El mito del que hablamos aquí es el de la necesidad de revelar lo antes posible la verdad de la filiación. Sin querer poner en tela de juicio este mito (...), pensamos que una norma de verdad se transforma rápidamente en moral de verdad, superyoica, paralizando el tejido de los lazos entre el niño y sus nuevos padres. (...) Así, el discurso social puede tener efectos persecutorios, intrusivos, hasta paralizantes. (...)

Ejemplo: Una pareja de Bélgica, los Desmet, adopta a un niño de origen sudamericano. En su casa (...) el ambiente se ha vuelto sudamericano (...). Cuadros en las paredes, “souvenirs”, incluso la música, todo recuerda de un modo un tanto ingenuo el origen del niño, que entonces sólo tenía unos meses.

Esta pareja me explica que especialistas consultados les aconsejaron introducir al niño lo antes posible en su ambiente de origen, para evitar problemas posteriores. Pero se trata de una adopción plenaria y no de una acogida temporal. El niño está destinado a vivir en su nuevo país, con los que serán en adelante sus padres, en una familia que es la suya. Les digo: “Creo que lo urgente es hacer de él, primero, un pequeño Desmet, luego un pequeño belga”. (...)

La creencia (para los niños adoptados) en un lazo particular de filiación distinto de la forma de entrar en el grupo familiar, y la mitificación social de una ideología de la verdad, pueden ser serios obstáculos para lograr un injerto adoptivo.

Ernesto Maruri Psicólogo Clínico Pamplona Orientación Psicoanalítica